Otra tormenta global: África | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Enero de 2014

Sometidas a presiones económicas y político-militares externas, la mayoría de sus  sociedades africanas no encuentran la solución política sostenible a sus crisis, ni logran volcar los beneficios económicos de la inserción global

Por Juan Carlos Eastman Arango*

Especial para EL NUEVO SIGLO

COMO fue tristemente habitual a lo largo de medio siglo, el XXI parece que no será diferente para los africanos en lo noticioso, aunque sí lo será, como de hecho podemos observarlo casi a diario, en la profundidad de su drama humano. Una vez más, las responsabilidades se evaden y se asignan indistintamente, según el caso nacional, según la problemática emergente, según la apreciación geopolítica desde los centros de poder global, tanto estatales como corporativos.

Desde África mediterránea hasta África Central, desde las costas del Océano Atlántico hasta el Océano Indico, y con la incertidumbre en las relaciones sociales y políticas en los países del sur, ningún espacio del continente está al margen de la crisis actual y de la que viene. Esta acumulación de amenazas internas y externas se vivieron entre las décadas de 1890 y 1910, durante los años de la descolonización y la guerra fría, y en esta segunda década del siglo XXI. Frente a expectativas seculares y frustraciones generacionales, las nuevas expresiones político-militares encontraron fértiles campos de cultivo para la violencia social y política. Las tendencias son desafortunadas para la seguridad humana de los africanos.

Nuevos desafíos para los africanos

Hace pocos años, la revista estadounidense Time reclamaba para África la condición de milagro económico del siglo XXI, una valoración que creían se proyectaba para los inicios de la segunda década, en medio de la crisis financiera global. Sin embargo, en el lapso de los tres años transcurridos, el horizonte de la mayoría de los países africanos es dramáticamente inestable, inseguro, inviable y violento.

Las promesas de una reinserción internacional de la mano de sus recursos naturales estratégicos y la voracidad de las economías emergentes de Asia, parecen mejorar los indicadores económicos, pero no van necesariamente de la mano con una mejoría o estabilización de las relaciones políticas y la confianza social.

El debate generacional más importante en el continente debe ser sobre ese modelo de globalización que se impuso y aceptó por las nuevas élites africanas, como se controvierte, de nuevo, en América Latina: ¿es una reproducción profundizada de la dependencia y del desarrollo desigual, así los “promotores de los “despegues” económicos sean China, Rusia, India o Brasil, y no solamente Estados Unidos y la Unión Europea?

La experiencia africana sigue siendo muy desigual. Con esperanzas de nuevos “milagros económicos” en unos cuantos países (tenemos ahora la promoción global de Angola), la tendencia mayoritaria es a experimentar una crisis nacional tras otra, desestabilizaciones regionales y una competencia más abierta y combinada en sus recursos por parte de las potencias globales tradicionales y de las emergentes. Se requiere, de forma urgente, romper el ciclo de violencias políticas, religiosas y étnicas; el modelo de negociación y resolución de conflictos que de forma metódica se aplica desde Estados Unidos y países europeos occidentales porque se agotó. Por lo tanto, el primer desafío para una paz sostenible es apropiarse de una revolución político-cultural en África, en manos y desde las necesidades e intereses africanos.

Las conversaciones y negociaciones de paz no pueden seguir siendo treguas confesionales ni inter-étnicas, y el Estado debe dejar de ser el botín y un bastión artillado, controlado por grupúsculos revanchistas, codiciosos y adscritos a intereses transnacionales que se turnan su control como si fueran “criaturas de estación”. Este escenario es un verdadero desafío para el ejercicio integral de la palabra “inclusión”, tan popular durante lo corrido del siglo XXI.

