El cardenal Jaime Ortega logró acercar a la Iglesia católica a un gobierno comunista, ateo y desconfiado. El arzobispo de La Habana se jubila, pero su salida no debería minar la influencia de la Iglesia en la lenta apertura cubana.
Durante más de tres décadas, Ortega, de 79 años, fue el arzobispo equilibrado pero firme que criticó al gobierno cubano y que obtuvo de él concesiones como la liberación de presos políticos.
Hoy el papa Francisco aceptó su renuncia como arzobispo de La Habana, tras superar la edad permitida para ese cargo, y nombró en su lugar al arzobispo de Camagüey (este), Juan García, un prelado muy discreto que en teoría deberá seguir con la línea de su antecesor.
Ortega será recordado como el anfitrión de los tres papas (Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) que estrecharon las manos de Fidel o de Raúl Castro, líderes de una revolución socialista que en sus inicios expropió templos y escuelas católicas.
Antes de declararse laico, el Estado cubano fue oficialmente ateo entre 1976 y 1992.
Ortega sirvió de "correo" secreto del papa Francisco en la mediación que ayudó al histórico restablecimiento, en 2015, de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, tras medio siglo de antagonismo.
"La Iglesia no puede ser nunca una simple espectadora. Estos procesos la Iglesia los tiene que acompañar con un diálogo", dijo Ortega en una entrevista el año pasado con Palabra Nueva, la revista de la Arquidiócesis de La Habana.
El líder religioso evocó así las palabras que le compartió su amigo, el entonces cardenal argentino Jorge Bergoglio (Francisco), y que resumen bien su propia actitud.
Entre Ortega y su sucesor debe haber una "continuidad, al estilo de cada obispo, pero eso es independiente de la actitud de la Iglesia frente a la realidad social", dijo a la AFP el secretario ejecutivo de la Conferencia Episcopal, el sacerdote José Félix Pérez.
"Duras pero justas"
Con su carisma y paciencia, Ortega convirtió a la Iglesia en un interlocutor privilegiado del gobierno que encabeza Raúl Castro desde 2008, tras dos décadas de enfrentamientos con el de Fidel.
El líder religioso, que adaptó la tradicional guayabera a su atuendo religioso, logró un equilibrio difícil de imaginar en su momento.
"Hizo críticas duras pero justas al gobierno comunista y a la política norteamericana de acoso y aislamiento", dijo a la AFP el académico cubano Arturo López-Levy, de la Universidad de Texas.
En 2010 estableció un inédito diálogo con Raúl Castro, que resultó en la liberación de más de 130 presos políticos, la apertura de espacios sociales para la Iglesia, así como la devolución de algunos edificios confiscados 40 años antes.
Ese año los cubanos vieron la imagen que resumía las nuevas relaciones Iglesia-gobierno: una foto en la primera plana del diario oficial Granma, de Raúl Castro, Ortega y el arzobispo de Santiago, Dionisio García, conversando amigablemente en el Palacio de la Revolución.
Ataques y aplausos
Pero ese acercamiento no agradó a todos, incluidos opositores que fueron excarcelados gracias a su gestión y quienes esperaban un discurso más frontal contra los Castro.
"Quizás estaba lleno de buenas intenciones para la Iglesia, pero el pueblo no lo ha visto así. Pienso que hay muchas personas contentas con el cambio", dijo a la AFP Martha Beatriz Roque, una disidente radical.
El opositor moderado Manuel Cuesta Morúa valoró la gestión del cardenal, pese a considerar que la Iglesia pudo hacer más por la apertura política en Cuba, donde rige un sistema de partido único.
"Su labor fue bastante positiva, con algunos puntos polémicos, sobre todo en la pluralidad política", señaló a la AFP.
Dos años después de su ordenación como sacerdote en 1964, Ortega debió prestar servicio militar en campos de trabajo forzado para homosexuales, religiosos y marginales.
Fue nombrado arzobispo de La Habana en 1981 y en 1994 investido como cardenal por Juan Pablo II, cuando la crisis económica tocó fondo tras la desaparición del bloque comunista soviético.
"Estratégicamente fue capaz de construir agendas comunes constructivas, con una visión optimista para beneficio de la nación cubana y de la propia iglesia", añade López-Levy.
Ortega "alentó y procuró el diálogo contra viento y marea", recordó Orlando Márquez, su exportavoz y quien dirigió hasta hace poco la revista Palabra Nueva.
De ahí que se espere que su legado oriente, al menos en principio, al nuevo arzobispo de La Habana.