Un atentado terrorista es difícil de imaginar cuando no se ha vivido algo ni remotamente similar. Pasar por la misma calle que antes se transitaba a diario para ir al banco, para hacer las compras del día, para llevar de la mano a tus hijos al colegio, nunca será lo mismo, porque no es la misma calle. Así lo sea, no es ni volverá a ser jamás la misma calle de antes. Ahora tiene una marca indeleble.
Pero para los habitantes de Arborizadora Alta, el segundo barrio de Ciudad de Bolívar que ha sido víctima, en menos de un mes, de un ataque terrorista, la sensación es otra. Con la detonación primero al CAI de Sierra Morena (que el pasado 6 de marzo dejó el saldo de una persona herida), y con el último perpetrado el sábado, sin duda se respira miedo.
Lo hay, así como también terror, incertidumbre y desolación. Pero es un miedo distinto al que tradicionalmente experimentan sus habitantes, hasta cierto punto acostumbrados a dinámicas sociales y de inseguridad profundamente complejas.
Y lo hay precisamente porque el atentado del pasado sábado, que estremeció no solo a Bogotá sino a toda Colombia, se distanció de lo cotidiano, a lo que personas como María Eugenia, quien lleva 28 años viviendo en la localidad, ya está acostumbrada.
María Eugenia limpia casas en el centro de Bogotá. Antes el trabajo lo tenía en el norte pero apenas se le presentó la oportunidad laboral en la que actualmente trabaja, aunque paga menos, dijo que sí.
“Yo la verdad, verdad, no me siento segura, pero llego más temprano a casa, a eso de las 4:30 y es más tranquilo. Pero cuando mi hija llega tarde yo salgo a buscarla porque da miedo, porque por mi cuadra pasa mucho indigente. La localidad es tenaz: hay droga, delincuencia… de todo. Pero con lo último que pasó uno ya está muy ‘psicoseado’ porque uno siempre se pregunta: ‘¿en dónde las podrán?’, ‘¿me tocará a mí?”.
Hay mucho temor alrededor de esas cuatro escuetas palabras: “¿En dónde las pondrán?”. Varias madres de familia, quienes ya tenían acostumbrados a sus hijos a desplazarse solos a sus lugares de estudio, optaron por llevarlos ellas mismas, pues no pueden dejar de pensar que la única razón por la cual Daniel Duque, el pequeño de 12 años que falleció, ya no está con su familia, es porque estaba haciendo un simple mandado a las 7:30 de la noche y tuvo el infortunio de estar en el lugar y en el momento más equivocados.
¡Un niño! ¡Un inocente! El hijo menor de Gloria, quien lo describe como un niño alegre, un buen estudiante, un alma por la que hace algunos días cientos de sus compañeritos, profesores y vecinos, para quienes es incomprensible que esté muerto, hicieron “velatones” y marchas.
“Esta guerra siempre perjudica a los más inocentes y en este caso se llevó a mi niño, mi líder, mi alegría. Él era todo para mí”, le dijo su madre a medios de comunicación con la voz entrecortada, mientras mostraba un video de Daniel bailando porque “le encantaba”.
La de David y la de Salomé fueron dos muertes que todo el país lloró, pero que muchos padres de familia de sus respectivos colegios no han sabido cómo explicarles a sus hijos, quienes salieron el fin de semana esperando encontrarlos el lunes en sus respectivos pupitres, pero ya no están. “Ha sido muy difícil de explicar. Que están en el cielo, que son ángeles”… Pero no saben cómo explicarlo, porque estas son cosas que pasan en un país que en ocasiones parece alejarse cada vez más de la paz.
“Es que estaba en transición… Yo tengo un niño en segundo de primaria y me da terror perderlo. Es muy duro”, indicó a EL NUEVO SIGLO una madre de familia de Arborizadora que prefirió mantener su nombre en el anonimato.
