Por Rafael de Brigard, Pbro.
Los mensajes y la predicación de la Iglesia Católica y seguramente los de otras confesiones cristianas pueden sonar un poco repetitivos durante estos días santos. Una vez más volveremos a exhortar a los colombianos a trabajar por el perdón y la reconciliación. No hay otra, por lo menos mientras persistan entre nosotros tantos problemas en las relaciones humanas a nivel familiar, social, político. Y también en la relación con la naturaleza, la cual, en nuestra nación, no la tiene fácil por tanto espíritu destructivo de los bienes que el Creador ha puesto a nuestro alcance. Y la matriz de estos temas, reconciliación y perdón, está en el mensaje y la obra de Jesucristo, el Dios encarnado que ha marcado para siempre la vida de la sociedad colombiana en particular.
El Cardenal Arzobispo de Bogotá ha expresado a este diario lo anterior con claridad meridiana: “Cristo… asume nuestros pecados para destruir el pecado, perdonarnos del pecado y darnos la posibilidad de reconciliarnos con Dios y con los demás. Y esto nos obliga a nosotros también a perdonar y a reconciliarnos con Dios y con los demás”. Para la sociedad colombiana y para cada ciudadano en particular hay una tarea inmensa por hacer en el sentido del perdón y la reconciliación. Mientras efectivamente esto no suceda, muchos esfuerzos por construir algo nuevo en el país están llamados al fracaso. La Iglesia insiste en que si se quieren realidades nuevas, lo primero es, siguiendo a Cristo, tener hombres y mujeres nuevos. Pero si no estamos dispuestos a cambiar en nada, tampoco el país lo hará.
La Iglesia al insistir tercamente en perdón y reconciliación aspira también a ayudar a superar la estrechez de un pensamiento muy extendido entre nosotros y que incita a la venganza y a la retaliación. Esa ha sido en gran medida la dinámica de los últimos cincuenta años de nuestra historia: violencia que genera más violencia y en todos los ámbitos. En realidad, el llamado que se hace en estos días desde los púlpitos, apunta a que se introduzca o profundice un cambio de mentalidad en la sociedad colombiana para que cada hombre y mujer de esta nación sea capaz, en palabras del Apóstol Pablo, de todo “lo bueno, lo agradable, lo perfecto”, según se lee en la Epístola a los Romanos, al iniciar el capítulo 12. Sí, no hay de otra: la Iglesia cree firmemente que si no hay cambio de mentalidad tampoco habrá perdón y reconciliación.
Igualmente, la Iglesia cree firmemente y lo proclama sin tapujos, que en Cristo todo lo anterior es posible. Y lo cree por la consistencia de su vida, de su mensaje y de su compromiso. Y por esta razón la voz de los pastores invita a tomar en serio estos días santos. Es importante que cada seguidor de Jesús sea capaz de detenerse un momento, hacer silencio para escuchar y abrir en verdad el corazón a la Palabra de Dios, reflexionar sobre su modo de vivir, corregir pecados y errores, y empeñarse en dejar que el Espíritu de Dios toque todo su ser, su mente, su cuerpo. A la Iglesia le interesa sobremanera proponer un mensaje de cambio y estamos necesitados de una transformación profunda en todos los niveles de nuestra vida. Y no nos cabe duda de que el modelo a seguir es exactamente la persona divina de Jesucristo.
Finalmente, la Iglesia en su mensaje de este año insistirá en que todos, tanto personas como instituciones, estamos llamados a ser promotores del perdón y la reconciliación. Y en este sentido también la Iglesia quiere ser muy elocuente y hablar sin temor. Hay un largo camino por recorrer para que todos nos sintamos parte de la solución. La paz política se negocia, pero la paz de los corazones se construye entre todos y la paz espiritual es regalo de Dios. Y no sería comprensible que la Iglesia no exhortara en estos días a la reconstrucción moral de las instituciones del Estado, carcomidas por una corrupción que nos devora insaciablemente. La inmoralidad en el Estado y sus instituciones son hoy en día unos de los mayores impedimentos para que se de efectivamente el perdón y la reconciliación. El Estado ha tomado visos de ser también en algunas instancias el ente más violento de todos porque la corrupción es también una violencia contra el ciudadano. Está claro, pues, que no hay alternativa para los profetas, para la Iglesia y las iglesias: hay que seguir exhortando a construir perdón y reconciliación, es de sabios mirar de nuevo el poderoso ser de Jesús, autor de nuestra salvación. Urge cambiar de mentalidad y sanar personas e instituciones. Una vez más, aunque suene repetido, la Iglesia lo dirá en alta voz en estos días santos. Pueda ser que alguien escuche.