Fieles, religiosos y aun no creyentes confían en que Francisco obre el milagro de desarmar los corazones de los colombianos para que “haya una paz verdadera”. Valió la pena soportar el inclemente sol y los dos aguaceros posteriores
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Los sentimientos encontrados que acompañaban a Liliana, una señora de unos 77 años que soportó el sol de la mañana, la lluvia del mediodía y de la de las dos de la tarde y la larga espera por el mensaje del papa Francisco en la homilía, se transformaron en “la dicha más grande del mundo”.
Iba feliz porque el Sumo Pontífice le dejó “una paz interior increíble y la esperanza de que todo puede cambiar si nos unimos”, pero de cierta forma triste porque no pudo estar cerca a “ese hombre tan maravilloso”.
De repente, cuando los fuegos artificiales empezaron a iluminar el gris cielo capitalino y las sirenas de las motos de la Policía sonaron, le renació la esperanza de tenerlo cerca. Y no se equivocó. “Lo mejor es que no me están estrujando”, dijo.
Y es que mientras la casi totalidad del millón de fieles que colmaron el Parque Simón Bolívar caminaban presurosos en busca del transporte que los llevara de regreso a su hogar, los pocos que se dirigían hacia la calle 53, tuvieron la fortuna de verlo.
Sentado cómodamente en la silla trasera del discreto Chevrolet negro, denotando cansancio pero con una sonrisa a flor de piel y la luz interior del vehículo para que lo pudieran observar, pasó a menos de un metro de Liliana, a quien su rostro se le iluminó y solo atinó a decir “gracias a Dios”.
“Cuando vino Juan Pablo II me tocó verlo por televisión. Ahora tuve la fortuna de verlo y escucharlo y me dejó una conmovida porque sus palabras llevan un mensaje profundo y si los colombianos las analizamos y las ponemos en práctica, este país va a cambiar”.
Liliana, al contrario de muchos otros, llegó al Parque Simón Bolívar sobre las seis de la mañana y se retiró algo más de 12 horas después. “Esto estaba muy bien organizado, así que fue fácil entrar y ubicarse”.
No obstante, otros como Alberto, decidió confiar en eso de que “al que madruga Dios lo ayuda” y se dirigió al Parque con 24 horas de antelación con la esperanza de que le permitieran el ingreso. No fue así. “En el primer anillo de seguridad nos dijeron que no era posible entrar y nos tocó quedarnos ahí. Hizo mucho frío pero decidimos quedarnos porque una oportunidad de estas solo se ve cada 30 años. Y Vaya que valió la pena”.
Al igual que a Liliana, Alberto asegura que después de escuchar al Santo Padre “empecé a sentir una paz interior, es como si sus palabras hubieran calado mis huesos y movido lo más profundo de mi ser. Creo que desde hoy soy un hombre nuevo”.
Larga espera
Cada uno de los actos en el Parque Simón Bolívar estaba programado meticulosamente. Aun así los fieles, en algún número, optaron por llegar desde la noche anterior o madrugar, a pesar de que sabían que tenían su lugar asegurado porque estaban debidamente acreditados.
En la medida en que avanzaba la mañana y el sol se hacía más intenso, las calles del barrio Nicolás de Federmán y sobre todo la 53 y la 63 se veían congestionadas, esta vez no por cuenta de los habituales trancones, sino por los miles que feligreses que querían asistir a la Santa Misa oficiada por Francisco, como lo llaman cariñosamente y como se lo hicieron saber cuando corearon su nombre en la medida que el Papamóvil avanzaba por el parque.
El sol, que para unos presagiaba “un día maravilloso” y para otros era presagio de lluvia, desapareció sobre las 12:07 y dio paso a las primeras gotas del que fuera un fuerte aguacero.
Nadie buscó en dónde guarecerse sino que continuó su camino, mientras los vendedores hacían su agosto. Los plásticos, que en principio valían $1.000 fueron aumentando de precio en la medida que arreciaba la lluvia, hasta que los llegaron a vender a $5.000.
Sobre la 1:20, desapareció la lluvia y el sol volvió a aparecer tímidamente. “Ya no va a llover más. Hará buena tarde”, dijo Pedro, un hombre con rasgos indígenas y que buscaba desesperadamente un “tintico para este frío”, pero no lo encontró.
Después de las 2:00 nuevamente apareció la lluvia. En el Parque ya había cerca de un millón de feligreses y ninguno se movió de su puesto. “Esto no es un sacrificio. Si llueve es por algo”, dijo Antonio, un hombre de unos 45 años y quien llegó de uno de los municipios de Cundinamarca.
De allí mismo, de Sasaima, llegó la hermana Marian, una sudafricana que lleva cinco años en el país y quien guarda la esperanza de que “el papa Francisco haga el milagro de desarmar los corazones de todos los colombianos para que haya una paz verdadera. La paz no se consigue firmando acuerdos como los de La Habana, sino con la voluntad de cada uno de los colombianos, siendo tolerantes, respetando al prójimo y trabajando unidos por un mejor país”.
Lo esperado
La Santa Misa estaba prevista para las 4:30 y el Papamóvil hizo su ingreso sobre las 4:00 al Parque Simón Bolívar. El anuncio, más que en el sonido interno, lo hicieron los asistentes quienes gritaron al unísono “Francisco, Francisco, Francisco”…
El recorrido por el interior del Parque dejó más satisfechos a unos que a otros porque lo vieron de cerca o porque solo pudieron verlo a lo lejos. Al final eso no importó porque escucharon el mensaje del Sumo Pontífice.
“El frío de la madrugada fue intenso. El sol calentó de lo lindo y luego la lluvia fue fuerte. Me tocó caminar desde la Avenida Rojas. Pero valió la pena estar acá porque en mi interior siento una paz que nunca había experimentado y creo que el Papa nos hará el milagro de darle la salud a mi hijo y de vivir en una Colombia en paz”, dijo Rubén.
Otro Rubén, pero venezolano, vino por dos razones. “Una, que a mi hija le falta un riñón y con la ayuda de Dios y la presencia del Papa, lo va a tener y dos, que a mi país llegará el cambio que tanto anhelamos para que vuelva a haber comida, medicinas y podamos vivir tranquilamente”.
Tras la bendición que impartió Francisco, los rostros alegres del millón de almas que colmaron el Parque Simón Bolívar, dio a entender que las expectativas se cumplieron./Carlos Higuera