No solo por el cambio del mapa de poder, sino por múltiples circunstancias inéditas, estos 12 meses bien pueden ser un punto de inflexión y transición sin precedentes, todo ello dentro del marco institucional normal
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La política fue el hecho que marcó el 2018. Y no por la sola circunstancia de que las elecciones parlamentarias y presidenciales hayan proyectado un nuevo mapa del poder, sino porque a lo largo de los 12 meses que están por terminar se produjeron múltiples circunstancias que han configurado un escenario inédito, sorpresivo en muchos casos y de punto de inflexión en otros.
Un escenario tan dinámico pero con consecuencias tan fuertes que bien puede considerarse como un año de transición política de alto espectro, sobre todo después de venir de dos gobiernos con doble mandato cada uno, que marcaron al país de forma sustancial, a tal punto que la más mínima de las circunstancias que ocurría de inmediato caía en esa bipolaridad desgastante del pulso entre santismo y uribismo.
Ese nuevo país político que emergió, sin embargo, no apareció por generación espontánea. Todo lo contrario, fueron las propias circunstancias de forma y fondo en el día a día las que llevaron a configurar el novedoso escenario al finalizar la segunda década de este siglo.
Por ejemplo, 2018 cierra con Iván Duque como el dirigente político más ganador en las urnas en los últimos años. Luego de imponerse, a finales de 2017, en las encuestas internas del Centro Democrático para escoger candidato único, ganó de manera sucesiva en la consulta interna popular de su coalición (superando de lejos a Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez), luego en la primera vuelta presidencial (con 7,6 millones de votos) y después en la segunda, con 10,3 millones de sufragios, todo un récord para la elección de un Mandatario.
Pero no fue ese el único hecho distintivo de una campaña sui generis. Las consultas para escoger candidato de coalición se convirtieron, por primera vez, en la hoja de ruta definitiva de la puja por la Casa de Nariño, pues tanto Duque como Petro (que le ganó a Carlos Caicedo) salieron de las mismas como los más firmes candidatos al Palacio Presidencial y fue imposible para el resto de aspirantes pelearles esa supremacía de 1 y 2, que repitieron tanto en la primera como en la segunda vuelta.
Otra circunstancia que evidencia por qué la política es el hecho transversal más importante en el año que termina, se refiere a la forma en que los colombianos se volcaron a las urnas de forma masiva y determinante. En la consulta para escoger candidato de la coalición uribista participaron 6,1 millones de personas, y en la que ganó Petro hubo 3,5 millones de votos. Los comicios parlamentarios no fueron la excepción: se registraron 17,8 millones de votos, un guarismo sin antecedentes. Y qué decir de la contienda por la Casa de Nariño, ya que en la primera vuelta participaron 19,6 millones de colombianos y en la segunda y definitiva 19,5 millones ciudadanos, lo que disminuyó la abstención a menos de 47% del censo electoral, otro guarismo histórico.
Y si faltaba algún hecho para comprobar la vigencia y el hervor de la democracia colombiana el 26 de agosto se llevó a cabo la llamada “consulta popular anticorrupción” que logró un sorpresivo resultado: 11,6 millones de votos en promedio para cada una de las siete preguntas. Es decir que apenas le faltaron 400 mil sufragios para alcanzar el umbral de participación y, por ende, de aprobación, ya que la votación por el Sí fue superior al 99% en los siete interrogantes sometidos a consideración de la ciudadanía. Ni siquiera los propios promotores, en cabeza de Claudia López y Angélica Lozano, de la Alianza Verde, esperaban un alud de votantes de esa magnitud.
Fue allí, paralelamente, cuando se dio otro de los hechos políticos que marcan este 2018: tras 16 años en que el país vivió polarizado en el día a día entre las estrategias de paz o de confrontación militar para superar el conflicto armado, la corrupción, que había iniciado el año como la segunda o tercera problemática más grave del país, se confirmó como la preocupación principal y más urgente para la ciudadanía. Ni siquiera en la campaña presidencial se había mostrado en tal grado de importancia, lo que trasluce la indignación que tienen los colombianos por este flagelo, sobre todo a partir de circunstancias tan dolosas como las que se han venido a descubrir con base en la judicialización de escándalos como el de los millonarios sobornos pagados por la multinacional Odebrecht para quedarse con contratos de obras públicas.
Nuevo mapa político
Pero si las citas a las urnas resultaron sorpresivas por la avalancha de votantes, no lo fueron menos los resultados de las mismas.
