Chávez: ¿más vale malo conocido…?
Si algo ha quedado claro en el arranque del proceso de paz entre el gobierno Santos y las Farc es que el presidente venezolano Hugo Chávez ha jugado un rol protagónico, que no público. Sería apenas ingenuo desconocer que las hipótesis en torno a que los cabecillas de las Farc y del Eln se refugian en la vecina nación, con pleno conocimiento del Palacio de Miraflores, cobran ahora más peso específico.
No hay que olvidar que el propio Chávez afirmó días atrás que se sorprendió cuando el año pasado Santos habló con él en privado y le dijo que quería buscar un proceso de paz, para lo cual le pidió que ejerciera algunos buenos oficios. ¿Con quién? Obvio, con las Farc. ¿Cómo? Pues permitiendo que la cúpula subversiva escondida en Venezuela pudiera tener capacidad de movimiento para ir a Cuba o recibir a los delegados secretos del gobierno Santos.
Es evidente, entonces, que Chávez volvió a jugar un rol parecido al que desempeñó en el mandato Uribe, que después desembocó en un enfrentamiento político abierto entre ambos mandatarios, al punto que hoy se consideran enemigos irreconciliables. La diferencia radica en que Santos esta vez ha sabido limitar muy bien lo que requiere del Presidente venezolano, y éste, en una actitud por demás sorprendente, también acató esos condicionamientos, al punto que guardó el secreto y pese a las críticas de la oposición interna y de no pocos sectores colombianos, y no sólo los uribistas, mantuvo la prudencia. Si hubiera hablado, es muy probable que los contactos preliminares se hubieran truncado, pues Santos no habría tenido el suficiente margen de maniobra para defender políticamente la decisión de abocar un proceso de diálogo.
¿Le convendría al proceso de paz en Colombia que Chávez resulte reelecto el próximo 7 de octubre? Al tenor de lo anterior, habría que responder positivamente. Venezuela, junto a Chile, ejerce un papel de acompañamiento del proceso y se convierte en una especie de ‘base confiable’ para la cúpula subversiva que irá a negociar en Noruega y después a Cuba.
También es cierto que si bien hay empatía política entre el Gobierno del vecino país y las Farc, Chávez ya no es el mismo de años atrás, cuando creía realmente que la guerrilla podía derrotar al Estado colombiano. Hoy ya es consciente de que la subversión no tiene la fuerza militar ni tampoco la base popular como para forzar una guerra civil o un enfrentamiento de alta intensidad con las tropas legítimas. Bien se podría decir que el mandatario ‘bolivariano’ terminó por entender que una alianza con las Farc no es rentable, pues el poder en Colombia sigue concentrado en el establecimiento y será difícil quitárselo.
Ese convencimiento del Presidente-candidato en torno a la realidad del conflicto en Colombia puede llegar a ser clave cuando las Farc se tornen intransigentes en la mesa de negociaciones y Chávez, a quien le creen, les ‘recomiende’ ceder, pues, si se rompe el proceso, es seguro que por la vía militar serán derrotadas o diezmadas de forma drástica. No se puede perder de vista que el Mandatario venezolano falló en su intento de acceder al poder por la vía de las armas pero luego, por la política, se ganó las masas y ha dominado el panorama político de su país en más de una década. Mejor referente para una guerrilla debilitada pero con la intención de negociar poder, difícilmente puede existir.
Incluso hay quienes sostienen que si el proceso de paz avanza, Venezuela podría facilitar personal para verificación de acuerdos parciales, desarmes o incluso como destino de los ex guerrilleros que optaran por el exilio por temor a ser asesinados por las extremas derecha e izquierdas colombianas.
Como se ve, si el próximo 7 de octubre Chávez logra seguir en el poder, en la Casa de Nariño no habrá mucha preocupación en torno al impacto de esa reelección en el proceso de paz. Como bien lo dijera días atrás un ex negociador de paz en nuestro país, más vale malo conocido que bueno por conocer…
Capriles, ¿el bueno por conocer…?
