Urge mínimo común múltiplo para convivir | El Nuevo Siglo
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Jueves, 4 de Abril de 2019
Oscar Darío Villalobos C. *
Nuestra personal integridad moral resulta intención esencial e indispensable, no hay duda. Nueva entrega de la alianza de la Procuraduría General y EL NUEVO SIGLO

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Los estadios deportivos suelen ofrecer una experiencia intensa y difícil de apreciar en otros espacios de encuentro: unidad frente al objetivo, convicción y esperanza para creerlo posible y una dichosa navegación entre ondulaciones de emociones compartidas. Sin duda, solo la travesía entre esos ímpetus nos habilita para reconocer su valor. Como en el amor, quien en esas aguas no se ha extraviado, que no juzgue.

Allí, en las graderías, los cuarenta mil nos sabemos el jugador número doce. Entendemos también que su fuerza se emite desde el corazón. Que se hace tangible en la presencia y confianza de la compleja máquina agrupada, en sus emociones, sus coros y sus gritos que exclaman en colores: “Estamos con ustedes porque ustedes son nosotros”.

¿Podría existir un profesor, director de proyecto, líder político o espiritual, reformador, incluso dictador, en desinencia femenina o masculina, que no suspirara ante un comportamiento semejante en sus audiencias? Ya que a veces algunos nos sentimos llamados a la cátedra del Proyecto Social (con mayúscula), a dirigirlo, a dictar las reformas correspondientes, a imponer un poco de orden en el caos ¿podríamos también solicitarle al fútbol, al boxeo, o a otras de estas artes exigentes, que nos revelen sus secretos? 

Con la selección nacional jugando de local tenemos un acuerdo: “Somos uno.” En la base una emoción nos lo reclama cierto ¿Y nuestro proyecto social? Si alguna cualidad integradora habita allí, sin duda, estamos frente al Proyecto, al de la mayúscula. Y entonces todos, sino la mayoría, vamos a gritar: “¡Bravo!”, en coro, desde la gradería. 

Sin embargo… la noble aspiración del bravo colectivo reitera la pregunta: ¿Y nuestro proyecto social? La integridad que nos habita llama a interrogarnos acerca de nuestras propias emociones ¿Engranan ellas en un cambio de alta intensidad ante los propósitos y rutas del proyecto? Si es así, vamos ganando. Y si no, parece que iniciamos perdiendo el primer partido antes de alcanzar la cancha. Porque no vale la pena invertir esfuerzos en una didáctica de lo aburrido, y porque nadie va a querer escuchar, a menos que ofreciéramos lo que en público no se revela. Algo donde la misma voz de la pregunta ya tiene activo el freno de mano.

En medio del sonrojo podríamos suponer que resultamos demasiado inteligentes por cuanto muy pocos nos comprenden. Si este, en verdad, llegara a ser el caso, la voz de pepe grillo nos conduciría al tema del talento comunicativo… Y en tal evento, nuestra perspicacia parecería convocada a una concentración de alto rendimiento para desarrollar nuevas relaciones sinápticas. 

¡Exigente aquello de la ética y sus implicaciones políticas! Al menos lo parece tanto como en fútbol.

ENS

Interrogantes

Y si nuestro proyecto nos hace intensos y emotivos, con certeza, y, aun así, nuestras graderías están desocupadas… ¡Necesitaríamos responder con urgencia a las preguntas que trae el chorro de agua fría del descubrimiento! ¿Quiénes somos frente al conjunto que necesita vibrar en unidad gracias a una visión de presente, y de futuro, razonable y convincente? ¿Los del proyecto y los otros seguimos sin reconocernos? Así, jamás seríamos representativos. Resultaríamos cosa ajena para la soberana mayoría, para la voz de Dios. Y en ese parecer, las nubes se nos ofrecen como el reino prometido, ¡que desgracia! ¿Cómo escapar a semejante azar? ¿Cedemos o rentamos nuestro proyecto a quienes tengan existencia, fuerza y presencia en el estadio? ¿Nos resignamos a administrar con humildad nuestras privadas contingencias? ¿O buscamos, o construimos los puentes que puedan permitir que, al menos en aceptable mayoría, dejemos de ser mutuamente excluyentes? 

“¡Otra vez la vieja cháchara de la unidad nacional!”, pensaríamos en nuestras cavilaciones. “¡Por supuesto que no!”, nos respondemos. No estamos recurriendo a esa rascada figura electoral. ¡Porque otro supuesto nos impulsa en esta gesta! Asumimos que los habitados por una sana integridad somos también una saludable mayoría. Y es aquí cuando una carcajada escalofriante nos amenaza con estropear la reflexión.

Aquella misma voz se manifiesta desafiante: “¿Y qué clase de integridad es aquella que no tiene capacidad de integración?”. Y continúa con un tono que reta nuestra experiencia: “Parece enfermiza una integridad que conforma una débil mayoría”. Y, así, nuestra antes saludable mayoría revela un rol secreto de enjuague de consciencia ¿Los auto-denominados íntegros, pretendidos mayoría, seremos los silenciosos cómplices de los desmanes de otra escandalosa minoría? Y otra vez como en el fútbol ¿Cómo vamos a permitir los aficionados de la buena consciencia que las barras bravas nos estropeen los partidos, el estadio, su vecindario y hasta el mismo campeonato? La respuesta es simple, porque ya la conocemos. Haciendo nada.

Y para colmo, resultan legión las tribulaciones de la moral contemplando la política. Porque el flujo de agua helada traía más cuestionamientos ¿Y si nuestro motor emocional, aunque encendido, operara con carburante diferente al utilizado por las demás minorías en masa? De nuevo nos manifestamos como simple minoría. Ilustrada o lúcida, pero escueta minoría. Y como sabemos que nuestra integridad no nos permitiría esperar los siglos de los siglos a que llueva el maná de las soluciones sin esfuerzo, buscamos un papel para anotar las tareas que hoy nos han dejado los estadios.

Nuestra personal integridad moral, resulta intención esencial e indispensable, no hay duda. Sin embargo, desarticulada no va a conducir nuestro proyecto hasta eliminatorias. Las barras bravas tienen claro y en marcha su propósito. Y nuestra inacción, silencio y perplejidad son sus aliados. Entonces ya conviene preguntamos por, al menos, un denominador común que nos permita integrarnos al resto, y en nuestro lado. Y cómo el futbol mueve, porque también somos especie emocional, algo nos llama a preguntarnos por centros y estrategias que nos lleven a reconocernos, en las ideas, claro que sí, y también en los afectos y las emociones. Parece que el estadio nos pregunta: “¿Cómo van a hacer para aprender a quererse?”. 

¡Qué severa la cancha de la ética! ¡Tan pocas las jugadas y ya el primer tiempo se termina! Rigurosa como en fútbol, o acaso más, ¡nadie lo sabe!

 

* Coach organizacional. Movimiento Fuerza del amor.