¿Cuál es el escenario con que llegan los colombianos a la elección presidencial de hoy? Las últimas tres semanas de campaña para la segunda vuelta permitieron consolidar dos elementos específicos: la diferenciación entre las dos candidaturas y la polarización del país alrededor de ellas. El resto resultó desde subordinado a lo anterior o apenas anecdótico. AnálisisEL NUEVO SIGLO
Pocas veces como en esta ocasión se había presentado una campaña presidencial tan reñida. En el fondo lo que se presenta es una configuración de dos tendencias políticas que hoy quedarán electoralmente delimitadas.
La realidad es que desde que se estableció la figura de la reelección inmediata el escenario político colombiano cambió definitivamente. Y si la justificación para ello en 2006 fue la necesidad de concretar y terminar la Seguridad Democrática que había comenzado Álvaro Uribe Vélez en el 2002, en esta ocasión el asunto es la reelección para concertar y terminar el proceso de paz. De hecho, políticamente, la primera reelección presidencial venía acaballada en una gran coalición bajo la jefatura natural de Álvaro Uribe Vélez.
Hoy, 15 de junio de 2014, la diferencia consiste en que ahora hay una coalición proclive a la paz y a una salida política negociada, establecida paulatinamente a partir de la primera vuelta presidencial, de hace 20 días, con un amplio espectro que copa desde la centro derecha a la centro izquierda.
Bajo esa tesis, entonces, es claro que lo que se está jugando hoy Colombia en las urnas va más allá de la simple titularidad en la Casa de Nariño a partir del 7 de agosto. Hay, como se dijo en el análisis del domingo pasado, dos corrientes políticas enfrentadas y cuya vigencia dependerá de lo que señalen hoy las urnas.
Distinto a lo que pasó en la primera vuelta, cuando en medio de cinco propuestas de igual número de candidatos era muy difícil establecer esas diferencias de fondo, tanto en lo político como en lo ideológico, ahora la situación es otra, pues si algo determinante ocurrió en estas últimas tres semanas fue, precisamente, eso: la delimitación clara entre lo que ofrecen los representantes de cada una de esas dos corrientes: Juan Manuel Santos y Oscar Iván Zuluaga.
Ese es el primer elemento clave del escenario con que los colombianos llegan hoy a las urnas para escoger al jefe de Estado del próximo cuatrienio.
De allí que no resulte para nada exagerado concluir que si bien en la primera vuelta la contienda presidencial no polarizó al país, pues el elector se decidió más por el perfil o el antiperfil del candidato a la hora de marcar el tarjetón, en esta segundo sí lo hizo. Y esa diferenciación fue de tal magnitud que, incluso, aquellos sectores y líderes que han querido ubicarse en el centro, sin decidirse por una u otra corriente, o incluso llamando al voto en blanco y la abstención, han sido objeto de fuertes críticas por parte de ambas orillas, bajo la tesis de que en estos momentos tan decisivos para el futuro del país, esa neutralidad terminaba favoreciendo, muy al estilo de una complicidad pasiva, al santismo o el uribismo.
Así las cosas, la diferenciación de corrientes y la polarización del país entre ambas, es la gran conclusión de estas tres últimas semanas que han pasado desde el 25 de mayo, cuando Zuluaga se impuso por más de 400.000 votos a Santos, en la primera vuelta.
Paraguas de la paz
¿Cómo se concretó esa diferenciación y la consecuencia polarización? La respuesta, por accidentado y complejo que haya sido este último tramo de la campaña, es, sin embargo, sencilla: Santos se afincó definitivamente como el dueño de la bandera de la paz y Zuluaga, no sólo falló al tratar de sacudirse de la percepción de que representa la inclinación uribista por la guerra y la salida militar al conflicto, sino que su bandazo por, como se dice popularmente, montarse al bus de la paz a última hora, no le resultó como esperaba.
Es claro, por ejemplo, que el mayor logro del Presidente-candidato en estas tres semanas fue, simple y llanamente, concentrar la mayor parte de su discurso en el tema de la paz y en la necesidad de que el proceso con las Farc en La Habana continué contra viento y marea.
Y para ello se jugó varias cartas en muy poco tiempo. Primero, logró que el ritmo de la negociación en Cuba se acelerara, de forma tal que no sólo se llegó a un pacto sobre “la declaración de principios” para discutir el tema de las víctimas del conflicto, sino que las Farc aceptaron, por primera vez en la historia, ser victimarias y, por ende, estar obligadas a compensar con verdad, justicia y reparación.
En segundo lugar, cuatro días atrás el Gobierno se jugó una importante carta: oficializó que existen conversaciones preliminares de paz con el Eln que deben llevar en poco tiempo a la instalación de una Mesa de Negociación, que funcionará bajo las mismas mecánicas y condiciones que la de La Habana. Es decir, las tratativas son el exterior, no hay despeje ni cese el fuego internos y, lo más importante, que el objetivo final será el desarme de los subversivos.
