Hubo de pasar exactamente un siglo para que, por fin, se viera la luz del otro lado del túnel. Y fue literal. El 4 de septiembre pasado el presidente Iván Duque cortó la cinta que dio al servicio el emblemático túnel de la Línea.
Se trata de la obra de infraestructura más importante en la historia de Colombia pues no solamente había sido el sueño del país desde comienzos del siglo 20 y que se hizo realidad justo en el año de la pandemia, sino que desde el punto de vista de la ingeniería es uno de los viaductos más largos de América Latina.
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La idea de atravesar la Cordillera Central para establecer un corredor que uniera el occidente con el centro del país, acortar las distancias y mejorar el comercio, nació en 1902 durante el Gobierno del presidente Manuel Murillo Toro.
Con la Ley 102 de 1922 se marcó el inicio oficial de una obra que, se suponía, no tardaría más de dos o tres lustros pero que, sin embargo, estaría marcada por el signo de la improvisación durante más de ocho décadas.
Y así se mantuvo hasta 1985 cuando se retomó la idea de construir la megaobra y comienza, entonces, la estructuración del proyecto.
Pero solo hasta 2009 es que comienza en firme la excavación del túnel principal de 8,6 kilómetros de largo, a 2.400 metros sobre el nivel del mar y 8,5 metros de altura.
Desde entonces el proyecto más importante de la ingeniería a la par que avanzaba en los aspectos técnicos también afrontaba los rigores propios de la época: dilaciones, Otrosíes, adiciones presupuestales, cancelación de contratos, etc.
Hasta que finalmente, en diciembre de 2018, se aseguraron los recursos necesarios para la terminación de las obras pendientes y la puesta en servicio de las estructuras complementarias, y el año pasado, acudiendo a la figura de urgencia la megaproyecto entró en su recta final.
Así, un siglo después y con una historia centenaria de frustraciones y aplazamientos, el presidente Iván Duque dio al servicio el 4 de septiembre el complejo de viaductos que conforman lo que se conoce como el túnel de La Línea: un conducto principal construido a 2.400 metros sobre el nivel del mar a una profundidad de 900 metros bajo el punto más elevado de la Cordillera Central conocido como el Alto de La Línea.
El complejo lo conforman, además, un túnel de rescate, tres túneles cortos, cinco puentes cortos, 17 galerías y 13,4 kilómetros adicionales de segunda calzada.
La obra, que aún tiene pendientes algunos trabajos por concluir, reducirá el cruce de la cordillera Central en cerca de 21 kilómetros y aumentará la velocidad promedio en 230%.
El túnel de La Línea se ubica entre los municipios de Calarcá (Quindío) y Cajamarca (Tolima), y consta de tres carriles, dos de ellos de operación normal y el tercero para atención de contingencias a través de las 17 galerías, cada 500 metros que comunican al túnel de rescate. En su interior se guardan los equipos electromecánicos con los cuales se provee la seguridad de operación del túnel principal.
Por ahora, el pasaje es unidireccional, del occidente hacia el centro del país, pero se espera que a mediados del año entrante sea inaugurado el segundo túnel para darle al complejo de infraestructura el sentido de doble vía.
Sin duda, se trata de la megaobra de ingeniería más ambiciosa construida en Colombia en la que fue necesario suscribir 13 contratos con diferentes empresas de ingeniería para culminarla, emplear a más de 5.000 trabajadores entre ingenieros y obreros y una inversión cercana a los $3 billones, de los cuales una tercera parte se invirtió solo en el túnel principal.
País de regiones
Desde finales del siglo 19, en Colombia siempre ha existido la idea de establecer un sistema multimodal de transporte de carga para facilitar la movilización de mercancías desde el centro del país hacia los principales puertos marítimos, como Buenaventura, en el sur, y Santa Marta, Barranquilla y Cartagena, en el norte.
De ahí que a la par con la navegabilidad del Río Grande de la Magdalena floreció también en el siglo pasado el transporte férreo, dos sistemas complementarios para la movilización de mercancías.
Sin embargo, es el transporte por carretera la principal actividad del país debido a la necesidad de conectar los grandes centros de producción con los puntos de embarque de importación y exportación.
Es ahí donde una megaobra de infraestructura como el túnel de La Línea cobra mayor importancia, pues acorta las distancias del occidente con el centro del país.
A todo ello se suma que la modernización de la infraestructura vial nacional potencializa la vocación productiva de todas las regiones del país y les da un gran impulso como polos de desarrollo de sus propias comunidades.
Ganancia social
Entre muchos otros beneficios, el Cruce de la Cordillera Central, como se llama originalmente el proyecto, reducirá el tiempo de viaje para el transporte de carga entre Cajamarca y Calarcá en 90 minutos, y el de tráfico liviano en 30 minutos pues la vía antigua continuará operando de forma paralela.
Además, fortalecerá la economía regional tanto del Tolima como del Quindío, regiones consideradas como verdaderas despensas agrícolas en el sur del país, generará miles de fuentes de empleos directos e indirectos, además de los ingresos para las rentas departamentales y el fisco nacional.
“Más que obras inertes, el Cruce de la Cordillera Central ha sido un mega proyecto concebido por y para los colombianos, que permitirá la generación de recursos anuales por $292.000 millones reflejados en la disminución de costos de operación y de tiempos de viaje, favoreciendo a transportadores de carga, de pasajeros y a viajeros que se desplazan entre poblaciones vecinas; eliminación de interrupciones en la vía y del Stand By de cargas, lo que se traducen en mayor flujo para el comercio exterior y la consecuente dinamización de la economía; una reducción en la accidentalidad de un 75 por ciento, privilegiando la vida y la seguridad de quienes transitan por este importante corredor; mayor velocidad de recorrido y el impulso al turismo, la valorización y el desarrollo económico regional”, destaca el Instituto Nacional de Vías.
Sin duda, obras como estas y en épocas tan difíciles para el país como la que marcó el año que termina, le devuelven a Colombia la esperanza de que con esfuerzo y poniendo a la nación por encima de cualquier otro interés, esta seguirá siendo polo de desarrollo regional y que la ingeniería colombiana tiene mucho que aportarle a la construcción del país que todos sueñan.