Las parlamentarias, por ejemplo, dejaron un mapa político con muchas sorpresas. El Centro Democrático ganó en Senado pero perdió una curul –quedando en 19-, en tanto que Cambio Radical avanzó a 16 y los verdes duplicaron su bancada a 10 escaños allí. Por el contrario, retrocedieron los partidos Conservador, La U y liberales, que solo alcanzaron 14 escaños, aunque en el caso de los azules se restó uno de entrada, ya que también por primera vez, la Fiscalía logró poner al descubierto una de las más intrincadas operaciones de compra de votos. Este último es un hecho sin precedentes que marcó 2018 al generar un antes y un después en la lucha contra la corrupción electoral.
No menos llamativo fue el frustrante ingreso de las Farc a la política electoral, ya que su lista al Senado apenas si sumó 50 mil votos, aunque por cuenta del Acuerdo de Paz tenía previamente aseguradas 10 curules en ambas cámaras (ver página 8). El petrismo, que ese mismo día sacaba con su candidato más de 3 millones de votos en la consulta interna, sin embargo decepcionaba al solo conquistar tres escaños en la llamada lista de los Decentes. Revivió el MIRA e ingresó el partido Colombia Justa y Libres, ambos con base en organizaciones político-religiosas.
Sorpresa presidencial
En cuanto a las justas presidenciales, allí se dieron muchos hechos inesperados, desde la debacle histórica del liberalismo con su candidato Humberto de la Calle, sumando menos de 400 mil sufragios, o la baja votación que logró Germán Vargas Lleras, pese a que comenzó el año como el más firme aspirante a suceder a Juan Manuel Santos, quien dicho sea de paso, con sus bajísimos índices de popularidad, al final no se jugó a fondo por ninguna carta para la sucesión en la Casa de Nariño.
Pero la mayor sorpresa fue el ganador de la contienda. Si bien no es la primera vez que Colombia tiene un presidente de la República joven como Iván Duque (cumplió 42 años el pasado 1 de agosto), sí es la primera vez que un dirigente con tan poca trayectoria en asuntos políticos llega a la Casa de Nariño. César Gaviria, Ernesto Samper, Andrés Pastrana y el propio Álvaro Uribe asumieron teniendo menos de 50 años, pero cuando fueron candidatos ya se habían probado en distintos cargos públicos y de elección popular, o como dirigentes partidistas. Duque, por el contrario, tras un paso por una instancia intermedia en el BID, en Estados Unidos, tuvo una senaturía de cuatro años a nombre del Centro Democrático e incluso en enero pasado había muchos colombianos que no lo conocían. Aun así, en marzo arrasó en la consulta interna y luego ganó en ambas vueltas presidenciales, en mayo y junio.
Claro, ello solo fue posible porque quien lo señaló como candidato fue el propio senador y expresidente Álvaro Uribe, que se confirmó este 2018 como el dirigente político más importante de este siglo. Mandatario entre 2002 y 2010 (siendo el primero reelecto de forma inmediata en décadas), páter político de la candidatura de Juan Manuel Santos en 2010, derrotado por este en 2014 (aunque ganó la primera vuelta con Óscar Iván Zuluaga), Uribe volvió a quedarse con la Casa de Nariño a través del Senador que él mismo escogió para competir por esa dignidad. Si bien es cierto que con una lista abierta el expresidente sumó menos de 900 mil votos para Senado en marzo pasado (toda una sorpresa porque se esperaba mucho más), su partido fue el más votado en esa circunscripción, con 2,5 millones de respaldos. Pero no todas fueron de ganar para el dirigente antioqueño, ya que la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia -en un hecho inédito también en este 2018- lo terminó llamando a indagatoria en julio pasado por los delitos de soborno y fraude procesal, en el marco de la fallida denuncia que había interpuesto contra el senador del Polo, Iván Cepeda. Aunque la citación a la diligencia se dilató debido a la activación del mecanismo de segunda instancia, en 2019 el hombre más fuerte de la política en Colombia tendrá que comparecer ante los magistrados del máximo tribunal jurisdiccional.
Y si hablamos de contrastes políticos, Gustavo Petro es otro de los dirigentes que tuvo un 2018 bastante paradójico. Ganó de lejos en la consulta interna frente a Caicedo, también quedó segundo en la primera vuelta (4.8 millones de votos) y logró un impresionante guarismo de 8 millones en la segunda, la votación más alta para un candidato de izquierda en la historia política del país. Pero aun así no le alcanzó para llegar a la Casa de Nariño, en buena parte porque su perfil e ideología lo alejaron de la posibilidad de concretar un acuerdo con Sergio Fajardo, que en la primera vuelta sumó 4,6 millones de votos. Si tal alianza se hubiera concretado, no se sabe qué habría pasado. Así las cosas, Petro termina este 2018 como un senador más -por la aplicación por primera vez de la norma que entrega al candidato perdedor en la segunda vuelta un escaño en la cámara alta-. Pero lo más complicado es que en las últimas semanas se le reactivaron varias de las multas fiscales que tenía en suspenso por decisiones polémicas tomadas como Alcalde de Bogotá (que suman más de 100 millones de dólares) y ahora tiene también un proceso en la Corte Suprema y el Consejo Nacional Electoral luego de conocerse un video, que no se sabe si es de 2005 o 2009, en donde se le ve recibiendo fajos de billetes.
