Las elecciones se han ido transformando en severos concursos de popularidad, en donde importan más las formas que los planteamientos serios. En el fondo, lo que está haciendo presa del electorado estadounidense es la decepción.
Por GiovanniE. Reyes (*)
SE trató de algo generalizado entre los analistas políticos: se esperaba que una vez iniciada, la campaña de Donald Trump se desinflara en unos cuantos meses, pura llamarada de tusas. Pero es evidente que no es así. No es que, ni mucho menos, Trump tenga desde ya asegurada la nominación republicana. De ninguna manera. Su polémico estilo -quizá diciendo a pleno pulmón lo que muchos sectores en verdad sienten hacia temas como migración, economía y poder político estadounidense- le ha llevado a enfrentarse contra el “establecimiento” del partido más conservador en Estados Unidos.
A partir de lo anterior, se comprende que candidatos como Ted Cruz o bien Marco Rubio sean vistos como portavoces de la línea más tradicional de los republicanos. Se teme que, como lo ha demostrado Trump hasta ahora, la apuesta por su candidatura sea un genuino salto al vacío. No se le puede controlar y su inefable carácter tiene, obviamente, esa esencia de ser impredecible, inmanejable.
Sin embargo, el mensaje simplista, el “quick thinking” que tanto gusta a los sectores populares estadounidenses, con una oportuna dosis de patrioterismo, puede dar buenos resultados. En general está atrayendo votantes ahora con los argumentos más superficiales.
Es algo que surtió efecto con las candidaturas de George W. Bush: quien era “cercano a la gente”, una persona con la cual se podía tomar una cerveza, y no esos tipos estirados y liberales como Al Gore y John Kerry, que hablaban de temas complicados y de cifras, como lo aborda David Remnick en su reciente libro “Reportero: Artículo de New Yorker”. Es más, por inaudito que parezca, los republicanos explotaron el hecho de que Kerry era egresado de Harvard –una prestigiosa universidad que tiene 75 Premios Nobel, a fin de “desprestigiarlo” dado que era “liberal”.
Es en ese contexto en el cual conviene analizar la emergencia de candidatos de nuevo cuño, a quienes no se les exige ni experiencia, ni ideas, ni planteamientos de fondo. Eso también estaría aplicando, en un sentido inverso, a la candidatura del senador Bernie Sanders. En el fondo, lo que está haciendo presa del electorado estadounidense es la decepción.
Se presenta esto también en otras latitudes y elecciones. Allí está el posicionamiento de la extrema derecha francesa con el partido del Frente Nacional, o el estancamiento de las condiciones para formar un nuevo gobierno en España, luego de los reñidos resultados electorales del 20 de diciembre de 2015. Lo que ahora se recogen son los frutos de una sociedad que con mucho, ha despreciado el conocimiento, no valora la experiencia ni el estudio. Se aboca a vivir entre frivolidad, decepción, indiferencia y resignación.
En general se desconfía de los políticos tradicionales. Ese es el gran riesgo que debe sobrepasar Hillary Clinton. Esa campaña, además de fortalecer el contenido, debe tratar de acercarse a los problemas de diario vivir, comprendiendo de esa manera las condicionantes de la realidad, las percepciones y en general del imaginario colectivo de amplios sectores sociales.
Una cosa es una campaña política que trata de persuadir con hechos y criterios –forma “aburrida”- y la otra inspirar a la población. Con estos últimos procedimientos se tiene más un llamado subjetivo, buscando la emotividad, que planteamientos basados en la razón y el análisis. Estas fórmulas que buscan inspiraciones, fue, a propósito, parte del eje fundamental de la actividad política llevada a cabo por Barack Obama especialmente en la campaña que le condujo a la victoria en el otoño de 2008.
Un público decepcionado, cuando no indiferente, no es extraño en las actuales condiciones sociales de muchos países. Una vez que los grandes discursos de interpretación de la historia tratan de dejarse atrás, lo que queda es lo que el filósofo polaco Zygmunt Bauman ha denominado la “modernidad líquida”. Es decir que en las actuales circunstancias, los valores no tienen una referencia consistente, sino que se adaptan a los escenarios, así como los fluidos toman el volumen, de los recipientes que los contienen.
¿Hasta qué punto el pinchazo en la llanta que sufrió Donald Trump en Iowa –un pequeño estado, cuya población no es ni de cerca, representativo de la diversidad de la población del país- puede influir en los resultados de la nominación republicana? ¿Hasta dónde afectarán las posiciones social-demócratas de Sanders, considerando que en Estados Unidos la palabra “socialista” -como se ha auto-definido este candidato- es algo menos que un sacrilegio? Estos aspectos son desde ya cruciales y se despejaran en la larga carrera a la Casa Blanca que culminará con las votaciones del próximo noviembre.
Especialmente luego del apoyo de Sarah Palin a Trump, la dirigencia del partido republicano parece estar más preocupada de un “asalto a la candidatura” que pueda realizar el magnate de Nueva York. Para los demócratas, en cambio, ello no dejaría de ser un buen escenario. De entrada, en las condiciones actuales al menos parece ser más “derrotable” Trump por Hillary Clinton que en un escenario en donde los debates puedan ser con Ted Cruz o Marco Rubio. En esto desde luego, lo que se muestra no son contenidos, ni ideas, ni mucho menos programas de gobierno, sino medidas de “marketing” político.
Las elecciones en Estados Unidos se han ido transformando en severos concursos de popularidad, en donde importan más las formas que los planteamientos serios. En donde los caudales de dinero para publicidad son determinantes. Hasta ahora, como lo ha informado la prensa estadounidense, el total de la campaña estaría rondando los 5,000 millones de dólares. De allí que los candidatos que no salen bien librados en las votaciones de los primeros estados que realizan elecciones primarias, dejen sus candidaturas. En estas elecciones una de las primeras bajas en el bando republicano fue Scott Walker.
Un sector poblacional clave en esta elección son los jóvenes “Y”, “millenianns” o “generación del milenio”; esto es los nacidos desde 1980/1981 hasta la primera década del Siglo XXI. Es una generación a la cual se le escapa el futuro. Es muy probable que sean los primeros en los cuales no se cumple el sueño americano: alcanzar mejores niveles de vida que aquellos que vivieron sus padres.
No se sabe su reacción. Entre el temor y la esperanza, su posición política se conocerá con certeza la noche del 8 de noviembre de 2016.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.