En el país existen seis tipos de aguas, cuyo volumen y potencial está entre los más ricos del planeta
Por Álvaro Sánchez *
Especial para EL NUEVO SIGLO
Siempre hemos oído decir que Colombia es uno de los países con mayor cantidad de agua dulce en el mundo; de hecho en los análisis de la década de los setenta la nación figuraba en el tercer lugar del planeta, en un ranquin de agua dulce por kilómetro cuadrado de superficie, y ocupaba un honroso segundo lugar en volumen de agua potable por habitante, excluidos claro está los casquetes polares.
Hoy por hoy Colombia figura en el noveno lugar en el primer ranquin y en el décimo segundo en el segundo. Si partimos de la base de que el agua no es generada por la naturaleza sino que es estable en la misma, deberíamos preguntarnos ¿Qué estamos haciendo para terminar a pasos agigantados con el más valioso de nuestros recursos?
Comencemos por decir que en nuestro país existen seis tipos de aguas: las aguas lluvias que, como su nombre lo dice, son aquellas que nos producen las lluvias; aguas superficiales, que son aquellas que se encuentran en los ríos lagos y lagunas; aguas subterráneas, que están bajo tierra y no siempre a bajas profundidades; aguas termo-minerales, que son producidas por efectos térmicos en el interior de la corteza terrestre; aguas de origen glacial, aquellas que provienen del deshielo de nuestros nevados; y aguas oceánicas y marinas, que son saladas.
Colombia, gracias a su ubicación, ha tenido entre las décadas de los sesenta y ochenta una precipitación promedio de 3.000 mm al año, mientras que la media del planeta fue de 900 mm y la de Latinoamérica de alrededor de 1.750 mm. Así las cosas no se podría argumentar que hemos tenido un decrecimiento importante en nuestra pluviometría y, por lo tanto, el problema no está, hoy por hoy, en las aguas lluvias.
Enclaves
Nuestro aprovisionamiento de agua está concentrado en varios sitios de interés para la industria extractiva y de poca presencia del Estado en su vigilancia, como son:
1. El páramo de Sumapaz, en el cual se produce agua suficiente para el país entero. Tiene en su seno el nacimiento de más de 25 ríos y surte de agua a 8 de las más importantes cuencas del país. En él se ha asentado tradicionalmente la guerrilla de las Farc, tiene importantes explotaciones mineras en el área de las canteras y se encuentran cultivos y ganadería por encima de los 3.000 metros e incluso de los 4.000 metros. Se podría decir que en los últimos 30 años se ha perdido cerca del 35 o 40% de su potencial hídrico.
2. La Sierra Nevada de Santa Marta: ella se conserva de mejor manera gracias a sus asentamientos indígenas; a pesar de ello la agricultura de sus laderas y los centros poblados que se han venido desarrollando deterioraron las corrientes que allí nacen y degradan al máximo ríos como el Manzanares, el Cesar y el Ranchería.
3. El nudo de Almaguer: se conoce como “La esponja hídrica de Colombia”. Allí se da vida a varios ríos, entre los que se encuentran el Magdalena, el Caquetá, el Cauca y el Patía. Aquí sí que existen problemas de deforestación masiva, amén de varios casos de minería criminal y de explotación agropecuaria ilegal.
4. El páramo de Santurbán: que por cierto se acaba de delimitar tratando de frenar su destrozo y en el que se originan ríos como el Lebrija y el Zulia.
6. Otros varios como el nudo de Huaca en donde nace entre otros el río Putumayo; el alto de Caramanta, donde nace, entre otros muchos, el río San Juan; o el nudo de Paramillo, en el que se origina el río Sinú; todos ellos con incidencia de la minería criminal o de los cultivos ilícitos.
No mejora
De otra parte, nuestro almacenamiento de aguas superficiales no está mejor. Aparte de los humedales que han venido desapareciendo del país en forma alarmante, tenemos una importante cantidad de lagos y lagunas, que se calcula en cerca de 1.650. Entre ellos se destacan la laguna de Tota, la laguna de La Cocha, la laguna de Fúquene, la laguna del Otún, el lago del Buey, el lago de Suesca, la laguna de Guatavita, la laguna de Santa Isabel y el lago de la Magdalena. Además existen importantes embalses, entre ellos se destacan los de Betania, Tominé, Chivor, el Guájaro, Guachanéque, el Sisga, Calima y las represas de Troneras, Río Prado y El Peñol. Todos estos almacenamientos se están viendo atacados por el mal uso que de ellos hacen sus usuarios y vecinos, así como por la falta total de control del Estado; más temprano que tarde tendremos que lamentarnos de no haber conservado esa riqueza que hasta ahora continúa siendo la envidia de muchas naciones.
Pero no solo se está afectando el recurso por la acción directa sobre el mismo, según expone el profesor Peter Bunyard en su teoría de la “Bomba biótica”, sino que el aumento de la tala de los bosques de la Amazonia significará un cambio en el comportamiento de los vientos alisios provenientes del desierto del Sahara y terminará por desertizar la parte central y oriental de nuestro país en un plazo relativamente corto.
Si llegamos a permitir que esto ocurra nuestro futuro es tener un país sin productividad agrícola, agua y bosques. Lo que hoy estamos permitiendo constituye una especie de suicidio colectivo, lento pero seguro.
Por último, y para empeorar el panorama, tenemos que mirar con cuidado el tema del calentamiento global. Este fenómeno aumenta las variaciones extremas del clima impidiendo el almacenamiento de precipitaciones extremas y aumentando los periodos de sequías. Con ello y el aumento de la temperatura promedio, se incrementa también el deterioro de nuestras reservas de agua superficial. No es mucho lo que podemos hacer al respecto pero hay que hacerlo y liderar un movimiento que involucre a los países desarrollados y que los comprometa a compensar en forma eficiente el daño causado.
La oportunidad histórica que tiene el país con la elaboración adecuada de los POMCAS puede ser el inicio de una adecuada gestión.