De esta forma la apuesta por la paz se elevó, pues ya no sólo se trata de acabar o mantener un proceso, sino dos. Y allí hay un elemento que pesa a la hora de las urnas, pues tener a las dos facciones subversivas más grandes del país (10.000 hombres-arma entre ambas) le quitó eco a quienes decían que en La Habana no se estaba jugando la paz sino apenas un capítulo parcial para tratar de alcanzarla.
Y a ello sumó Santos una tercera y definitiva jugada: hacer creíble la tesis de que la paz sí puede estar por encima de los partidos y las diferencias políticas e ideológicas. Esa percepción es, en últimas, la base de las adhesiones que logró la campaña reeleccionista, pues está claro que el respaldo de la mayoría del Polo, la Unión Patriótica, la Alianza Verde, la cúpula empresarial, los sindicatos, las asociaciones de víctimas y desplazados, así como de medios de prensa nacionales e internacionales tienen como telón de fondo, no la persona del jefe de Estado, ni la calificación misma de su gestión, sino simple y llanamente la apuesta por mantener abierta la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz con las Farc y ahora con el Eln.
En ese orden de ideas, que triunfe la reelección en las urnas se ve más como un elemento consecuencial de esa apuesta por la paz que como un triunfo de la persona de Santos o de sus políticas gubernamentales. Es más, en muchas de las adhesiones, y el propio Presidente-candidato lo aceptó y reivindicó así, fue evidente que los sectores de izquierda e independientes han mantenido, mantienen y mantendrán fuertes diferencias con el Gobierno.
Este perfil crítico de las alianzas, que podría verse como una desventaja para Santos, resultó, al final de cuentas, a su favor, pues allanó un alud de respaldos que, si bien se esperaban, no se preveía en tal magnitud y volumen. Clara López, Antanas Mockus, Aída Avella, el expresidente Belisario Betancur, varios de los principales “cacaos” presidenciales, la cúpula de los verdes (a excepción de Peñalosa), sindicatos y, como si fuera poco, el grueso de la bancada vigente y electa del Partido Conservador, con los congresistas más votados a la cabeza.
Aunque en los debates radiales y televisivos se trató de bajarle el tono al tema de la paz y abrir la discusión de los candidatos a otros ámbitos como el empleo, la salud, la economía, el agro y otros asuntos de interés nacional, al final de cuentas el cómo acabar con el conflicto armado volvía a tomarse una y otra vez el escenario.
Si bien las cinco encuestas que se publicaron en la segunda semana de la campaña para la segunda vuelta, favorecieron tres a Santos, una más dio empate y la otra la ganó Zuluaga, lo que quedó en evidencia en esas mediciones es que acaballado en el apoyo al proceso de paz el Presidente-candidato tuvo más margen de acción que Zuluaga para las adhesiones. Ahora, del potencial electoral que de esas alianzas se derive hoy en las urnas, dependerá no sólo que la candidatura reeleccionista recorte el terreno perdido en la elección de primera vuelta, sino que pueda pasar de largo e imponerse definitivamente.
Jugada zuluaguista
¿Y la campaña zuluaguista? Tras el triunfo el 25 de mayo, inesperado para más de uno en las toldas uribistas, parecía claro que la estrategia debería ser una sola: enfatizar, enfatizar y enfatizar… en la tesis de una salida militar al conflicto armado, previo la apuesta por una negociación tan fuertemente condicionada con las Farc, que éstas terminarían por romper el proceso.
Y ello quedó aún más claro luego que horas después de su discurso de triunfo, Zuluaga anunciara que si llegaba al poder suspendería desde el mismo 7 de agosto la mesa de negociación de La Habana para revisar lo pactado y condicionar la reanudación de las discusiones a que la guerrilla se comprometiera a no secuestrar, reclutar menores, sembrar minas antipersona y adelantar cualquier ataque contra la población civil.
Sin embargo, en menos de dos días la situación cambió drásticamente. Como estaba previsto desde antes del 25 de mayo, Zuluaga y la excandidata conservadora Marta Lucía Ramírez sellaron una alianza. Hasta ahí todo pintaba bien, puesto que la aspirante había logrado dos millones de votos y sumarla a la campaña uribista (en la que militó en un principio un año atrás) era una jugada muy efectiva. Pero todo se complicó por cuenta de las condiciones de la alianza: ya no se suspendería el proceso de paz en La Habana (que todo el uribismo puro entendía como una antesala a un seguro rompimiento), sino que se mantendría bajo fuertes condicionamientos.
Ese bandazo confundió al interior y el exterior del Centro Democrático. En cuanto a lo primero, hubo incertidumbre en las filas regionales pues toda la campaña se hizo con la tesis de que con las Farc no se negociaba y esa fue la bandera que se ondeó en todo el país y que sumó muchos apoyos para ganar en la primera vuelta.