En las últimas encuestas sobre preferencias electorales en Venezuela, el candidato de la oposición Henrique Capriles está muy cerca de Chávez y en algunos sondeos, que el oficialismo tacha de parcializados, logra superarlo. Más allá del contrapunteo político y mediático, el aspirante del antichavismo ha logrado fortalecerse mucho en los últimos meses, pese a que el Presidente-candidato se lanzó a la plaza pública y volvió a afincar ante la población la imagen de hombre fuerte que había venido perdiendo por cuenta de la afección cancerígena que se le descubrió y por la cual se sometió a un largo y desgastante tratamiento en el último año. A hoy, mientras el oficialismo asegura que Chávez superó positivamente la enfermedad, sus detractores sostienen que no es así y que, en realidad, se encuentra tomando medicamentos muy fuertes para paliar el dolor y demostrar una fortaleza que no tiene.
¿Si Capriles gana en las urnas el próximo 7 de octubre el proceso de paz en Colombia se vería afectado o beneficiado? Se trata de un interrogante difícil de responder, sin embargo hay pronunciamientos del candidato de la oposición en Venezuela que pueden dar luces sobre el asunto.
Capriles no tiene ningún tipo de empatía política o ideológica con la guerrilla colombiana. Es más, la mayoría de los partidos que lo apoyan han sido bastante críticos con el gobierno Chávez, acusándolo de connivencia y complicidad con un grupo terrorista como las Farc. Incluso, el aspirante ha llamado a la ciudadanía a denunciar la presencia de los irregulares armados en la frontera y poner en evidencia como su presencia allí tiene complicidad del chavismo. También ha insistido en los daños que la subversión le hace a la población venezolana y cómo la guerrilla colombiana considera prácticamente que enemigos a los antichavistas.
En ese orden de ideas, si la oposición gana las elecciones presidenciales dentro de tres semanas es muy seguro que, de inmediato, la cúpula guerrillera y los frentes subversivos que estén posiblemente escondidos en Venezuela tengan que salir de inmediato, so pena de ser atacados militarmente, incluso en coordinación en la frontera con las tropas colombianas y hasta con la ayuda directa o indirecta de Estados Unidos.
¿Serviría de algo que las Farc ya no se sientan cómodas en Venezuela? Al decir de algunos analistas sería clave para el proceso de paz que la cúpula guerrillera volviera a Colombia, pues una cosa es tener el riesgo de perder la vida o ser capturados y extraditados, y otra muy distinta vivir cómodamente y sin afán alguno en el vecino país, como parece ocurrir hoy por hoy. De igual manera, el accionar de la subversión en la frontera disminuiría drásticamente, pues ya no tendrían los guerrilleros la gabela de atacar a la Fuerza Pública y salir corriendo a refugiarse en el territorio de la nación vecina. El contrabando, el narcotráfico y el comercio ilegal de armas también serían más fáciles de golpear.
De esta forma las Farc ya no tendrían una válvula de escape en ningún país del vecindario y se verían más obligadas a firmar un proceso de paz, y hacerlo sin exigir en la mesa cesiones exageradas del Estado que no se corresponden a su estado debilidad militar y el cero apoyo popular.
También se da por sentado que Capriles tomaría distancia del proceso de paz con las Farc en Colombia, no porque esté en contra del mismo, sino porque sabría que cualquier espacio político a la guerrilla en nuestro país se erigiría de inmediato como un apoyo externo a la causa chavista, que seguramente estaría haciendo todo por volver al poder.
¿Si Capriles gana Venezuela no seguiría acompañando el proceso? Seguramente lo haría, pero ya Caracas no sería ‘base confiable’ para las Farc, sino con más empatía con el gobierno Santos. Al mismo tiempo ya no habría ese equilibrio político-ideológico que la Casa de Nariño trató de buscar al nombrar para este rol a un gobierno de izquierda (Chávez) y otro de derecha, como lo es Chile.