“Corazón de las tinieblas”

La pugna del eje China-Rusia frente a Estados Unidos y la Unión Europea no deja vencedores de momento y sí posiciones establecidas para lanzar sus nuevas ofensivas de seducción o imposición. Frente a los avances económicos chinos y la nueva oferta rusa de reducir la relación a negocios y no exhibir pretensiones “civilizatorias”, la agenda euro-estadounidense es ambigua e incierta: de un lado, está atrapada por la crisis económica metropolitana y el expediente militar de contención (iniciativa europea con Francia y el Reino Unido a la cabeza); por otro, se mueve de forma determinante bajo la reorganización del espacio político-militar (modelo estadounidense con su guerra contra el terrorismo, continuada por el presidente Obama) y la afirmación de Africom, el comando militar especializado subregional creado pocos años atrás por la administración Bush); sus pretensiones trascienden a África: articula, de un lado, la proyección africana de Al Qaeda desde Medio Oriente, y de otro, articula a América Latina, con el Comando Sur, en su lucha contra el narcotráfico, sólido y desafiante a lo largo del subcontinente.

La desestabilización en algunos países de África del Norte (Túnez y Egipto) o su casi desaparición como lo conocimos desde la década de 1950 (Libia), con su proyección creciente hacia el sur, especialmente bajo la inspiración secesionista y extremista del islamismo (Malí, Níger y Nigeria) se combina con el agotamiento político e institucional de otros gobiernos (como la República Centroafricana), que ofrecen una imagen fracturada de las relaciones intra-africanas.

Sometida de nuevo a presiones económicas y político-militares externas, la mayoría de las sociedades africanas no encuentran la solución política sostenible a sus crisis, ni logran volcar los nuevos beneficios económicos de la inserción global del siglo XXI, así sea desde la recuperación de su perfil exportador de materias primas y recursos energéticos, hacia el interior de sus colectividades.

El espejismo sangriento de la libertad

A las promesas de la mediática “primavera árabe” en África del Norte, han seguido la decepción, el agotamiento y la pesadilla colectiva. En su extremo occidental, dos países con larga importancia para la Unión Europea y Estados Unidos esperan su turno: el Reino de Marruecos y Argelia. En su afán de proteger a Egipto y conservar el sentido de los cambios políticos y civilizatorios que anhelan en el llamado Medio Oriente, Estados Unidos, sus aliados europeos y en la OTAN rediseñan el Estado nacional libio. Un modelo en experimentación frente a entornos hostiles inéditos y a organizaciones político-militares desafiantes conectadas con Asia Central y el África Sahariana. Si se consolida, lo que suceda en el espacio entre Marruecos y Egipto seguirá el modelo de reingeniería política y territorial en Libia.

¿Este era el “caos” deseado como modelo de gestión de EU?

Más hacia el sur, el caos parece ser la fórmula adecuada. Pero sabemos, gracias a la administración de George W. Bush, y a su equipo de asesores y consultores en el Pentágono, en la década pasada, que el “caos” es una fuente de oportunidades y un mecanismo de negociación. ¿Cuánto tiempo se puede administrar a favor de Estados Unidos la dinámica del “caos”? ¿Cuántos escenarios futuros están en capacidad de diseñar y ajustar los profesionales y técnicos de los Centros de Pensamiento y de programas especializados en las universidades estadounidenses, para anticipar y conducir los ritmos e impactos del “caos”?

Aquí nos encontramos con las amenazas más serias contra la integridad humana de los africanos. Se trata de una amplia geografía interconectada por sus precarias condiciones institucionales y la acumulación de factores desestabilizadores que se influyen mutuamente. Desde Malí y Níger y sus proyecciones sobre Nigeria -el gigante demográfico, energético y territorial de Africa-, pasando por la República Centroafricana y Sudán del Sur, golpeando las fronteras de los países nilóticos y de los ribereños de los Grandes Lagos, el panorama nos recuerda el desastre humanitario de la década de 1990 en Sudán, Ruanda, Burundi y la República Democrática del Congo.

La nueva pieza del “desorden que se viene” la aporta Mauritania; sus ciudadanos participaron hace pocas semanas en un proceso electoral legislativo insuficiente e insatisfactorio, que dejó con la victoria –por la decisión de sus contrincantes de no participar- al partido islamista Tawasoul, creando un ambiente adverso y volátil para las elecciones presidenciales de este año 2014.

