La horrenda tragedia de Niza, tal vez una de las peores en el holocausto terrorista que vive el mundo, y Francia en particular, ha indignado sobremanera a los galos y también a la comunidad internacional por no encontrar respuestas concretas y expeditivas en el gobierno de ese país.
Lo que se ha visto, hasta el momento, es una auto-exculpación permanente de las autoridades galas, así como de medios internacionales, en especial la televisión estadounidense, para distraer a la opinión en cuanto a si el terrorista era un “lobo solitario”, radicalizado a través de las redes electrónicas en Francia, o si hacía parte de los contingentes entrenados por el ‘Estado islámico’ en Siria e Irak, o en los enclaves satélites. Igual a lo que ocurrió en la reciente tragedia de Orlando, en la Florida (EU). Cualquiera sea el caso, inclusive si es un yihadista de otras organizaciones, el resultado es el mismo. Y, por tanto, resulta lamentable no tomar el toro por los cuernos y tratar de evadir la realidad que es una y solo una: el fracaso y la frustración tanto en los métodos como en las autoridades para impedir una hecatombe de semejantes proporciones.
Por eso, precisamente, las gentes gritaban en las calles francesas, y en especial en Niza, al ver la figura mustia del presidente Francois Hollande, en la televisión, palabras de alto calibre como “asesino, asesino” y otras imprecaciones por no haber impedido la sangría que en modo alguno puede volverse connatural y aceptada como parte de la vida en sociedad.
Tanto es así que si bien en los atentados franceses anteriores, cuando Charlie Hebdó o el Bataclan el pueblo sintió conmoción, en esta oportunidad su sentimiento principal fue el de la ira. Por lo demás, dirigida no sólo al terrorista, sino específicamente contra quienes deben resguardar el orden, en este caso al más alto nivel, que es nadie más que el presidente francés. Y no es para menos. El gigantesco reproche por el casi centenar de muertos, muchos de ellos niños, y más de 200 heridos, un porcentaje de ellos todavía en estado de coma o en cuidados intensivos, clama porque las cosas cambien en Occidente y no se siga con la misma retórica que ha significado parálisis y más muerte.
Desde luego, no se trata en lo absoluto, como incluso las mismas autoridades francesas y de otras partes del mundo intentaron sugerir, de que la ciudadanía pueda acostumbrarse al terrorismo y todos tan tranquilos. Por el contrario, nunca como hoy el tema mundial es la seguridad ciudadana. Porque no se trata, en sí mismo, de ejércitos enfrentados, sino de que la población civil, de hecho la más vulnerable, es el objetivo en los lugares de mayor concentración y menor prevención de la comunidad.
El tema está, por supuesto, sobrediagnosticado. Ya se sabe que quienes así actúan, supuestamente en nombre de una redención sobrenatural, no tienen ningún aprecio por su vida terrenal, mucho menos por las de los demás. Está roto, pues, el antídoto que preservaba, en la mayoría de ocasiones, los resortes de la humanidad.
Pero, sabido esto, no puede ser motivo para no hacer nada y quedarse cruzados de brazos ante los hechos reiterados, que no por repetitivos dejan de ser inéditos y cual más sangrientos.
Es posible, claro está, que el principal valor occidental sea la vida y que tal valoración es, precisamente, lo que se busca quebrar. Por ello, decir que hay que habituarse al terrorismo es darle la razón a quienes pretenden modificar los juicios de valor que han estructurado a Occidente desde hace milenios. Y si eso pasa, habría que declarar una derrota de la civilización, edificada con la vida como epicentro de lo humano.
El horrendo atentado de Niza es, por su parte, el más grande y dramático adelantado por una sola persona en el continente europeo, por encima del último perpetrado por un desquiciado noruego. Y una tragedia sin parangón, no solo por la cantidad de raizales y turistas muertos o heridos, sino por la caída de niños totalmente inocentes del mundo en que les tocó vivir.
La democracia occidental no tiene por qué irse a los extremos de aceptar el cacareado “choque de civilizaciones” como premisa de los tiempos contemporáneos. Pero tampoco puede dejarse agobiar y fenecer por la carencia de histamina en recuperar el sendero de los valores por la inmensa mayoría del planeta aceptado y practicado ¡No hay que resignarse!