Obama: margen de tolerancia conocido
Cuando el presidente Santos, hace dos semanas, anunció que se habían realizado desde el año pasado contactos secretos con las Farc y que éstos derivaban ya en un acuerdo para arrancar una mesa de negociación, dejó en claro que desde el primer momento en este proceso de paz se informó a Estados Unidos de dichas gestiones.
Ese hecho deja en evidencia hasta qué punto Colombia sabe que la opinión de la Casa Blanca debe ser tenida en cuenta, no sólo porque se trata del país que en la última década ha girado más de 5.000 millones de dólares para financiar la guerra contra el terrorismo y el narcotráfico en Colombia, sino porque el naciente proceso de paz tiene como protagonistas principales (Cuba como sede y Venezuela como acompañante) a dos enconados enemigos de Washington, como lo son los regímenes de Castro y Chávez. Así las cosas, no tendría presentación que siendo Estados Unidos el principal socio geopolítico y comercial de Bogotá, se le mantuviera al margen de algo tan complejo como un proceso de paz con una facción armada ilegal que no sólo ha atacado objetivos norteamericanos en Colombia, sino que es considerada por Washington terrorista y responsable de una parte de los estupefacientes que ingresan a ese país año tras año.
También es evidente que el guiño estadounidense es importante, pues se trata de la potencia geopolítica del mundo que puede mover sus hilos para allanar apoyos internacionales a la búsqueda de una salida negociada a la guerra, o bloquear cualquier tipo de respaldo a la misma. Es obvio que Washington no vería con buenos ojos que a cambio del silencio de los fusiles en Colombia se pueda afectar el sistema democrático, el modelo de economía abierta, capitalista y garantista de la propiedad privada, y, mucho menos, que el país ingresara al eje del llamado ‘Socialismo del Siglo XXI’, que encabeza Chávez, a quien EU no pocas veces ha señalado de complicidades con las Farc.
Y de colofón, debe tenerse en cuenta que si bien la Casa Blanca ha venido reduciendo poco a poco el monte de aportes al Plan Colombia, aún gira una cantidad significativa de recursos que son clave para la lucha antidroga y el funcionamiento de la Fuerza Pública.
Hasta el momento el candidato-presidente del Partido Demócrata Barack Obama, que buscará a comienzos de noviembre la reelección, ha mantenido una posición flexible frente a Cuba y Chávez, maniobrando para no generar un roce político directo. Para ello ha esquivado lo más posible la beligerancia verbal de ambos regímenes.
También es claro que la Casa Blanca dio su guiño a la iniciativa de Santos para abocar un proceso de paz con una facción que Washington considera terrorista como las Farc. Que ese apoyo se mantenga dependerá de cómo avancen las negociaciones y qué tanto esté dispuesto a ceder el Estado a la guerrilla.
Por ahora Obama, fiel a la política de los demócratas de privilegiar los canales de diálogo antes que el uso preventivo de la fuerza que distingue a los republicanos, se mantiene expectante frente al proceso de paz y, de resultar reelecto, mantendría una postura similar en espera del contenido e impacto de los acuerdos a que se pudiera llegar.
En ese orden de ideas, que repita en la Casa Blanca le daría al proceso un margen de acción para demostrar su productividad o evidenciar su fracaso. Es claro que Gobierno y Farc tienen poco tiempo para empezar a demostrar la utilidad de la negociación, pues la opinión nacional e internacional está muy prevenida sobre las verdaderas intenciones de paz de la guerrilla.
Con Obama ese margen de espera es más posible, pues no le significaría ningún cambio radical en su política frente a Colombia, ya que desde hace meses está enterado de las gestiones de paz y hasta el momento se mantiene a la expectativa de lo que pueda pasar, sin oponerse radicalmente ni apoyar de manera abierta y proactiva.