Amenazante expansión

La sombra de la implosión somalí, inaugurada en 1991, mantiene su fuerza desestabilizadora sobre los países africanos del Mar Rojo, el Océano Indico Occidental y sus vecinos del litoral, como Kenia. De forma cada más regular, las contradicciones con las organizaciones extremistas islamistas en Somalia golpean la seguridad en las ciudades de Kenia. Las actividades somalíes en el mar contra mercantes de todas las nacionalidades y corporaciones transnacionales, le dieron un giro inédito a la proyección de las amenazas africanas sobre el entorno regional: piratería e inseguridad en las comunicaciones hacia el Mar Rojo y el Canal del Suez. Aquí se ha concentrado el poder político, jurídico y militar multinacional, con operaciones especiales para proteger el tráfico marítimo. Hasta iraníes y chinos participan en estas operaciones navales anti-piratería.

Después de 22 años de violencia inter-clánica y religiosa, la comunidad internacional “no ha descubierto” la fórmula política y administrativa para restablecer un orden básico para la reinserción pacífica internacional. Tanta exhibición de “incapacidad” no es creíble. Para algunos europeos y Estados Unidos, la solución pasa por la fragmentación del antiguo Estado nacional somalí, en principio, en tres entidades territoriales, una de los cuales tiene el mayor apoyo británico, como antigua colonia que fue: Somalilandia.

¿Es Libia el futuro de Somalia? A diferencia de ésta, el país norafricano está volcado sobre el sur de Europa, y se ha sumado a las presiones de los inmigrantes africanos que huyen de sus países. Los alcances de la crisis social en esta materia son tan amplios como las costas suramericanas: eritreos y somalíes se encuentran entre los indocumentados detenidos en los controles de inmigración en fronteras como Ecuador-Colombia, o gracias a las denuncias en algunas ciudades colombianas. ¿Destino único?: Estados Unidos.

¿Hacia una experiencia excepcional?

¿Y hacia el sur de África qué encontramos? Pareciera ser la excepción, aunque las tensiones políticas nacionales siguen imperando. Aquí se habla de recuperación económica (Angola, Botswana), contención de la implosión (Zimbabwe), amenaza de violencia sectaria en manos de antiguos enemigos, como la Renamo, después de 21 años de paz impuesta (Mozambique) y enormes expectativas por la transición post-Mandela para la sociedad sudafricana.

Las ceremonias alrededor de la muerte de Nelson Mandela y su convocatoria global para dirigentes políticos y de diferentes organizaciones durante la primera semana de diciembre, convirtieron a Sudáfrica en un símbolo de los tiempos que terminan y de la incertidumbre que llega.

No porque Mandela fuera garante de algún proceso de estabilidad e inclusión africana, sino porque con él desapareció una generación que aprendió, en medio de la violencia, las virtudes de enfrentar el futuro con las cargas del reconocimiento del pasado vivido, no con su desconocimiento, y sí con su aceptación nacional. Su prestigio ha sido utilizado de forma desproporcionada por algunos políticos profesionales colombianos y dirigentes sociales latinoamericanos: ¡se busca un Mandela criollo!, claman en las radios y a través de otros medios de comunicación, en especial para el maltrecho proceso de conversaciones que en Colombia puedan sentar las bases de un proceso de paz.

La muerte de Nelson Mandela tiene más significado para los sudafricanos negros que para el resto de los africanos, desde el Mediterráneo hasta el sur del continente, pues el debate doméstico tendrá un tono diferente una vez sus restos descansen en su tierra natal, y su memoria ingrese a la vorágine política y partidista por la verdadera Sudáfrica post-apartheid. Tremendo desafío para evaluar los 20 años del inicio de la democracia multirracial en 1994.

*Historiador, Especialista en Geopolítica y analista de asuntos internacionales. Catedrático de la Carrera de Historia en el Departamento de Historia y Geografía de la Pontificia Universidad Javeriana. Miembro de Cesdai(Centro de Estudios en Seguridad, Defensa y Asuntos Internacionales), Resdal(Red de Seguridad y Defensa de América Latina), Red Latinoamericana para la Democracia, Caribbean Studies Association, Atlantic Community y ALABC, Australia-Latin America Business Council (Member Overseas).