Por Felipe Guevara Merino (*)
LAS pasadas elecciones en México se desarrollaron en medio de un clima político tenso. El inconformismo que las instituciones políticas generan y la oleada de escándalos relacionados con corrupción, fraude y censura contrastan con los altos niveles de participación y el triunfo parcial de los partidos tradicionales como el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN) dentro de la contienda electoral.
El pasado 7 se eligieron 500 diputados federales, para un periodo de tres años, 300 elegidos mediante mayoría simple y 200 más mediante el sistema de representación proporcional. La elección se organiza en cinco grandes circunscripciones electorales que dividen el país. Estas circunscripciones organizan a los 32 estados que componen los Estados Unidos de México en relación a su potencial electoral. También se eligieron algunas autoridades locales como 9 gobernadores y 16 congresos locales.
Conforme las campañas electorales avanzaban y la competencia aumentaba, una tercera vertiente promovía entre los mexicanos la necesidad de oponerse a las elecciones mediante la anulación del voto o la abstención. El boicot a las elecciones fue promulgado por redes sociales y grupos de acción colectiva de sectores estudiantiles y maestros dentro del país.
La especial confrontación entre Estado y sociedad civil en estados como Oaxaca, Michoacán, Guerrero y Chiapas impidió que fueran instalados varias casillas o puestos de votación el día de los comicios. De hecho la misión de observación electoral enviada por la Organización de Estados Americanos (OEA) retiró sus observadores del estado de Oaxaca ante lo volátil de la situación en ese estado.
Dos realidades parecen enfrentarse en México, por un lado la existencia de un inconformismo ligado a los sucesos de la desaparición de los 43 normalistas el año pasado, la revelación de la multimillonaria casa comprada por la familia presidencial y la expulsión de la periodista Carmen Aristegui de la cadena MVS luego de presentar ante los medios la noticia de la casa comprada por la familia presidencial. También, la iniciativa de venta de Pemex y las reformas educativa y energética impulsadas durante el actual gobierno.
Esta realidad ofrece un México confrontado con la institucionalidad, una sociedad civil apática frente al papel de los partidos políticos como intermediarios entre la ciudadanía y el Estado.
Los estados de Oaxaca, Chihuahua y Baja California con participaciones inferiores al 37% son muestra de los efectos de este fenómeno aunque con ciertos matices propios de su ubicación geográfica. Mientras en Oaxaca se puede hablar con propiedad de enfrentamiento y boicot al proceso electoral, en Baja California es más sensato hablar de escasa cultura política y apatía.
El declive en la imagen de los partidos tradicionales fortalece candidaturas independientes como la de Jaime Rodríguez Calderón apodado “El Bronco”, quien ganó la gobernación del estado de Nuevo León arrebatándole este cargo de elección popular al PRI, partido que había ganado las elecciones allí desde 2003.
La otra realidad muestra una ciudadanía activa y empoderada, que participa y confía en los partidos políticos. 83.563.190 millones de mexicanos estaban habilitados para votar en las pasadas elecciones del 7 de junio a diputados federales. De esos más de 83 millones votaron 39.87 millones de electores lo que arroja un porcentaje de votación de 47.72%. A nivel nacional en las elecciones para diputados federales los partidos PRI, PAN y PRD ocuparon los primeros lugares de votación con porcentajes de 29, 21 y 10% respectivamente, aunque su votación fue menor a la obtenida en las elecciones de 2012 y 2009.
Aunque el PRI conservó su mayoría dentro de la Cámara de Diputados con 203 puestos su caudal de votación descendió de más de catorce millones en las pasadas elecciones de 2012 a poco más de once millones este año.
El descenso en la votación de los partidos PRI, PAN y PRD abre la puerta a nuevos partidos y movimientos políticos que empiezan a ganar electores y posiciones dentro de los órganos colegiados de México. El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), liderado por el dos veces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador obtuvo una votación lo suficientemente significativa como para arrebatarles 35 escaños a los partidos tradicionales amasando un 8,3% de la votación.
De los nueve estados en los que se elegía gobernador, cuatro fueron ganados por el PRI, dos los ganó el PAN, uno fue ganado por un candidato independiente, “El Bronco”, uno por el PRD y uno sobre el que aún no se ha decidido por quedar empatados los candidatos del PRI y el PAN.
De cómo se desenvuelvan estás dos realidades dependerá el futuro democrático de México, estas elecciones sirvieron también como prueba para que las distintas fuerzas políticas midieran su potencial con miras a las elecciones presidenciales de 2018. La presión que la ciudadanía ejerce sobre los partidos políticos y la responsabilidad que a estos se les reclama por la coyuntura política mexicana han hecho que el sistema de partidos cambie. La oposición al PRI, PRD y PAN parece motivar el surgimiento de nuevas tendencias políticas que buscaran hacerse con un espacio en el gobierno.
(*) Investigador Observatorio de Procesos Electorales (OPE) de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.