Negociación de paz se tomó campaña presidencial | El Nuevo Siglo
Martes, 5 de Abril de 2016

¿Cuál será el tema que marque la próxima campaña presidencial? Esa pregunta, que puede ser considerada por algunos como demasiado tempranera, no lo es, sin embargo, para muchos analistas e incluso asesores de quienes se sabe tienen la mira puesta en la contienda por la sucesión de Juan Manuel Santos en el primer semestre de 2018.

 

Si bien es cierto que del segundo mandato del actual Jefe de Estado apenas han trascurrido un año y ocho meses, para nadie es un secreto que la campaña para reemplazarlo en la Casa de Nariño poco a poco ha ido tomando cobrando ritmo por tres hechos fundamentales.

 

En primer lugar, como no había ocurrido desde que entró en vigencia la Constitución del 91, en esta ocasión todo el país tiene la certeza de que el segundo a bordo, es decir el vicepresidente Germán Vargas Lleras, renunciará en menos de un año para postular su nombre a la jefatura del Estado. Es apenas lógico que cuando esta dimisión se produzca, será el banderazo oficial de la campaña. Negarlo sería de suma ingenuidad.

 

En segundo término es claro que ya cada uno de los partidos y movimientos políticos está empezando a mover sus fichas para irse posicionando frente a una campaña que ya tiene por lo menos de siete a diez nombres en el pre-partidor presidencial, a saber: Vargas Lleras, Oscar Iván Zuluaga, Gustavo Petro, Marta Lucía Ramírez, Sergio Fajardo, Humberto de la Calle y Jorge Enrique Robledo.  Y eso sin contar perfiles como el del actual procurador Alejandro Ordoñez, el senador Iván Cepeda o la misma Clara López, entre otros.

 

En tercer lugar, y quizás el punto más importante de los tres mencionados, está el hecho de que el proceso de paz con las guerrillas sin duda alguna será el mayor dinamizador de la próxima campaña presidencial, al punto de acelerar el lanzamiento de candidatos y precandidatos, presionar la definición de las alianzas y contra alianzas, así como impulsar la concreción de los escenarios resultantes de la eventual participación de las guerrillas desmovilizadas en el pulso de poder por el Congreso y la Casa de Nariño.

 

Esto último será determinante porque en las últimas dos décadas la balanza de la paz o de la guerra es la que ha marcado la preponderancia en el poder en Colombia. Un rápido recorderis: la elección presidencial de 1998 se definió favor de Andrés Pastrana por la expectativa de la apertura de diálogos con las Farc; las de 2002 y 2006 se inclinaron por Álvaro Uribe en la línea de una salida militar al conflicto; la de 2010 estuvo marcada por el mismo énfasis uribista pero en cabeza de un sucesor, Juan Manuel Santos, exministro de Defensa; y en 2014 la reelección se definió cerradamente a favor de la continuidad de la negociación con las Farc en La Habana.   

 

Primer cambio

Cuando en septiembre pasado el presidente Santos y el máximo cabecilla de la guerrilla, alias ‘Timochenko’, anunciaron que el 23 de marzo de este año se firmaría el acuerdo final de la negociación de paz, todos los cronogramas que se proyectaron pronosticaban que hacia junio o julio próximos se estaría votando el plebiscito o cualquier otro mecanismo de refrendación popular. Tras ello, comenzaría, en caso de ser avalado en las urnas, el proceso de implementación de lo pactado.

 

De esta forma, cuando arrancara la campaña presidencial en 2017 ya no estaría de por medio el  proceso de negociación con las Farc, sino en vigencia el mecanismo para aterrizar y aplicar todas las reformas y cambios derivados de ese acuerdo final.

 

Ese escenario probable indicaba, entonces, que los precandidatos o candidatos a la Casa de Nariño no tendrían que tomar posición frente a lo que pasaba en La Habana, pues ya sería una etapa superada y el tema de la paz se centraría más en las propuestas de cada uno sobre cómo implementar lo ya acordado y refrendado. Es decir, que más que heredar un proceso de paz, el próximo gobierno heredaría la obligación de cumplir el acuerdo final.

 

Estas predicciones, sin embargo, se trastocaron ya que, como es sabido, el plazo final del 23 de marzo para firmar el acuerdo final con las Farc no se pudo cumplir, y a hoy no hay una nueva fecha para cerrar las tratativas en La Habana.

 

Temas tan gruesos y complejos como el cese el fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, el cómo y cuándo del desarme subversivo, las zonas de ubicación para concentrar los contingentes guerrilleros y el mecanismo para que los desmovilizados puedan empezar a participar en política, tienen trabada la negociación.

 

A ello se suma que también es grande la contradicción en torno a los mecanismos de refrendación e implementación del acuerdo final, ya que mientras el Gobierno insiste en hacer lo primero vía plebiscito y, lo segundo, mediante una “comisión legislativa especial de paz”, la guerrilla se mantiene en no aceptar ninguna de esas dos alternativas por no haber sido acordadas entre las partes y reitera su exigencia para que se convoque a una asamblea constituyente.

 

Así las cosas, es muy difícil plantear cuándo podría terminar la negociación con las Farc, tampoco en qué mes podría  citarse el mecanismo de refrendación popular del acuerdo y más incierto todavía si este año hay posibilidades de iniciar el proceso de implementación de las reformas legales y constitucionales necesarias para cumplir lo pactado.

