Belisario Betancur no solo fue un hombre hecho a pulso, de los orígenes más humildes que se pueden tener en Colombia, sino que logró copar diferentes facetas de la vida con la excelencia propia de quien ponía en cada una de sus actividades la gota indeclinable de la pasión. No fue, en ese sentido sectario, bajo un apasionamiento mal entendido, sino que siempre tuvo de motor vital la perseverancia y una inagotable capacidad de lucha. Todo ello, a su vez, enmarcado dentro de un amplio sentido de la existencia que lo llevó precisamente a vivir durante 95 años (1923-2018), cada uno de sus días con el mismo vigor y plenitud.
No se define pues Belisario Betancur por el exclusivo hecho de haber sido presidente de la República de Colombia. Mucho más allá de ello fue, ciertamente, una persona admirable cuyo compromiso existencial nacía, precisamente, de la admiración por la vida. En esa dirección suele decirse que las personas no se definen exclusivamente por su edad, mucho menos las personas mayores, sino a raíz de su capacidad de sorprenderse y sacarle jugo a los acontecimientos cotidianos.
Perteneciente a una familia antioqueña muy pobre, de la zona de Amagá, Belisario Betancur vio morir a varios de sus 22 hermanos por cuenta de la desnutrición y el hambre. Pero igualmente supo salir adelante en medio de las adversidades, hasta lograr educarse en el colegio y conseguir una beca universitaria. Entonces, de Medellín pasó a Bogotá, donde empezó a hacer sus primeros pinos como abogado. Pero su interés no era exclusivamente el Derecho como una técnica jurídica. Betancur lo prefería en todo el componente de ciencia social y de marco filosófico. Desde sus primeras clases universitarias tenía predilección por el derecho constitucional y el laboral. Y así llegó a la capital del país con ese respaldo universitario a bordo para “conseguir futuro”.
No obstante, la verdadera vocación de Belisario era el periodismo. Siendo universitario lo había practicado con creces en algún medio de comunicación antioqueño y con esa experiencia se presentó a la redacción de El Siglo. No solo, por lo demás, era ya un periodista de tuercas y tornillo, de los que entonces vibraban con los sucesos en las redacciones nocturnas. También era un conservador afiliado de antemano en las huestes laureanistas y por eso su ingreso al periódico representativo del conservatismo no se hizo esperar y fue recibido con los brazos abiertos.
“Fue la primera vez que tuve un sueldo fijo”, le dijo en alguna ocasión a algún contertulio.
Por esa época se había producido el ascenso al solio del presidente Mariano Ospina Pérez, a raíz de la división liberal entre Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay. Betancur hacía parte de las páginas culturales mientras que fraguó una gran amistad, de toda la vida, con el redactor de las páginas judiciales, Bernardo Ramírez. Entre los dos se configuró un núcleo intelectual que tenía de aliciente lo que podría llamarse el conservatismo con justicia social.
Laureano Gómez, director de El Siglo, y quien no había entrado al gabinete de Ospina Pérez por dedicarse al mismo tiempo a la organización de la novena Conferencia Panamericana, puso el ojo en el novel redactor y llegó incluso a encargarle ser uno de los delegados del comité editorial para la elaboración de los editoriales.
Al mismo tiempo, Jorge Eliécer Gaitán había fundado los “viernes culturales”, que consistían en dar conferencias, ese día, en el Teatro Colombia, para que luego sus seguidores se esparcieran por la ciudad, gritando arengas contra la oligarquía. Lo que poco se sabe es que, en la misma medida, Gaitán salía para la redacción de El Siglo, donde departía con algunos de sus amigos redactores, entre ellos Belisario Betancur.
En 1947, Betancur llegó a ocupar la subdirección del periódico, mientras Laureano Gómez finiquitaba las obras de la Conferencia Panamericana y más tarde entraba al gabinete de Ospina Pérez como canciller. Sobrevino entonces el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, conocido como “El Bogotazo”, y las turbas incendiaron el periódico, preguntando por sus directores, su gerente y redactores, entre los que se encontraba Betancur, quien se había salvado por estar cubriendo una noticia por fuera de la redacción. No obstante, a las semanas el periódico pudo salir de nuevo, con solo cuatro páginas, e impreso en una pequeña rotativa de los padres capuchinos. Así transcurrió un tiempo, con las instalaciones hechas cenizas, hasta edificarse una nueva construcción e importar moderna maquinaria. En esta etapa, la dirección del periódico se rotó entre Álvaro Gómez, Belisario Betancur y Hernando Uribe Cualla.
