Análisis| Sobre ética, acuerdos y paz | El Nuevo Siglo
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Viernes, 30 de Agosto de 2019
Juan Fernando Contreras Ortiz *
Colombia no puede caer de nuevo en el hoyo negro de la guerra. Los efectos que este retorno a la violencia tiene sobre la ciudadanía son nefastos. Nueva entrega de la alianza de EL NUEVO SIGLO y la Procuraduría General

El pasado jueves nos despertamos con la triste noticia del anuncio del regreso a las armas de un sector de las Farc. Cuando parecía que la pesadilla que durante décadas hemos vivido en Colombia al fin iba a comenzar a menguar, nuevamente tenemos que enfrentar los mismos demonios que, de manera incansable, atormentan a nuestra dolida patria. Los efectos que este retorno a la violencia tiene sobre la ciudadanía son nefastos.

La filósofa Martha Nussbaum nos ha ofrecido una amplia evidencia, desde la teoría, pero también desde la observación y la intervención social, de la importancia de las emociones en la madurez política de una población. Para ella la esperanza es una de esas emociones que, al lado de la compasión, es fundamental para que podamos alcanzar un orden social en el que prime la justicia y la paz. Por ello esta noticia es un dardo al nuevo tono emocional que Colombia intentaba construir, frente a la posibilidad de una etapa histórica sin guerra.

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Algunos dirán que la violencia en Colombia no se ha ido nunca y que el proceso de paz fue tan frágil que terminó siendo un triste remedo de lo que debió haber sido. Sin embargo, aunque el acuerdo firmado es sólo el primer paso de un proceso arduo que implica, por un lado, alinear unos intereses sumamente complejos y dispares, en una sociedad ya de entrada bastante diversa y, por otro, levantarle la moral a una población maltrecha por el desgaste que supone vivir entre el miedo y la desconfianza, sigue representando para Colombia la posibilidad de reconstrucción ética que estamos necesitando y eso no debe dejar de ser así.

El dilema ético que Colombia ha enfrentado por décadas ha sido el de optar entre una postura radical en la que los buenos tienen el deber de erradicar a los malos (y en la que, desde luego, cada bando se adjudica el papel de los buenos), y otra en la que aceptamos nuestros problemas como país y comprendemos que si no nos unimos la cosa va a estar fea para todos por igual. Es un dilema porque cada postura ha demostrado tener beneficios a costa de correr altos riesgos. En el primer escenario la balanza se inclina hacia un ejercicio de la justicia que castigue a todos los que actúan en contra de la ley ¿Quién, desde un ejercicio ético sensato, puede oponerse a este objetivo?

El otro escenario nos invita a considerar el poder del diálogo y lo absurdo que sería prolongar la violencia que ya ha demostrado su poca capacidad resolutiva. Nuevamente, frente a la nobleza de este fin, es imposible encontrar argumentos válidos en contra. Basta recordar las posturas de los gobiernos desde el Frente Nacional para constatar cómo hemos saltado de una postura a otra; cómo nos hemos movido de asumir una política apoyada en el refuerzo de la seguridad, es decir, una apuesta a combatir a los violentos con más violencia, a buscar acuerdos dialogados en los que, finalmente, dejemos de matarnos.

Este dilema es el mismo que ha llevado a que la polarización en Colombia esté cada vez más marcada y a que se abra un abismo muy profundo entre quienes asumen una y otra postura; escenario propicio para que reine el miedo, el afán de venganza y la exclusión.  El trasegar no ha sido fácil; la misma disciplina ética señala que ir del dicho al hecho es el reto más exigente, pues en la práctica nunca es fácil dirimir desavenencias. La mediación de las circunstancias y las múltiples distracciones que sufre nuestra razón, no son favorables cuando es necesario identificar con claridad el bien.   

Nueva aproximación

Esta nueva coyuntura en el proceso de paz nos obliga a aproximarnos nuevamente a ese dilema y a enfrentarlo cara a cara para que no se perpetúe una situación que ya parecía comenzar a desaparecer. Es el momento de revisar, pero sobre todo de afianzar el acuerdo como opción para resolver el dilema de la mejor manera posible.

El filósofo canadiense Charles Taylor propone una figura que puede ser inspiradora para los actores institucionales, los analistas políticos y, sobre todo, para la ciudadanía colombiana en este momento coyuntural. Es la figura de los trilemas éticos. Taylor plantea que resolver un dilema es prácticamente imposible porque al tener únicamente dos posturas confrontadas, en donde cada una de ellas tiene tantos aspectos que pueden ser considerados positivos y negativos, no conseguiremos inclinar la balanza hacia ninguno de los dos lados fácilmente.

Por esto, la opción es buscar un tercer escenario que permita evaluar, desde una postura menos apasionada y con mayor objetividad, cómo llegamos a acuerdos que nos permitan rescatar lo mejor de cada opción. Este ejercicio requiere un diálogo incansable que no debe cesar bajo ninguna circunstancia. Las voces deben ser escuchadas para que sean reconocidos los argumentos clave y avanzar en la consecución de acuerdos reales.

Desde esta perspectiva, acallar las distintas voces, dejar de dialogar, opacar la razón y la argumentación con las armas es alejarse, de manera radical, de la posibilidad de solución real y compartida a los problemas que nos aquejan.

No podemos privar a la población del desarrollo de emociones que, como la esperanza y la compasión, son fundamentales para el avance político y social, ni permitir tampoco que sucumban ante intereses particulares o nocivos que nos alejan de la consecución de los más altos fines sociales: la justicia y la paz. Colombia no puede caer de nuevo en este hoyo negro. Si algunos deciden dejar de dialogar, saltarse los acuerdos y volver a la muerte, nuestra tarea como colombianos, así como la de todas las instituciones que nos representan, es señalar la inocuidad de esta postura y lo absurdo que es renunciar a nuestra única opción realmente ética: la de seguir intentando comprendernos y aceptarnos, la de trabajar unidos por una Colombia para todos.

 

* Politólogo, especialista en Resolución de Conflictos Armados y maestro en Ciencia política y en Gobierno y cultura de las organizaciones.