Y hablando de Fajardo, es claro también que se trata de otro de los grandes hechos políticos del año que termina. En primer lugar porque, como ya se dijo, sumó 4,6 millones de votos en la primera vuelta, lo que lo convierte en el candidato presidencial de la franja independiente con el mayor apoyo en las urnas en las últimas décadas. Aunque también hay que recordar que inició el año peleando con Germán Vargas Lleras la punta de las encuestas pero perdió terreno en los debates y por haberle dejado el camino libre a Duque y Petro en las consultas internas. Luego fue evidente que al dejar en libertad a sus votantes para la segunda vuelta, perdió margen de maniobra política. También es obvio que al no jugarse a fondo por la consulta anticorrupción, ese terreno se lo ganó Claudia López, que hoy ya le compite como posible candidata de “tercería” para 2022 al exgobernador antioqueño. Paradójicamente Fajardo cierra 2018 tal como empezó: arriba en las encuestas de imagen y favorabilidad.
Otra de las grandes sorpresas de este año fue la reinvención del exalcalde y excandidato presidencial Antanas Mockus, cuya votación para Senado fue la gran responsable de que la Alianza Verde pudiera llegar a 10 senadores así como adueñarse de la bandera de la anticorrupción, dado el perfil y credibilidad del profesor de origen lituano. No se puede olvidar que este sumó más de 500 mil votos, ubicándose segundo detrás del propio Uribe y ganándole a muchos caciques partidistas e incluso al propio Jorge Enrique Robledo, el más votado del Polo. Aunque en su ejercicio parlamentario Mockus no ha brillado, sí lo ha hecho en sus ejercicios pedagógicos, ya sea con situaciones burdas como la bajada de los pantalones en la plenaria cuando no dejaban escuchar el discurso del Presidente saliente, o con situaciones ejemplarizantes como la “prueba de confianza” que organizó con el propio Uribe y un parlamentario del Polo.
Eso nos lleva al otro gran protagonista político de 2018, el senador Robledo. Tuvo un año con altas y bajas. Inició como precandidato presidencial pero dio un paso al costado para adherirse a la fórmula Fajardo-López. Punteó en la lista del Polo al Senado, pero solo con 220 mil votos, pese a que muchos de sus copartidarios esperaban más. Aunque ahora es la voz cantante del partido de las toldas amarillas, ha tenido que competir codo a codo con Petro para convertirse en la cabeza visible del también nuevo e inédito bloque de oposición (ver página 7A). Si bien es cierto que lideró los dos principales debates de control político este año, contra el Ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, por el caso de los “bonos agua” y el fiscal Néstor Humberto Martínez por el tema Odebrecht, del primero salió fortalecido pero en el segundo el jefe del ente acusador le ganó la partida al replicarle muchas de sus acusaciones.
Más protagonistas
Y hablando del Fiscal General, también hay que incluirlo entre los hechos políticos más determinantes de este año, no solo por lo concerniente a la gestión del ente acusador para develar el entramado del caso Odebrecht (que incluso terminó con fiscal ad hoc a bordo para tres casos específicos), sino porque su despacho fue determinante para impulsar varios de los proyectos anticorrupción con más viabilidad en el Congreso. Igualmente ejerció fuerte presión institucional para que la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) no se extralimitara en sus competencias, sobre todo en casos clave como la captura con fines de extradición del parlamentario electo y excabecilla de las Farc, alias ‘Jesús Santrich’. No ha sido este 2018 fácil para Martínez, pero es claro que, al final, después de estar en el ojo del huracán por los audios revelados de sus conversaciones en agosto de 2005 con el recientemente fallecido Jorge Enrique Pizano, contralor de la concesión Ruta del Sol II, termina pasando el año gracias a ofensivas de la Fiscalía contra la corrupción, como en el caso de la llamada “mermelada tóxica”.
