Crónica de Mabel Kremer
El Vicepresidente de la República Angelino Garzón perdió la pista de su papá desde que estaba en el vientre.
“Dicen que él murió cuando yo tenía cuatro meses, pero nunca lo conocí. Acepté que era un niño que no tenía papá”, asegura. Pero, como bien reza el dicho popular que “madre solo hay una y padre es cualquiera”, ni falta que hizo la figura paterna, porque su mamá tuvo las bolas mejor puestas que cualquier macho.
Doña Concha levantó a sus cuatro hijos vendiendo frutas y gallinas en la plaza de mercado y, aunque la pobreza reinaba en su casa, la comida jamás les faltó, “nunca me dejó dormir sin una aguapanela. Mínimo una aguapanela y un pan”, dice Angelino, el hijo menor, que la recuerda como una mujer fuerte y “jodida” a la que hoy ya no puede abrazar porque se fue a acompañar a los ángeles del cielo hace 10 años cuando era Ministro de Trabajo.
Aunque le ponen acento de tolimense en programas de humor político, el Vicepresidente es más valluno que el pandebono. Nació en Buga, donde estudió toda su primaria en escuela pública. En tercer año de bachillerato su mamá se lo llevó para Cali y lo matriculó en el Benjamín Herrera, un colegio semioficial de la Universidad Libre. Allí empezó a tener contacto con los ideales de izquierda.
“Desde los 13 años tuve relación con el Movimiento de Revolución Liberal del Pueblo que dirigía López Michelsen y la Juventud Comunista. Eran mis profesores y compañeros de clase”. Sin embargo, cuando estaba terminando quinto de bachillerato hubo un viraje. “El sector de la derecha se tomó la universidad y desplazaron la izquierda liberal y comunista. Los profesores y el rector fueron despedidos y a mí no me renovaron la matrícula”, recuerda Garzón, quien se vio obligado a regresar a Buga para terminar su secundaria con la decisión de dedicar menos tiempo a la actividad estudiantil para concentrarse en la actividad política.
De la escuela al trabajo
Para Angelino eso de graduarse e ir a la universidad era un sueño imposible. “La situación de pobreza de mi casa no me permitía estudiar y empecé a trabajar”. Afortunadamente nunca tuvo nada de vago. Al contrario, su lugar favorito era la biblioteca de la escuela y el taller de un ingeniero metalúrgico en el que, paralelamente al colegio, aprendió de aceros. “Entré a trabajar en la empresa Siderúrgica del Pacífico en control de calidad de aceros. En esa fábrica empecé mi actividad sindical”, asegura Garzón, quien además recuerda con gracia el día que el entonces presidente Carlos Lleras visitó la empresa y a duras penas determinó a los trabajadores. “Nos miraba de lejos. No tuvimos la oportunidad de saludarlo”, dice.
De esa empresa salió despedido dizque por andar de activista sindical. “Era el mejor trabajador de calidad, pero aun así me echaron”. Y ahí es cuando, según él, viene la primera reflexión. “A veces en la relación de los seres humanos pesan más los sentimientos partidistas e ideológicos que los profesionales y humanos, y eso me parece horroroso”, afirma Angelino. Pero como la vida da tantas vueltas, años después recibió una llamada de esa empresa, porque necesitaban ayuda del Ministro de Trabajo, o sea del mismo que 22 años atrás habían sacado de nómina.
Con toda la humildad del caso, porque el Vicepresidente es un hombre con el corazón desarmado, ayudó a buscar soluciones, pero eso sí con lección a bordo. “El presente y el futuro no se pueden encarar con resentimientos, pero sí con la historia en la mano para evitar cometer los mismos errores”. Y fue con estas palabras que aceptó las disculpas que le debían hacía tantos años.
Su segundo trabajo fue en Ferrocarriles Nacionales como mecánico y técnico de electricidad. Pero cuando le faltaba un día para cumplir su periodo de prueba, lo metieron preso. “Fui detenido por sospecha de estar vinculado con la guerrilla, cosa que a los cinco días quedó demostrado que era mentira”. Sin embargo perdió el trabajo de nuevo. Y aunque era mentira, lo cierto es que en esa empresa hizo amistad con otro mecánico llamado Elmer Marín, nada más y nada menos que uno de los fundadores del M-19 y hombre recordado por haberse escapado de la cárcel La Picota con Iván Marino Ospina por allá en los 80; el mismo que tantas veces invitó a Angelino Garzón a unirse a las filas de la guerrilla y recibió un no rotundo como respuesta, porque, según el Vice, “yo no estaba convencido”.
De sindicalista a político
Lo que sí le convenció fue el trabajo como dirigente sindical. Terminó siendo dirigente del sindicato del DANE, de Fenaltrase y Secretario General de la CUT. Fue vicepresidente del Partido Unión Patriótica, ingresó a la Alianza Democrática M-19 y fue miembro por ese movimiento de la Asamblea Nacional Constituyente. Y después de todo este recorrido, por fin entró a estudiar a la universidad, a sus 51 años de edad. “Entré a la Universidad Jorge Tadeo Lozano a estudiar Comunicación Social”. Con su alma de periodista formada ya por la escuela, empezó una nueva etapa como político. En el 2002, el presidente Pastrana lo nombró Ministro de Trabajo y Seguridad social, cargo que lo llevó a figurar como el Ministro más popular del momento. Después regresó a la tierrita como Gobernador del Valle del Cauca y de Cali fue a parar a Ginebra, pero no a la Ginebra del Valle, sino a la sede de la Embajada de Colombia ante Naciones Unidas en Europa.
Por ahora, luego de estar a punto de ser el primer colombiano en dirigir la Organización Internacional del Trabajo, OIT, seguirá siendo el Vicepresidente de los colombianos. Un hombre que no para de trabajar. Que seguramente continuará siendo protagonista de la historia política del país, como lo seguirá siendo también de aquellos programas de humor político, que aunque para él son “una expresión de clase muy fuerte”, a veces hasta le da risa y piensa que es mejor “no hacerles caso, porque en medio de todo me sirven de propaganda”, dice Angelino Garzón.