Como sus abuelos y sus papás, Ingrid León es la tercera generación de su familia en ocuparse en el oficio de reciclar basura. Ella, no obstante, fue la primera de su clan que asistió a la universidad y ahora lo que hace, a través de la Asociación de Recicladores León Verde, es trabajar por el bienestar de la comunidad recicladora de Bogotá y por la dignificación de una labor que sabe, por la experiencia adquirida desde que era muy niña, que está rodeada de estigmas.
“No te puedo negar que cuando yo estaba en el colegio muchos niños me decían: ‘Tú eres hija de zorrero, tú vas a ser una gamina’, y mucha gente no quería compartir conmigo solo por eso. Y yo no lo veía como algo malo porque mi familia, mis papás, siempre fueron muy amorosos y trabajadores. La basura muchas veces no está en la calle sino en la cabeza de las personas que no saben distinguir el valor de las personas”, comienza su relato Ingrid León, una joven de 28 años que hoy hace capacitaciones y pedagogía en colegios, empresas y conjuntos residenciales sobre cómo hacer separación en la fuente.
Se convence aún más de que muchas veces la basura reside es en la mente de las personas cuando recuerda la historia de sus papás que, pese a que solo completaron la educación básica primaria, “fueron personas muy inteligentes, muy comprometidas y muy honestas”, que le enseñaron siempre a trabajar con honradez y a ganarse todo con su empeño. Hoy adultos mayores, no gozan de la mejor salud.
Y no es para menos la admiración que les tiene, pues durante toda su vida lo único que hicieron fue trabajar para sacar a la familia, y aunque de niña no lo tenía tan claro como lo tiene ahora, también llevan una vida contribuyendo a cuidar el medio ambiente. De hecho, los años de Ingrid como recicladora comenzaron desde que tiene memoria, pues para ella el oficio era un pasatiempo familiar.
Fue una infancia entre las zorras de los recicladores que había en el barrio Luis Carlos Galán, en la localidad de Engativá, un caserío de invasión que, ella recuerda, no tenía todos los servicios básicos y durante mucho tiempo estuvo sin pavimentar, pero una infancia feliz.
“Yo me crie allí y cuando yo no estaba estudiando mi papá o mi mamá o mis hermanos mayores me llevaban a reciclar en la zorra. A mí me encantaba. El reciclaje marcó mi vida y estuvo ahí desde que tengo uso de memoria. Eso sí, cuando me tocaba estudiar no podía acompañar a mis papá y me quedaba en la casa con mi mamá, que recuerdo se esmeraba mucho por arreglarme el uniforme para el colegio. Pero los fines de semana sí los acompañaba a reciclar”, precisó Ingrid, quien lo que hace hoy es un trabajo administrativo y operativo desde la Asociación, pero por supuesto recuerda como se recicla.
Su caballo, su mascota
Ingrid recuerda vívidamente los años en que acompañó a sus papás a ejercer el oficio, pues fue su vida hasta que entró a la universidad a estudiar comunicación social, pero rememora con especial nitidez a Rosita, el caballo que los acompañó en sus andanzas por años.
Consciente hoy más que nunca del maltrato animal y de toda la conciencia que se ha generado alrededor de la necesidad de proteger a los animales, Ingrid recuerda con algo de lástima el día que entregaron al caballo, pero celebra que pasara sus últimos años sin necesidad de trabajar. Nunca lo volvió a ver.
“Fui afortunada de crecer con mi papá y mi mamá todos los días. Muchos chicos crecen solo con el uno o con el otro pero yo los tuve a ambos y todos los días pude compartir un espacio con ellos. Mira, yo sé que puede sonar muy coloquial pero a mí me encantaba andar en zorra con ellos. En ese entonces uno no era tan consciente del maltrato animal, pero a mí me encantaban los caballos y yo me sentía como las princesas cuando andan a caballo y si te encontrabas un disfraz de princesa o de época… Me sentía viva”.
Hoy los señores carreteros -comenta que así se les dice-, que son quienes manejan los carros a tracción humana, son los recicladores de a pie “que uno piensa que reciclan cerca y no. Nosotros estamos en el barrio Las Ferias y muchas de estas personas vienen reciclando desde la 19 y las zonas de tolerancia. Caminan demasiado y hacen esos recorridos tres o cuatro veces por semana”.
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El valor del reciclaje
Esos días ya pasaron y hoy Ingrid trabaja en una asociación que recicla 800 toneladas mensuales de material que es aprovechado en forma efectiva, con alrededor de 168 hombres y mujeres recuperadores, que les sacan utilidad a desechos que tal vez no pertenecen aún a las canecas.
“Cuando creces con personas que reciclan lo primero que aprendes es a reutilizar las cosas. Hay mucha gente que le tiene algo así como resentimiento a los objetos que no salieron de un almacén y que le pertenecieron a otros, así estén en perfecto estado, como la ropa. Yo crecí sabiendo que esa ropa, si la lavas bien, te la puedes volver a poner. Muchas de las cosas de mi casa eran reutilizadas. Recuerdo que cuando hacíamos la ruta en las zorras veíamos cosas en buen estado y las llevábamos a casa: mi papá las lijaba, las pintaba y las reutilizábamos”, agrega Ingrid quien, sin más ni menos, comparte un lema que la ha acompañado a lo largo de sus 28 años de vida:
“En donde otras personas ven basura nosotros vemos oportunidades. Esa fue la gran lección que nos enseñaron nuestros padres, y que a nuestros padres les enseñaron nuestros abuelos. La lucha ha sido dura pero cada granito de arena pesa mucho”, culminó.