Un gobierno en fuga… | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Marzo de 2024

*El petardo de la Constituyente

*Ponencia de la salud, a trámite legal

 

No se sabe de cuando acá una Asamblea Constituyente puede actuar de garrote para imponer ideas derrotadas en la arena democrática. Existe, pues, un gigantesco yerro político conceptual si se cree que un instrumento de este tipo sirve para llevar a cabo iniciativas que, por mostrarse lesivas para el pueblo, evadir la concertación y no tener bases fiscales, están en vías de ser archivadas en el Congreso, como la de la estatización de la salud.

De modo que la intempestiva exhortación del presidente Gustavo Petro de convocar una Constituyente, para camuflar la derrota del desgastado proyecto de ley en mención y distraer la inconsistencia y los escándalos de su gobierno, nació muerta, pese al revuelo causado este fin de semana. En primer lugar, porque lo que interesa al país, aquí y ahora, es precisamente seguir el curso legislativo natural y no detenerse en un petardo de este tipo con el fin de envenenar y obstaculizar el trámite parlamentario.

En ese sentido, ya es conocido que la arrevesada reforma de la salud tiene, en la Comisión Séptima de Senado, nueve votos cantados negativos, sólo cuatro positivos (tres del Pacto Histórico y uno de los ex-Farc) y otro neutro. Y no creemos que, a raíz de las amenazas presidenciales, repentinamente aduciendo el báculo de la Constituyente, los miembros de la célula legislativa se vayan a acobardar, ni mucho menos a condescender ante las propuestas clientelistas de que hizo gala el gobierno en la Cámara de Representantes.

Por el contrario, después de tantos estudios, audiencias y reflexiones de los ponentes sensatos, es a todas luces un acicate para mantenerse en toda la línea y salvaguardar la democracia colombiana de la deriva autocrática y la improvisación veintejuliera al estilo del discurso del viernes en la tarde en Puerto Rellena. Ciertamente la nación no está de feria, ni de minga, ni cree en refritos caudillistas tan perniciosos en la historia latinoamericana de ayer y hoy.

En efecto, con la misma dignidad de la Corte Suprema de Justicia, frente al embate gubernamental de que fue recientemente víctima, el Senado sabrá defender sus atribuciones y poner la frente en alto. Las instituciones colombianas ni se improvisan, ni ceden a los cantos de sirena, como los de la Constituyente petrista, que son más bien síntoma de la evidente debilidad y exasperación del gobierno, por lo común perdido en el diletantismo y frustrado por el plebiscito en contra que significó el descalabro en las elecciones regionales cuando su mandato electoral, en vez de renovarse, se vino a pique. No podría ser de otra forma, no solo por la negativa del pueblo a las reformas de tan sospechosas pretensiones politiqueras, sino por la debacle económica y el esperpéntico desquiciamiento de la seguridad y el orden público.        

Ahora, tal y como fue planteada, la Constituyente, en lugar de un mecanismo de participación ciudadana, se adujo como una vindicta. Lo cual, desde luego, es un despropósito puesto que, ante todo, se requiere de sindéresis y gran capacidad para aglutinar la mayor cantidad posible de voluntad política para sacarla avante. De resto, son palabras para la galería: si el actual gobierno no tiene ni fuelle para pasar una simple ley de honores en el Congreso, mucho menos para asumir un proceso legal de semejante envergadura y complejidad. De hecho, en el discurso antedicho el mismo presidente le dio un entierro de quinta al Acuerdo Nacional, que tanto había cacareado y que, como dijimos en estas líneas desde el principio, no era más que otra abstracción artificiosa.

Nadie le teme a una Asamblea Constituyente cuando ella es objetiva y necesaria. Y siempre bajo las cláusulas constitucionales correspondientes. Pero hay quienes todavía creen que estamos en las épocas de 1991, cuando esta figura no existía. Ahora es un instrumento plenamente reglado que incluso obedece, mejor, a una Asamblea Constitucional, con un temario acotado y específico y dependiente de una ley mayoritaria en el Parlamento, además de otros procedimientos que nada tienen que ver con ninguna facultad omnímoda, omnipotente y omnipresente. De manera que es un engaño decir que el gobierno tiene la varita mágica de la Constituyente. Mentira. Ni mucho menos arrogarse representaciones que no tiene. Y todavía peor meter a Colombia en el abismo chileno. Para no hablar de dejar en babia a los electores a quienes prometió que jamás propondría una Constituyente.    

Para no pocos la propuesta de Petro es una mampara para perpetuarse en el poder. Pero, por supuesto, la reelección no cabría de plano en temario alguno. Todo lo contrario: esa propuesta de la Constituyente más bien deja en claro que hay un gobierno en fuga, alejado de sus responsabilidades de gobernar y siempre buscando el atajo. Y que finalmente ha develado cuál es su verdadero “enemigo interno”: la Constitución. Esa que juró defender y que se mantendrá enhiesta, porque la democracia colombiana no cejará, ni tampoco la salud es un asunto vital para dejarlo en manos de la demagogia populista.