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“Batallón Suicida”
A poco de ello y luego del triunfo electoral de Laureano Gómez para la Presidencia de la República, el periódico es cerrado tras el golpe de Estado del teniente general, Gustavo Rojas Pinilla, en 1953. Gómez y su familia salen al exilio, dejando atrás a los redactores y políticos que no van al destierro y se conocen como los miembros del “Batallón Suicida”. Entre ellos una de las voces cantantes fue la de Belisario Betancur, quien entra y sale de la cárcel por cuenta de sus actividades antigolpistas y en procura de la libertad de prensa, después de haber sido constituyente laureanista en 1953.
Betancur, pues, no se pliega a la dictadura mientras que sectores del conservatismo entran al régimen de Rojas Pinilla. Con ello cobra mayor vigencia el “Batallón Suicida” que no solo realiza actividades conspirativas, sino que reparte la proclama clandestina de Laureano Gómez en el exilio, acusando a Rojas Pinilla de usurpador y sepulturero de la democracia y los derechos humanos.
A la caída de Rojas Pinilla, cuando pierde el respaldo de los partidos Conservador y Liberal, llega el Frente Nacional pactado entre Laureano Gómez y Alberto Lleras. El primer turno presidencial corresponde al conservatismo y entre los posibles candidatos se comienza a deslizar el nombre del joven Belisario Betancur, sobre todo entre patriarcas del partido y grandes empresarios. Aun así, frente a la imposibilidad de llegar a un nombre de consenso, Laureano Gómez prefiere respaldar a un liberal y la candidatura recae en el nombre de Alberto Lleras.
Betancur inicia a partir de entonces su carrera política en firme, no solo perteneciendo al Congreso, sino siendo nombrado ministro de Trabajo de Guillermo León Valencia. Luego, para el último turno del Frente Nacional, que corresponde a un conservador, no acepta la selección de Misael Pastrana, por parte de la Convención Liberal, después del empate en la conservadora, y se declara en disidencia, al lado de Evaristo Sourdis.
Ya por entonces Betancur representa una tendencia propia o una tercera alternativa dentro del conservatismo, dividido entre ospinistas y laureanistas. Desde ese momento preconiza la justicia social con base en las doctrinas católicas, en un país en donde campea la pobreza y en el que existe una dramática explosión demográfica, con dependencia en las exportaciones de café.
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Al agua electoral
En su primera exposición electoral presidencial a Betancur le va razonablemente bien, respaldado por el expresidente Guillermo León Valencia, aunque el cargo es ganado por Misael Pastrana Borrero, en 1970, quien es sistemáticamente acusado de fraude electoral bajo el presunto triunfo de Gustavo Rojas Pinilla, jefe de la Anapo, episodio que a la larga inicia la configuración del M-19, a su vez una disidencia de las Farc que entra a engrosar la fauna guerrillera, al lado del Eln y el Epl, emergida de los años 60.
En 1978, Betancur intenta de nuevo la aspiración presidencial contra el seleccionado del liberalismo, Julio César Turbay Ayala. Lidera el Movimiento Nacional, que consiste en aglutinar desde el conservatismo los sectores independientes del liberalismo y las fuerzas vivas de la Nación. El candidato es reconocido por su carisma desbordante y la aproximación directa al pueblo, dentro del cual goza de alta credibilidad por su origen humilde y su discurso exento de toda arrogancia. La situación no se le presenta fácil por cuanto la ahora división conservadora entre alvaristas y pastranistas es muy marcada y el consenso sobre su nombre, ese año, tiene en principio alguna resistencia pastranista que logra salvarse en una convención. Por la época, el liberalismo es, así mismo, una fuerza avasalladora que, por lo demás, tiene una altísima preponderancia en el Congreso. Aunque como rezago del Frente Nacional se mantiene la colaboración proporcional y equitativa del partido perdedor en las elecciones anteriores, ganadas por Alfonso López Michelsen, Betancur no tiene ministros de su cauda, sino que ellos provienen del alvarismo o del pastranismo. Para evitar mayores roces dentro del partido, en esta ocasión, Belisario se abstiene de presentar listas al Congreso, como lo había hecho en ocasiones anteriores.
La campaña de Betancur no es solamente de carácter nacional sino que se adelanta, de la misma manera, bajo la consigna de “el inconforme que necesita Colombia”. Es conocido que Belisario no hace ninguna ostentación de su preminencia y se desplaza en un Renault 4, que es el carro popular de la época. En mucho tiempo no se habían dado manifestaciones conservadoras de la envergadura que encabeza Betancur y las centrales sindicales adhieren en buena proporción a su nombre. Su tesis central, explicada en varios libros y columnas de opinión, consiste en que el Estado no es solamente para sostener el orden y dictar justicia, sino igualmente para crear las condiciones de una mejora social integral en el país.
