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En enero el líder chií, Nimr al-Nimr, fue asesinado por presuntos militares leales el régimen de Arabia Saudita. Indignados, millones de seguidores de esa corriente del islam coparon las calles de Teherán o Islamabad para protestar por su ejecución que, según ellos, era una muestra de las intenciones del rey Salam en Medio Oriente.
Como eterno enemigo, Irán intervino. Llamó a los saudís “asesinos” y alzó su voz para elevar la molestia de la comunidad chií. Desde entonces, no se sabía mucho de ese conflicto, salvo la guerra en Yemen que se había convertido en el epicentro de los egos de ambos países. Aquella continúa en 2016 y enfrenta al régimen autoritario de origen suní financiado por Arabia Saudita contra rebeldes Hutíes, guerrilla de procedencia chií, patrocinada por Irán.
Sin embargo, las miradas del mundo están puestas en la sangrienta guerra en Siria. Aunque se conoce que los Hutíes tomaron Saná, capital de Yemen, desestabilizando una región cuyo principal líder es Arabia Saudita.
Estados Unidos, aliado histórico de los saudís, está al tanto de la situación. Conoce como ningún otro el conflicto entre Teherán y Riad y trata de encontrar una posición neutra entre ambos. Pero los saudís consideran que se está inclinando por Irán, su enemigo acérrimo.
Al tanto de ello, Barack Obama visita esta semana el rey Salman, monarca de Arabia Saudita, para hablar de Irán, mirar alternativas para combatir el terrorismo islámico y tratar, con pinzas, el punto más polémico de la agenda: la supuesta coautoría del régimen saudí en los atentados del 11 de septiembre revelada en unos documentos confidenciales.
Irán es una prioridad en el encuentro, sin embargo, es un tema que, como el conflicto fronterizo entre Pakistán e India, no tiene forma de resolverse con los mandatarios que gobiernan en ambos países. Así que la atención recae sobre los presuntos documentos que señalan a los saudís.
Antes de salir hacia Riad, Obama dijo que apoyaba que se publicaran aquellos documentos. Según The New York Times un informe del Congreso de Estados Unidos presenta esas sospechas sobre el papel que jugó Riad, pese a que la Comisión 9/11, encargada de investigar los hechos, negó que funcionarios saudís estuvieran implicados.
Previamente a la visita de Obama, Arabia Saudita anunció que si se publican esos documentos su estrecha relación con Estados Unidos pasará a un plano menos amistoso. No obstante, el director de inteligencia de Estados Unidos, James Clapper Jr., en una entrevista con CBS, dijo que estaba estudiando la autorización para que se conocieran los documentos.
Pero las diferencias no sólo pasan por la publicación de los documentos. Medios locales dicen que el Congreso unánimemente lanzará un proyecto de ley que les permite a los ciudadanos estadounidenses demandar al gobierno saudí por los atentados del 11 de septiembre.
Tensas declaraciones
En 2002, cuando ejercía como senador por Illinois, Barack Obama dio un discurso en Chicago, que hoy, después de 14 años, es usado por los saudís como precedente para oponerse al mandatario.
Criticando la gestión de George W. Bush y a los saudís, Obama dijo “vamos a luchar para asegurar que nuestros llamados aliados en el Medio Oriente -los saudís y los egipcios- dejen de oprimir a su propio pueblo, y suprimir el disenso, y tolerar la corrupción y la desigualdad".
Aquellas palabras hoy se convierten en un veneno que amenaza con romper la tensa relación entre Estados Unidos y Arabia Saudita. El país petrolero ha sido un cómplice necesario de Obama, pese a sus amplias diferencias frente a los Derechos Humanos y la democracia. Aunque esa forzada estrategia pasa por su peor momento en el que la convicción política parece primar sobre la necesidad geo-estratégica.
Rob Malley, principal asesor del presidente para asuntos en Medio Oriente, le dijo a Foreign Policy, que "nuestros puntos de vista y los de algunos de nuestros socios en la región, en particular, Arabia Saudita, no siempre han sido perfectamente alineados", demostrando que es evidente las enormes diferencias entre los países.
Los analistas consideran que uno de los mayores problemas entre Estados Unidos y Arabia Saudita es que manejan diferentes agendas. Obama busca crear una gran coalición en la que incluye imprescindiblemente Arabia Saudita para combatir al Estado Islámico (EI). Mientras que para los saudís la prioridad es Irán y el acuerdo nuclear entre Teherán y Occidente, que en su criterio es peligroso.
El rey Salman sabe que el periodo de Obama termina en un año. Las diferencias entre ambos países, probablemente, terminarán cuando deje la Casa Blanca. Pero las iniciativas del Congreso como el proyecto de ley para sancionar a los saudís y la publicación de los documentos siguen en pie. Así que con o sin Obama Estados Unidos parece estar dispuesto a distanciarse de un viejo amigo, Arabia Saudita.