Romney: apretar para forzar
Las últimas encuestas en Estados Unidos muestran que faltando menos de dos meses para los comicios presidenciales del 6 de noviembre, el presidente-candidato Obama apenas sí le lleva una escasa ventaja al aspirante republicano Mitt Romney. Los porcentajes de uno y otro se ubican dentro de lo que se llama margen de error.
Entonces, hablar de un posible triunfo de Romney en las urnas no es nada descabellado, más aún en un sistema político-electoral tan sui generis como el estadounidense, en donde no necesariamente gana el candidato que tenga más votos, sino el que sume mayor número de delegados Estado tras Estado.
Los republicanos han sido muy críticos de la política exterior de Obama y señalan que la Casa Blanca ha sido débil en hacer prevalecer el poderío militar y políticos de Estados Unidos, lo que ha permitido que peligros potenciales para los intereses y objetivos estratégicos norteamericanos hayan crecido en materia de riesgo potencial. Romney ha sido muy ácido, por ejemplo, al descalificar las estrategias de la Casa Blanca en América Latina. Ha dicho que a Obama le ha faltado mano dura para enfrentar con mayor decisión la persistencia del régimen castrista en Cuba y la actitud desafiante de Chávez, a quien todos los informes de Inteligencia de EU señalan de tener nexos con la guerrilla colombiana, no luchar de forma efectiva contra el narcotráfico, estar inmerso en una carrera armamentista y ser aliado de países abiertamente rivales o contradictores de Washington, como Irán.
Así las cosas, si Romney llega a la Casa Blanca en enero del próximo año, la política hacia América Latina cambiaría de forma sustancial, pues, de inmediato, un eventual gobierno republicano empezaría a buscar medidas para apretarle clavijas a Cuba, Venezuela y todo país o factor político que signifique un contradictor.
¿Qué pasaría en ese marco circunstancial frente al proceso de paz en Colombia? Lo más probable es que un mandato Romney exprese un apoyo más condicionado a la negociación de una salida negociada al conflicto en nuestro país. Por ejemplo, en temas como desmonte efectivo del narcotráfico (entrega de rutas y bienes) o en la extradición de guerrilleros acusados de atacar objetivos estadounidenses, la posición de Romney sería más dura y drástica que una eventual de Obama.
Un gobierno republicano, si bien alentaría a las partes a que sigan adelanta en las conversaciones, pondría de presente que Washington no estará dispuesto a que ni la guerrilla (a la que considera terrorista) ni otro gobierno con el que ésta tenga alguna afinidad política o ideológica, aprovechen el proceso para fortalecer el eje anti-norteamericano en el continente.
De igual manera, es factible que la Casa Blanca determine una evaluación de la utilidad de seguir apoyando el Plan Colombia y prefiera marchitar más rápidamente estas partidas y redireccionarlas a otros países más afines a los criterios de Washington.
De los discursos del aspirante presidencial Romney se deduce que tiene un perfil más amigo de hacer prevalecer la postura de que Estados Unidos tiene el garrote y está dispuesto a usarlo contra cualquier amenaza potencial.
¿Ello cómo impactaría al proceso de paz en Colombia? Si las Farc ven que Estados Unidos sólo está esperando a que se evidencie que la guerrilla quiere dilatar las negociaciones como táctica militar y política, es muy seguro que la Casa Blanca ‘hable’ con la Casa de Nariño para advertirle de esos riesgos y de las implicaciones que un debilitamiento político, militar e institucional en nuestro país puede tener para la alianza geopolítica entre Washington y Bogotá, la misma que los republicanos siempre han tenido a valorar más que los propios demócratas.
En otras palabras, con un Estados Unidos más duro, vigilante y dispuesto a no permitir que la guerrilla (en gran culpable del narcotráfico que llega a las calles de ese país) saque ventaja exagerada del proceso, es posible que las Farc se vean más presionadas a ceder en la mesa, a enseriarse en los compromisos que están dispuestas a asumir y ser más realistas en las cesiones que tienen que abocar a cambio de poder participar políticamente.