En la medida en que se van conociendo los resultados electorales, hacia la medianoche Betancur es prácticamente el presidente electo. Pero al otro día, luego de cerrarse la Registraduría, aparece en el conteo Turbay en primer lugar. Los “belisaristas” denuncian el fraude y le piden a Betancur encabezar las marchas y protestas en diferentes partes del país, así como dar la orden para que puedan llevarse a cabo. Belisario, por el contrario y pese al escaso margen, respeta el resultado electoral y pide a sus seguidores hacer lo mismo, evitando las asonadas que ya se comenzaban a presentar.
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La cuarta, la vencida
La división conservadora se mantiene y al gabinete de Turbay entran representantes de las dos vertientes en las que tradicionalmente se ha dividido el partido, sin que los adictos a Betancur participen en ello. Belisario prefiere irse a su oficina, donde estudia y redacta documentos a fin de intentar una nueva candidatura en 1982. Como se sabe, su nombre completo era Belisario Betancur Cuartas y se decía, por lo tanto, que esta cuarta aspiración sería la definitiva. Para esa ocasión, sin embargo, el asunto debería dirimirse en una Convención entre Álvaro Gómez Hurtado y él. En principio la Convención resultó bastante competida, pero al final los votos de los Llanos orientales se dieron por Betancur. Se creyó, en medio del fragor de la Asamblea, que Gómez Hurtado no respaldaría a Betancur, pero de inmediato tomó la palabra para hacerlo, conocido el resultado, y así el conservatismo pudo presentarse unido.
Por el lado liberal, las cosas eran a otro precio. Luis Carlos Galán, patrocinado por el expresidente Carlos Lleras Restrepo, creó una disidencia con el nombre de Nuevo Liberalismo, ante la reelección de Alfonso López Michelsen, y Betancur se metió por entre los dos. En esa campaña, Belisario tuvo de programas principales el de vivienda sin cuota inicial y la educación superior abierta y a distancia, que fueron de amplio recibo en las clases populares. De hecho, el expresidente López Michelsen había sostenido, en alguna manifestación, que las propuestas de Betancur no se podían llevar a cabo. Frente a ello, el pueblo contestó “Sí se puede” y el Movimiento de Participación Nacional de Belisario, aglutinando así mismo a los sectores independientes, tomó mucho mayor vuelo. En efecto, fue la candidatura del ¡Sí se puede!
Uno de los aspectos centrales de la campaña, del mismo modo, fue el tema de la paz. Mientras el expresidente López Michelsen tenía unas vallas publicitarias de un gallo rojo derrotando a un gallo azul, anunciando que “La paz es liberal”, la campaña de Betancur replicó diciendo que “La paz es nacional”.
Hasta entonces la posibilidad de llegar a una paz colombiana por la vía del diálogo, con los grupos guerrilleros, había sido una idea menor en las postrimerías del gobierno de Turbay Ayala, que no llegó a cuajar en modo alguno. Pero Betancur, en un caso inédito hasta el momento, confirmó en su discurso de posesión que se dedicaría a buscar la paz por la vía negociada, lo cual era un hecho a todas luces impensable.
Al mismo tiempo, la expectativa era grande porque en su círculo íntimo Betancur venía mostrándose partidario de una Asamblea Constituyente, en la que estuvieran representadas las fuerzas vivas del país. Una tesis que se había mantenido en relativo secreto, por cuanto los partidos y jefes políticos podrían mostrarse de antemano en contra, llevando al traste con su candidatura. Finalmente, Belisario no llevó a cabo su audaz idea, que sin embargo sería retomada un lustro más tarde de terminado su gobierno.
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La paz, obsesión
Durante el gobierno, Betancur dedicó buena parte de sus esfuerzos, con su asesor principal, el ministro Bernardo Ramírez, con quien guardaba la vieja amistad de la redacción de El Siglo en los años 40, a sacar avante el tema de la paz. Creó una comisión correspondiente y alcanzó a firmar el cese de fuegos con las Farc. Así mismo conferenció con los jefes del M-19 en uno de sus viajes a España, luego de levantarse de un banquete con el Rey. Se aproximó al Epl que por entonces era una guerrilla prevalente de línea albanesa y cuya propuesta central era la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. El Eln, por su parte, se abstuvo de abrir el diálogo. Durante el gobierno anterior, el M-19 había logrado convertirse en una guerrilla urbana con claras características terroristas, como disidencia de las Farc y en unión con grupos anapistas.