Con la violencia nuevamente de frente
Sin duda este último atentado fue distinto y de ahí que la atmósfera de tristeza y temor de la última semana haya sido infinitamente peor para vecinos y habitantes. Uno de los líderes culturales de la localidad, Daniel Bejarano, quien llegó a Ciudad Bolívar hace 25 años a hacer un proceso de construcción de paz a través del cine comunitario, y quien vive en una zona que está en medio de ambos atentados “aunque mucho más cerca de Arborizadora”, lo explicó de la siguiente manera:
“El atentado de Arborizadora Alta lo vimos muchos habitantes de acá como un acto de lesa humanidad porque frente a esta estación hay tres colegios, jardines infantiles, un parque. Es una zona en donde hasta las 10 a 11 de la noche pasan muchísimas personas que ‘parchan’ por ese sector, que se sentía seguro. Este atentado cruzó los límites de la crueldad y el cinismo y esa es la percepción que hay. La explosión se escuchó muy fuerte y el susto a vecinos y niños no ha pasado. Hay shock”, le dijo a EL NUEVO SIGLO el habitante de la localidad Bejarano.
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Refiriendo que muchas de las familias que residen en Ciudad Bolívar o “casi todas”, han perdido a familiares o amigos en el conflicto armado, Bejarano señala que “cuando tú me preguntas cuál es el impacto de hechos como el del sábado para nuestra comunidad, la respuesta inmediata es dolor y miedo. Esto nos achanta, nos pone tristes, nos pone muy mal y nos hace sentir inseguros. Pero hemos sobrevivido a muchos otros actos de violencia”.
No es una conversación feliz y desde el desconocimiento por no haber vivido en carne propia una pérdida así de abrupta, injustificada e injusta, preguntar da hasta vergüenza. Pero Daniel es optimista y no se demora en afirmar “que la resiliencia está presente. Nos tendremos que levantar nuevamente así por ahora la moral y la incertidumbre estén por el suelo. Nos hemos levantado de otras”, concluyó Bejarano, responsable de que Ciudad Bolívar estrenara su primera sala de cine.
Una pérdida de la seguridad
Otro habitante que padeció los efectos del atentado fue Eduardo, un vecino del CAI que tiene un local que le arrienda a una panadería, y lo que más le duele fue que se perdió la sensación de seguridad que brindaba la estación de Policía que fue víctima del atentado.
“Hay un sentimiento de rechazo generalizado por la naturaleza del hecho y en muchos habitantes se despertó el riesgo que pudieron sentir. Ellos tenían como garantía de seguridad vivir tan cerca del CAI, un referente de seguridad y de tranquilidad, un ambiente sano, tranquilo y seguro”, todas esas cosas arrebatadas en la última semana. Así lo relató a este medio de comunicación Eduardo, quien tiene dos locales literalmente al lado de la estación de Policía, al parecer dinamitada por Javier Veloza García, alias ‘John Mechas’.
Teme por el futuro de los locales que sufrieron daños y que sencillamente no tiene cómo reponerlos. “El CAI está en una glorieta. En uno de los costados hay locales comerciales, frente a un parque, y al frente de ese parque está mi casa. Esos establecimientos sufrieron afectaciones a razón del estallido, algunas casas residenciales se quedaron sin pedazos de techo y mi local afortunadamente solo se vio afectado por unas ventanas rotas, pero hay muchas personas que no tienen excedente de caja para reparar los daños y están de verdad angustiadas”.
Y así es. Otros no corrieron tan buena suerte y, por ejemplo, el local de una veterinaria perdió toda la comida para animales domésticos que tenía para la venta. “Se le perdió mucha mercancía. Trabajan con alimentos para animales y los alimentos no se pueden vender contaminados y mucho menos con esquirlas de vidrio. Hay temor. Hay temor porque los daños físicos no fueron enormes pero hay personas que no tienen excedente para hacerle frente a este tema. Son vecinos, son personas de estrato uno que viven o mejor, que sobreviven, de sus locales comerciales”, finalizó Eduardo, quien ha solicitado al Distrito que haga llegar, cuanto antes, la ayuda para reparar los daños pues, cómo él mismo lo indicó a este medio: “Hay familias que están durmiendo con plásticos en los huecos de las ventanas y los techos”.