Igual puede decirse del procurador Fernando Carrillo, que tuvo un 2018 en el que el Ministerio Público puso la pauta en muchos temas, sobre todo en los anticorrupción, a tal punto que impulsó junto al Gobierno el proyecto de ley sobre probidad pública y fue una acción popular interpuesta por su dependencia la que esta semana dio lugar a la que, sin duda alguna, es la sanción más fuerte que se ha impuesto en Colombia por el escándalo de sobornos de Odebrecht: una multa de $800 mil millones a la constructora brasileña y sus socios colombianos, así como la prohibición para contratar por 10 años con el Estado.
Y, claro, no podía faltar en esta relación de cómo la política se convirtió en el eje transversal de la evolución colombiana este año, la figura omnipresente del presidente venezolano Nicolás Maduro, que fue tema recurrente en la campaña del primer semestre y también del segundo, por asuntos que van desde el aumento de la crisis humanitaria por la creciente migración de venezolanos, sus delirantes denuncias de complots para matarlo que serían ordenados desde Washington y Bogotá, y la postura férrea de Duque para que el dictador sea juzgado por la Corte Penal Internacional.
Un flojo arranque
Otro de las circunstancias que marcan este 2018 es el accidentado arranque del mandato Duque, a tal punto que sin haber completado sus primeros 100 días en el poder registró la caída más estrepitosa en los índices de favorabilidad de mandatario debutante alguno en Colombia.
¿Por qué? Para no pocos analistas fueron determinantes en ese revés en las encuestas hechos como una reforma tributaria que proponía inicialmente imponer un IVA del 18% a gran parte de productos de la canasta familiar, o el largo paro estudiantil, que duró casi tres meses y solo se vino a levantar el viernes pasado. También hay quienes consideran que algunos sectores le cobran al Presidente su estilo de mando tranquilo y pausado, muy distinto al beligerante que distinguió a Uribe y Santos, que todos los días se levantaban con los ‘guantes puestos’ para defender sus respectivas políticas de guerra y paz.
Es más, pese a que sectores radicales de derecha y centro derecha pensaban que Duque haría un ajuste drástico y automático al Acuerdo de Paz, en realidad nada de ello ha ocurrido, aunque es claro que no está dentro de las prioridades gubernamentales acelerar su implementación, como tampoco concretar la negociación con el Eln, que ya congeló. Por el contrario, son la lucha contra el narcotráfico, minería ilegal, disidencias de Farc, Eln, Bacrim y reducir los ataques a líderes sociales, las prioridades en materia de seguridad y orden público.
Pero más allá de eso uno de los hechos políticos más importantes del año es, sin duda alguna, el dilema de la llamada “mermelada”, entendida como el intercambio de cuotas políticas y presupuestales entre Congreso y Casa de Nariño. Una de las críticas más reiteradas al gobierno saliente de Santos fue esa relación nociva con el Parlamento, en tanto que Duque decidió que en su mandato la interacción con los partidos y los parlamentarios no se basaría en este tipo de transaccionismo.
Por ello el nuevo Jefe de Estado no solo eligió un gabinete de corte “técnico” sino que apenas si construyó una coalición oficialista de escasas mayorías, con el Centro Democrático, los conservadores, La U (otra de las sorpresas del año porque era el partido santista), MIRA y Colombia Justa y Libres. Por el contrario, acorde con el debut del Estatuto de la Oposición -otra de los hechos que marcan un punto de inflexión este año-, Cambio Radical y liberales se declararon independientes, en tanto verdes, Polo, Farc y Decentes se fueron a la oposición.
Ese nuevo mapa político del Congreso, en donde la Casa de Nariño no tiene mayorías claras, es el que explica por qué reformas como la política están hoy en vilo, en tanto la judicial se hundió indefectiblemente. Los proyectos anticorrupción van a mitad de camino y la reforma tributaria quedó para sesiones extras, aunque con una ‘peluqueada’ sin antecedentes: se cayó el IVA del 18% y de los $14 billones que se pensaban recaudar inicialmente para tapar el déficit fiscal heredado de Santos, la iniciativa que sobrevive apenas si recaudaría $7,5 billones.
El desempeño de la agenda legislativa prioritaria ha sido tan crítico que, incluso ya hay sectores, hasta del propio uribismo, pidiendo un tempranero recambio ministerial y un timonazo a la gestión gubernamental, a lo que Duque ha respondido de manera serena y clara: hay resultados de gestión, no hay “mermelada” no se gobierna por encuestas.
Quedan faltando muchos hechos en esta relación, pero está claro que la política en toda su dimensión fue la gran protagonista de este 2018. Hubo muchos cambios, ajustes, sorpresas, decepciones, novedades… Pero lo más importante es que todas se tramitaron por la vía institucional, democrática, en las urnas y sin romper una sola cláusula del estado de derecho. No muchos países pueden darse el lujo de una transición así.