Un cambio tan repentino obviamente confundió y generó incertidumbre en un sector del uribismo más radical, para el cual el costo de la alianza con Ramírez fue muy alto. No fueron pocos los dirigentes que advirtieron que cambiar del escenario de enfrentar las banderas de negociar con las Farc y no negociar con las Farc, a uno en el que el dilema era qué clase de negociación se hacía con esa guerrilla, resultaba no sólo un riesgo de coherencia política sino que en apenas tres semanas sería muy difícil hacerle claridad al electorado al respecto.
Y a lo anterior se sumó que el santismo tomó nota del bandazo de Zuluaga y lo recalcó, sobre todo en los debates, una y otra vez. Aunque el aspirante del Centro Democrático repitió sus argumentos en torno a qué significaba ese condicionamiento a La Habana, fue evidente que el discurso que lo llevó al triunfo en la primera vuelta se desdibujó preocupantemente.
Aunque se creyó que al meterse Zuluaga también bajo el paraguas del proceso de paz (pero uno distinto al de Santos) el campo para las adhesiones se ampliaba, al final la estrategia no resultó y si bien el aspirante del Centro Democrático recibió apoyos de distintos sectores políticos, gremiales, sociales y regionales, al final no fueron tantos ni tan significativos como los de su rival.
Es más, se dice que, incluso por instrucciones del propio expresidente Uribe, al final Zuluaga trató de morigerar el bandazo en materia de proceso de paz, pero la enfermedad que lo aquejó en esta última semana y que lo obligó a quedar por fuera de competencia tres días, le impidió afincar ese mensaje, más aún en un electorado ya distraído en el Mundial de Brasil.
Por ejemplo, si bien desde el uribismo llovieron múltiples críticas al anuncio gubernamental de un proceso exploratorio de paz con el Eln, lo cierto es que la mayoría de las críticas se dirigió a que era una jugada “oportunista” y “electorera” del Presidente-candidato, más que al fondo del hecho mismo, es decir que ya el país no se encontraba ante la disyuntiva de romper o mantener un proceso de paz, sino dos.
Todo subordinado
Al describir el escenario en medio del cual los colombianos llegan hoy a la hora definitiva en las urnas, también se deberían sumar otros elementos que marcaron estas últimas tres semanas.
Sin embargo, la polarización alrededor del tema de la paz o la guerra o de qué proceso de paz debería mantenerse y cuál no, fue de tal magnitud que al final esas otras circunstancias resultan menores e incluso anecdóticas.
Las denuncias sobre un presunto fraude electoral que puso a circular el uribismo; los nuevos desarrollos del caso del hacker Andrés Sepúlveda que trabajó para la campaña zuluaguista; los señalamientos de politización de las actuaciones y pronunciamientos de la Fiscalía y la Procuraduría; los rifirrafes a cada minuto entre los voceros de una y otra campaña en medio de la caza de votos y adhesiones; las controversias sobre las estrategias publicitarias de cada campaña; el impacto de los dos comerciales virtuales que marcaron tendencia en internet (“la señora de las naranjas” y el de “zurriaga”); los agarrones entre los jefes de debates y voceros de ambas candidaturas; las constantes amenazas de llevar ante la justicia los señalamientos de lado y lado; las peleas entre columnistas por las posturas de unos y la insatisfacción de otros; la polémica sobre el papel jugado en la contienda por los medios de comunicación; los cruces de acusaciones entre las campañas por supuestas compras de votos y movimiento de maquinaria burocrática; la preocupación por los asomos de politización en la Fuerza Pública; e incluso el impacto de los dos debates televisivos que se alcanzaron a realizar entre Santos y Zuluaga, la forma en que allí ‘se sacaron los trapos al sol’ y las distintas versiones en torno a quién le fue mejor y a quién peor... todos esas fueron circunstancias que le pusieron picante a esta segunda vuelta, pero al final terminaron subordinadas o encuadradas en el tema central y preponderante: la paz o la guerra, o cómo hacer la primera. Negarlo sería apenas ingenuo.
¿Y entonces?
Llegada ya la hora de las urnas es claro que el escenario no permite prever con claridad hacia dónde se inclinará mayoritariamente el electorado. Las últimas encuestas no son referencia en la medida en que se refieren a ‘fotografías’ tomadas a la mitad de la campaña de segunda vuelta y cada día trajo tal cantidad de movimientos y noticias de lado y lado, que esos sondeos no son representativos frente a lo que pueda pasar hoy.
Así suene un poco insólito, que gane Santos o Zuluaga, en medio de un escenario tan incierto, no necesariamente resultaría un ‘palo’ o una sorpresa. Es más, las distancias en votación al final del día pueden ser cortas o largas.
Lo único claro es que sobre las 5:30 de la tarde, cuando el boletín de la Registraduría ya haya informado más del 90 por ciento de la votación, se sabrá por cuál de las dos corrientes políticas preponderantes se enrutará el país en la próxima década. Sobre las implicaciones de la escogencia, ya habrá tiempo de hablar.