Sin embargo, durante el gobierno de Betancur, los ataques provinieron, en primer lugar, del grupo que se denominaba “Los Extraditables” y que le asesinaron a su ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. Betancur hubo de reimplantar la extradición a Estados Unidos y se dio inicio al narcoterrorismo.
La tesis de Betancur, en cuanto a la paz, consistía en que la confrontación tenía tanto causas subjetivas como objetivas. Las subjetivas trataban de resolver por la vía del diálogo los actos de quienes se habían declarado en rebeldía. Y las objetivas consistían, de modo general, en que el país tenía que dedicar mayores esfuerzos y presupuesto a resolver las desigualdades en materia de educación, salud, empleo y en general los factores sociales. Por ello, a Belisario muchos lo tildaban de un conservador de “avanzada”, especialmente dentro del liberalismo que consideraba cooptadas sus banderas. Por el lado del conservatismo, de la misma forma algunos decían que era un representante velado de la democracia-cristiana, al estilo de los conservadores italianos y alemanes, pero no un conservador de estirpe nacional. Sobre ambos frentes, Betancur solía decir que sus ideas descansaban en la doctrina social de la Iglesia Católica, con la cual toda la vida fue muy afín, inclusive muy cercano al papa Juan Pablo II.
Durante tres años de su mandato, Betancur mantuvo altas dosis de popularidad. Hubo de darle un viraje a la economía, cuando cambió al ministro de Hacienda, Edgar Gutiérrez, por el joven Roberto Junguito. También se produjo el escándalo del Grupo Grancolombiano y se dijo que la judicialización de los llamados autopréstamos era una maniobra para defender los intereses de los empresarios antioqueños frente al ingreso de accionistas bogotanos en las compañías de ese departamento. Betancur sacó avante sus programas de vivienda sin cuota inicial y la educación abierta y a distancia.
Al final de su mandato, cuando tenía aquellas altas dosis de popularidad, el M-19 rompió los diálogos y produjo la estruendosa toma del Palacio de Justicia, tomando de rehenes a los magistrados en propiedad, a los magistrados auxiliares y al menos 300 personas más que allí estaban, asesinando a los celadores del edificio, en el corazón de la Plaza de Bolívar. La situación ha tenido repercusiones hasta el día de hoy, pero Betancur ordenó a las Fuerzas Militares proceder al desalojo de los terroristas, según se ha dicho reiteradamente, financiados por Pablo Escobar, cuyos expedientes estaban en la sede de las Cortes. Al final, no hubo sino depredación y muerte, y pese a que el M-19 ha pedido reiterativamente perdón, el país todavía se conduele del asesinato de la cúpula judicial que contaba con muchos de los mejores juristas en la historia del país. A ocho días de ello vio la tragedia de Armero y los dos sucesos inconcebibles marcaron a Colombia como pocos hechos.
Los intentos de paz de Betancur no fructificaron, tal vez porque se agotó el tiempo demasiado rápido y porque la esquizofrenia de algunos, como el M-19, dio al traste con lo que le hubiera ahorrado al país miles y miles de muertes y de desplazados posteriores. Muy diferente hubiera sido Colombia, desde luego, si entonces se hubiera entendido la visión de Betancur, en vez de torpedear vilmente sus intentos. En todo caso, las ideas de Betancur sí fructificaron en otras partes, especialmente en Centroamérica, donde fue uno de los creadores del Grupo Contadora en favor de la paz.
Más allá del poder
A su salida de la Presidencia, Belisario Betancur mantuvo su dignidad y, en vez de enredarse en los vericuetos de la política, se dedicó a alimentar su vena por la cultura, la literatura y el periodismo. Nunca se le conoció, en los últimos 32 años, ninguna declaración destemplada y mucho menos que ayudara a exacerbar los ánimos colombianos. Por el contrario, siempre creyó en sus postulados de paz y de que el principal problema del país era la guerra. Hizo parte de grandes propósitos, como el de preservar el español a través de la Academia de la Lengua y, lo mismo, trabajó en círculos históricos literarios, en la Fundación Santillana y editoriales de la misma índole.
Jamás dejó Belisario Betancur de asistir a los eventos conservadores, pero nunca fue un sectario. Tuvo una manera muy particular de ser y ha sido de los pocos dirigentes políticos verdaderamente entendido en la idiosincrasia criolla. A no dudarlo, fue Betancur un hombre admirable, tanto por su origen humilde como por su capacidad de lucha, pero sobre todo por su bonhomía. Es decir, por siempre buscar el lado bueno de las cosas. Fue un humanista.