Pazziamme, han perdido la cabeza: La sátira para Darío Fo | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Domingo, 23 de Julio de 2017
Este género literario no tiene una sola definición. Parece, al contrario, indefinible, pero hay algunos que se han atrevido a decir de qué se trata. Uno de ellos fue el premio Nobel de Literatura, Darío Fo, quien hasta su muerte defendió su obra, que criticó la iglesia, la política y hasta la Academia Sueca. “La risa libera al hombre de sus miedos”, decía

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“La sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos”. Esas fueron las palabras del dramaturgo y comediante italiano Darío Fo, premio Nobel de Literatura 1997, al definir este género literario mordaz, ácido y anti sistémico, que, pese una supuesta aceptación democrática, tiene poca aceptación en diversos sectores.

No es fácil definir la delgada línea entre la sátira aceptable y la que no. Esa que, en imágenes o palabras, hiere a una persona, religión o cultura, como pasó recientemente con la revista Charlie Hebdo, cuando publicó portadas satíricas contra el Islam, Mahoma y el Corán.

La comunidad musulmana en Francia, particularmente, criticó vehemente las publicaciones de la revista satírica, diciendo que atentaba contra su dignidad y creencias. Pero Charlie Hebdo, alegando la defensa de la democracia y el laicicismo, dijo que no tenía de qué disculparse. Siguió con sus caricaturas.

Este tipo de dilemas siempre fueron recurrentes en la vida de Darío Fo ¿Es publicable o no? ¿Es, en demasía, incorrecta políticamente? La confusión de sus ideas, que lo ponían a dudar pero terminaban siendo un aliciente, eran la composición ideal para su arte: pintaba, dirigía cine, hacía comedia (no stand up comedy) y actuaba. Todas, y cada una de ellas, sin olvidar su esencia: la sátira.

La sátira que siempre guio su obra. Aquella que llegó a criticar, mordazmente, hasta el papa Juan Pablo II, uno de sus personajes preferidos. Aunque no tan popular en sus dibujos como Il Cavaliere, Silvio Berlusconi, al que un día le dedicó una obra denominada: El anómalo bicéfalo. El chiste, si lo hay –depende de para quién-, toca contarlo, por las diferencias territoriales. Darío Fo intentaba representar el universo único y excéntrico de Berlusconi, que pensaba en italiano y maldecía en ruso.

Sus representaciones nunca dejaron de ser ácidas. Más que ácidas, cicutas –veneno con humor-.  Al principio, en sus primeros años de militancia política, se comprometió con el comunismo, pero al final se desencantó. Escribió “Muerte accidental de un anarquista” (1970), una historia sobre un trabajador en Milán detenido, por error, por la policía de la ciudad.

Esa obra fue, simplemente, una reivindicación política, con algo de humor, pero sin la mordacidad de su obra más importante: “Mistero Buffo”, escrita un año antes. Criticada por la iglesia católica, era –ha tenido varios lanzamientos- una mofa del poder de la iglesia en Italia. En 1977 fue emitido por la televisión italiana y el Vaticano, ante su visualización pública, la calificó de: “el espectáculo más blasfemo de la historia de la televisión".

“La sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos”

En 1983, Mel Gussow, crítico de The New York Times, definió a Fo como “imagina un cruce entre Bertolt Brecht y Lenny Bruce y puedes empezar a tener una idea del alcance del arte anárquico de Fo”.

La calidad de su sátira lo llevó a ser reconocido por la Academia Sueca con el Premio Nobel de Literatura, en 1997. Vestido de frac, con un corbatín tan blanco como su pelo, Fo les entregó a los invitados un cuaderno con varios dibujos para que imaginaran lo que querían decir, mientras él hablaba o, más bien, los interpretaba. Se titulaba: “Jogulatores obloquentes” –en latín- o “bufones que difaman e insultan”.

