Otra exitosa noche de grandes pianistas | El Nuevo Siglo
Sábado, 28 de Febrero de 2015

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

TAMBIÉN la cuarta noche de la Serie internacional de grandes pianistas del teatro de Colsubsidio, fue un éxito. El pianista sueco Stefan Lindgren le trajo al público del pasado sábado un programa que le apostó a una selección de obras inhabituales en la primera parte y un Chopin, sin lugares comunes, en la segunda.

Lo inhabitual en la primera parte

Stefan Lindgren, además de gran pianista es compositor. Un compositor serio y, de paso, respetadísimo en su país. Lo digo para encontrarle una explicación a su postura muy audaz –también de audacias viven los pianistas- de abrir el concierto con una selección de Preludios de Sergei Rachmaninov; seis preludios, cinco provenientes del opus 23 y uno de la colección Morceaux de fantasie, op. 3.

Audaz. Porque algunos musicólogos dan por descontado que la serie op. 23 fue escrita como un todo y, por lo tanto, se la debe interpretar íntegra y en el orden original. El Preludio en Do sostenido menor, op.3 nº 2 tiene vida propia desde el día de su nacimiento, fue por décadas  su obra más popular y hasta opacó por completo otras composiciones suyas; de paso, no le generaba un centavo, porque la vendió al editor en un momento de necesidad por apenas 40 rublos, los editores se enriquecieron con ella y él se vio condenado a tener que tocarla absolutamente en todas sus presentaciones, de lo contrario el público se hubiera amotinado.

Pues, bien, Stefan Lindgren organizó su selección a la manera de una Suite, y con la manera vigorosísima como atacó los acordes iniciales del Preludio en Do sostenido menor, op. 3 Nº 2 elevó la temperatura de la sala y subyugó al público; lo que vino enseguida, con su selección del op. 23 fue, por decirlo, más sencillo: su pulcritud transparente en el en Mi bemol mayor, la gracia rítmica y la sensualidad exhibida en el popularísimo en Sol menor, la suprema delicadeza que derrochó en el en Re mayor por el control absoluto de sus “voces” y, bueno, cerró con la demostración de altísimo virtuosismo del dificilísimo en Si bemol mayor, del que se dice, es el más exigente de los que escribió Rachmaninov y una de las pruebas más contundentes a que un pianista puede someter la fortaleza de su mano izquierda.

Enseguida el que fue, desde todo punto de vista, la más alta cota de una noche que se desarrolló en las máximas alturas del piano de concierto: dos obras de Alexander Skriabin.

Nadie pone en duda que Scriabin, casi contemporáneo de Rachmaninov, fue uno de los compositores más originales de la historia; pero, por alguna razón, no le ha llegado su hora. Salvo un par de estudios de concierto que los pianistas tocan como obras de exhibición y el encantador Nocturno para la mano izquierda, que también interpretan por la misma razón de los estudios, su música, sinfónica o para piano, está ausente de los programas habituales de concierto.

La noche del sábado, fue la excepción. El solista tocó primero la gran Fantasía op. 28, que es una catarata de sonidos incesantes, de donde debe surgir, como lo hizo Lindgren, con absoluta nitidez la sensual melodía.

Y cerró la primera parte del programa con la otra novedad, la Sonata nº 4, op. 30; que de las diez que escribió Skriabin es una de las más bellas, la más concisa de todas y, desde luego, dificilísima. Lindgren deleitó con su fraseo impecable en el primer movimiento y en el segundo dejó boquiabierto a más de uno por la musicalidad y técnica que desplegó en el Prestissimo volando.

Lo habitual de la segunda parte

Bueno, lo de “habitua” se discute. Porque Chopin es un compositor prácticamente indispensable para cualquier pianista que se respete (ni siquiera Gleen Gould pudo prescindir de él y hasta grabó la Sonata nº 3. Lindgren escogió 4 obras para la segunda parte de su recital.

En primer lugar una de las más originales, y sin lugar a dudas una absoluta obra maestra, la Barcarolla op 60 que, desde luego, tocó con absoluta autoridad.

Enseguida la Balada nº 4, que de las cuatro que escribió el compositor polaco, es la más grande y la más compleja, la tocó haciendo gala de un dominio absoluto del complejo contrapunto que es su rúbrica.

Con mucho tino fue enseguida, a la manera de un remanso lírico, al solitario Preludio op. 45, donde mostró lo mejor de su técnica de legato.

Y para cerrar, luego de una noche de selecciones originales, se permitió una obra popularísima, que no fácil: la gran Polonesa en la bemol mayor, Eroica, op. 53: buena decisión, porque se podía sentir la emoción en los tendidos, en esa mezcla de sentimientos, por lo seductor de la música y porque la interpretación fue de primera clase, por la mesura en el pedal, por la seguridad de los ataques, por la sonoridad cataclísmica de algunos pasajes, por la filigrana que hubo en otros, por la emocionalidad, desde luego, en fin, una buena Eroica siempre es bien recibida y Lindgren la tocó memorablemente.

Los aplausos atronadores; bueno, los más emotivos de la noche, lograron dos Encores, el primero una selección de A prole do bebe de Villalobos, virtuosismo pirotécnico y luego un Intermezzo de Brahms, cuya sutil sonoridad parecía venir directamente del cielo…