¿Qué está pasando con la colectividad que acaba de expulsar a cuatro de sus dirigentes?
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La decisión del Comité de Ética del partido Farc de expulsar a Jesús Emilio Carvajalino (Andrés París), José Benito Cabrera (Fabián Ramírez), Enrique Zúñiga (Pablo Atrato) y Benedicto González (Alirio Córdoba), acusándolos de no estar alineados con el Consejo Político Nacional de la colectividad y fomentar una corriente contraria a las directivas de la organización, ha generado muchos comentarios.
Hay al menos diez puntos a considerar a la hora de analizar la situación interna del partido Farc.
1. Dicen que lo que mal comienza, mal acaba. Como lo conoce el país, el proceso de paz estuvo plagado de una serie de errores, principalmente políticos, que conllevó a una alta polarización, cuyo momento culminante fue la votación del plebiscito, en octubre de 2016.
Por supuesto, allí la principal responsabilidad fue del Gobierno que desatendió los llamados desde muchos sectores favorables al proceso de paz para que buscara, antes de sentarse a negociar, un consenso político. Uno de los resultados que más rechazo causó fue que los jefes guerrilleros pudieran acceder a sus curules en el Congreso sin pasar antes por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Y esto, a su vez, trajo como consecuencia que el partido Farc naciera sin resolver los roces internos, que antes se solucionaban con base en el apego a una estructura de guerra.
2. Pero antes de eso, no hay que pasar por alto los guerrilleros que ni siquiera se interesaron por la negociación con el Gobierno, huestes que al día de hoy, según el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, suman 4.600 personas, 2.600 en armas y el resto en redes de apoyo y milicias rurales y urbanas. La dirigencia fariana siempre desestimó esta oposición interna al proceso de paz alegando que se trataba de una minoría frente a quienes estaban unidos en el propósito de ingresar a la civilidad.
3. Sin embargo, el tiempo ha mostrado que eso no era del todo cierto. Un importante sector, comúnmente llamado ‘ala militar’, accedió a sentarse a la mesa de La Habana, incluso con uno de sus líderes, Luciano Marín (Iván Márquez), como jefe negociador. Y ya sabemos cómo ni siquiera aceptó su curul en el Senado, terminando al frente del grupo armado organizado residual Segunda Marquetalia.
4. Entonces, ha resultado que los consensos internos marchan sobre la base de la reproducción política del orden interno de sometimiento jerárquico al Secretariado. Así, el compromiso con mantenerse en el proceso de paz, tanto de los dirigentes como de los militantes inicialmente concentrados en los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), descansa en no cuestionar la presidencia de la organización en cabeza de Rodrigo Londoño (‘Timochenko’).
5. Se trata de un aspecto que resalta por una parte la debilidad del liderazgo de Londoño, sino del compromiso colectivo con el proceso de paz, no necesariamente porque quienes disienten de su jefatura quieran retomar las armas (se da por sentado que esos ya se fueron), sino porque el círculo cercano de ‘Timochenko’ duda de sus intenciones.
6. Y entonces hay que mirar las críticas internas a la labor adelantada por los congresistas del partido Farc, que son un reflejo de los peros que se le ponen a Londoño como jefe de la colectividad. El papel parlamentario se ha limitado a ser veedores del cumplimiento (o del incumplimiento, como repetidamente lo han dicho) de la implementación de los acuerdos del Teatro Colón. Se les reprocha a senadores y representantes que, al desistir de las armas para hacer la revolución, no hayan optado por un programa legislativo reformista, que probablemente no tendría los votos para ser aprobados, pero habrían sentado precedentes. Esa gestión se compara con la seguida por la Alianza Democrática M-19 e incluso, con la de la Unión Patriótica cuando estuvieron en similares circunstancias.
7. Pero incluso se les achaca que no han tenido un liderazgo en la implementación, pues les parece a los críticos que se quejan mucho, pero proponen poco.
8. La tensión alrededor de todos estos peros ha llevado a un cisma entre la jerarquía partidista y lo que en su momento llamaron la guerrillerrada, que ya no están todos en los ETCR, pero que están organizados a partir de lo que en su momento fueron esos espacios.
9. No es gratuito que todas estas circunstancias internas se hayan producido mientras afuera la gente tampoco siente afinidad con el partido Farc, como puede verse en la alta imagen desfavorable que registra en las encuestas, pero sobre todo en la exigua votación lograda en los comicios para Congreso en los que aspiraban a conquistar curules adicionales a las otorgadas por los acuerdos. Sus candidatos para Senado solo obtuvieron 49.170 votos (0,34% del total). Y en la Cámara, es decir en las circunscripciones donde la guerrilla hizo presencia histórica, los sufragios fueron 30.643 (0,22%). Sobra decir que ningún senador o representante resultó elegido.
10. El contraste más significativo es con lo ocurrido tres décadas atrás. En las elecciones de marzo y mayo de 1986 la Unión Patriótica eligió 14 congresistas, 18 diputados y 335 concejales, mientras que su candidato presidencial Jaime Pardo Leal registró el 10% de la votación total.