 

En otras palabras, la previsión de comienzos de este año en torno a que la campaña presidencial no sería paralela a la negociación con las Farc en La Habana, ya es hoy incierta, por lo que es muy posible que arranque la puja proselitista sin que todavía se haya llegado a un acuerdo final en Cuba o, al menos, se haya convocado a los colombianos a las urnas para aprobar o improbar lo pactado.

 

Esto cambia, entonces, el escenario del arranque de  la contienda proselitista, ya que los precandidatos y candidatos tendrían que tomar posición frente a cómo avanzan las tratativas en La Habana o, incluso, tener que pedir a sus parciales que voten “Sí” o “No” en las urnas para refrendar lo acordado.

 

Segundo cambio de escenario.

Pero si el proceso de negociación de las Farc puede terminar siendo paralelo al arranque de la campaña presidencial, más aún lo serán las conversaciones con el Eln, ya que la instalación oficial de la Mesa apenas se surtirá dentro de dos meses, en Quito.

 

Todos los analistas coinciden en que este proceso no será rápido, debido a tres elementos básicos. En primer lugar, el hecho mismo de que la fase previa y confidencial de los diálogos tardó dos años y dos meses, superando con creces  lo que demoraron los contactos preliminares con las Farc.

 

Como segundo aspecto es evidente que la mecánica de la mesa con el Eln es muy distinta a la que ha venido funcionando con las Farc en La Habana. En Quito habrá una amplia y protagónica participación de la sociedad civil en todos los puntos temáticos de la agenda, lo que es obvio que hará muy lento el avance de las conversaciones, ya que será necesario citar a cada tanto foros y congresos en distintas partes del país para que todos los sectores se pronuncien o hagan propuestas sobre asuntos tan complejos como el medio ambiente, recursos mineros-energéticos, inversión social, ampliación democrática regional y otros aspectos que han marcado la ideología de esa facción subversiva.

 

Y, como tercer punto, no son pocos los analistas que advierten que el Eln está consciente de que el éxito o fracaso de un proceso de paz con el Estado depende no solamente de lo que se alcance a pactar con un Gobierno que ya empieza a tener el sol a su espalda, sino que está supeditado principalmente a la actitud que asuma el sucesor de Santos frente a las tratativas y los acuerdos parciales. Es decir, que es muy posible que el Eln sí esté contemplando la posibilidad de arrancar negociaciones con la actual Administración pero concretarlas y cerrarlas con la siguiente. 

 

De ser cierta esta proyección, entonces la campaña presidencial se desarrollaría paralela a la fase final con las Farc así como a una intermedia con el Eln. 

 

Implicaciones

Como se ve, lo ocurrido en el último mes con estas guerrillas hace incierto el panorama para los aspirantes a la sucesión en la Casa de Nariño.

 

En primer lugar los obliga a tomar partido frente a la utilidad o no de las tratativas, o la propia refrendación, decisión de gran trascendencia, pues está visto que ponerse en una u otra orilla puede empujar una aspiración o lastrarla peligrosamente.

 

En el primer semestre de 2014, por ejemplo, las negociaciones con las Farc tenían un apoyo superior al 60 por ciento en las encuestas y aun así el candidato uribista estuvo a menos de un millón de votos del reelecto Santos.  Hoy por hoy los sondeos evidencian un progresivo desgaste del apoyo popular al proceso de La Habana como también pesimismo frente a la naciente negociación con el Eln.

 

Este escenario obviamente pone a pensar a cualquier staff de campaña sobre qué posición asumir frente a los procesos de paz, más aún cuando se parte de la base de que lo pactado con una y otra guerrilla se debe aprobar o rechazar el paquete. Es decir, que se acepta todo lo pactado y refrendado o se niega en su conjunto. Las posiciones intermedias y reflexivas, aunque políticamente sean lógicas, a la hora de la verdad no serían aceptadas por ninguna de las dos facciones subversivas, que siguen la tesis de que todo lo que pacten con el Gobierno tendría que cumplirse en su totalidad y no por partes opcionales.

 

Está claro que en la baraja de posibles candidatos y precandidatos presidenciales ya mencionados hay muchos perfiles y matices frente a lo que es un proceso de paz, lo que se puede ceder a cambio del fin de la guerra y lo que no se puede negociar así ello implique mantener el conflicto armado. Hay posturas muy definidas no solo en el espectro político e ideológico de extrema derecha, derecha, centro-derecha, centro-centro, centro-izquierda e izquierda radical, sino también en cuanto a la mecánica más conveniente de las alianzas políticas y electorales que garanticen la posibilidad de ganar en las urnas y acceder a la Casa de Nariño.

 

A hoy es muy difícil tratar de individualizar cuál será la estrategia de esos eventuales aspirantes y los que surjan más adelante, como también vislumbrar qué posición tomaría cada uno de ellos frente a procesos de paz que han demostrado tener un ritmo accidentado, a tal punto que mientras un día se piensa que hay vía libre para superar los temas más complicados, al otro la contradicción entre las partes es de tal magnitud que se teme la ruptura definitiva de las negociaciones y el regreso a una guerra sin cuartel.

 

Por ahora, lo único claro es que la paz será, sin duda, el tema central de la próxima campaña, como lo ha sido en las últimas cinco contiendas, para bien o para mal.