“Señoras y señores, el título que he seleccionado para esta pequeña charla es ‘contra jogulatores obloquentes’, que todos ustedes reconocen como Latín, latín medieval para ser precisos. Es el título de una ley emitida en Sicilia en 1221 por el emperador Federico II de Suabia, un emperador ‘ungido por Dios’, que nos enseñaron en la escuela a considerar a un soberano de la iluminación extraordinaria, un liberal”, dijo Fo.

Era, ante todo, una crítica a las instituciones religiosas y el supuesto progresismo –liberal del siglo XIII- de Federico II de Suabia, quien reivindicaba los valores cristianos en el Sacro Imperio Romano. Un hombre que, ante la caída de las instituciones romanas, se ensimismada en su religiosidad, ante el acecho de los moros por el sur y los bárbaros por el norte.

Dicen que  el principio básico del humor es reírse de uno mismo. Frente esa máxima humorística, Fo no dudó en preguntarle a los miembros de la Academia: “Pero, queridos, admitámoslo, esta vez lo habéis exagerado. Quiero decir vamos, primero le das el premio a un hombre negro, luego a un escritor judío. Ahora lo das a un payaso. ¿Lo que da? Como dicen en Nápoles: pazziàmme? ¿Hemos perdido nuestros sentidos?”

Poco o nada, explicó Fo sobre la sátira aquella vez que recibió el Nobel. Más bien intentó aterrizar este género literario a su mera existencia. “Puedo decirles que hay un número extraordinario de personas que se regocijan conmigo por tu elección. Y así les doy las gracias más festivas, en el nombre de una multitud de bufones, de payasos, de vasos y de contadores de historias”, dijo.

Orígenes

La sátira que se conoce hoy en día tiene sus orígenes en la Inglaterra del siglo XVIII. Inspirados en tragedias y diatribas griegas -Aristófenes, Epicteto- , George Townshend, dibujante, y William Hogarth, crearon numerosas caricaturas políticas logrando, junto a otros autores, la época dorada de la sátira.

Con el auge de la burguesía y el liberalismo, los enciclopedistas, Diderot y D`alembert, también fueron otros de los satírico más importantes, junto a Voltaire y Rimbaud, mordaces y críticos, que le dieron más fuerza al género en Francia. 

Recientemente, se conocen casos en los que la sátira, por “ofensiva y de mal gusto”, no ha sido bien recibida. Molesto, sin siquiera haber sido nombrado presidente, Barack Obama criticó la ilustración de Barry Blitt que fue portada de la revista The New Yoker. En ella aparecía Obama con un turbante y Michel, su esposa, luce un peinado afro con una AK 47. Colgado sobre la pared, hay un retrato de Osama Bin Laden. Y la pareja, alza su puño en señal de victoria. La caricatura no cayó para nadie bien y el Presidente vetó a The New Yorket en su primera gira.

Hay, como este, miles de casos en los que los protagonistas se molestan con el autor. El autor dice que es sátira. Y todo termina en esa línea delgada e, ¿indefinible? Hemos perdido la cabeza, ¡pazziamme!, diría Fo.

 

La opinión de Restrepo

El experimentado periodista colombiano y experto en ética, Javier Darío Restrepo, da su opinión respecto a las caricaturas escritas y los límites de la sátira

 

EL NUEVO SIGLO: ¿La caricatura escrita se puede asimilar a la caricatura de dibujo?

JAVIER DARÍO RESTREPO: Claro, tanto con palabras como por trazos se pueden hacer caricaturas. LA caricatura siempre tiene un elemento de exageración, pero es una exageración que busca poner en evidencia algo que comúnmente no se ve y luego al ponerlo en evidencia da lugar a la celebración humorística del asunto.

EL NUEVO SIGLO: ¿Cuál es el límite que tiene la sátira?

JDR: Tanto la sátira como todos los demás recursos humorísticos, tropiezan con dos grandes obstáculos o con dos grandes límites. Primero los derechos de las personas, por ejemplo el derecho a la intimidad, el derecho al honor, y la otra gran limitación que tiene debe ser con fundamento en la verdad. Nadie puede aprovecharse de situaciones falsas para hacer humor, el humor se hace a partir de la verdad no de la falsedad, son los dos grandes límites que tiene el humor.

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