Perspectivas. Bogotá en la mirada de dos taxistas: joven y experimentada | El Nuevo Siglo
Ambas suman 24 años de experiencia detrás del volante de un taxi amarillo.
Cortesía Taxis Libres
Domingo, 10 de Julio de 2022
Redacción Bogotá

Manejar taxis en cualquier lugar del mundo no debe ser tarea fácil. Lidiar con una ruleta de pasajeros, sin saber con quién te toparás, y eso sin contar con los trancones, el peligro en las vías y el sencillo hecho de tener que estar todo el día alerta, con los cinco sentidos a full capacidad… Sí, manejar taxis en cualquier lugar del mundo no debe ser tarea fácil, pero en Bogotá debe ser realmente muy difícil.

La capital colombiana es conocida por muchas cosas buenas, pero también carga a sus espaldas una pésima reputación por un tráfico vehicular endemoniado y sí, se tiene que decir, por la agresividad de ¡todos! los actores vehiculares. Pero para Marta Guerrero, una joven taxista que lleva dos años en el oficio, y para Beatriz Mayorquín, una mujer que suma dos décadas tras el volante de un taxi amarillo, ambas asociadas a Taxis Libres, este es el mejor trabajo del mundo.

Antes de convertirse en taxista, en el marco de la pandemia, Marta les vendía comida a los taxistas que se parqueaban en Galerías, pero como la pandemia le impidió seguir trabajando, adquirió un taxi que le permitió mantener su flujo de caja.

“Mi trabajo es caótico y hay días en donde el tráfico está colapsado pero uno aprende a ser paciente. En este año y medio que llevo manejando un taxi he aprendido muchas cosas, he tenido que lidiar con pasajeros que huelen a trago o a marihuana, gente muy grosera, pero afortunadamente son pocas las malas historias”, indicó Marta, quien tiene dos niños que naturalmente adora y por los que se sube al taxi (que compró con sus ahorros por vender comida en la calle) todos los días.

En cambio, la historia de Beatriz es diferente. Esta mujer de 70 años lleva manejando un taxi por más de dos décadas y si bien sus comienzos como conductora fueron algo tristes y oscuros, ella es una de las mujeres más apasionadas que ha entrevistado EL NUEVO SIGLO cuando hablan de su profesión, de su día a día y del servicio que le prestan a la comunidad.

A Beatriz le enseñó a manejar su abuelo en un viejo tractor que marcó su infancia. Él era caficultor y le enseñó tanto a ella, como a todos sus 18 nietos en el Tolima, pues como recuerda que solía decir: “Manejar no es un lujo; es una necesidad”.

Pero fue solo hasta que su hijo enfermó de una insuficiencia renal, tras años trabajando para una multinacional que, como ella dijo, “lo exprimió”, que ambos emprendieron el proyecto de comprar un taxi para que él lo pudiera manejar.

Ese era el proyecto: comprar un taxi que ambos manejarían, con la promesa de que esta actividad mejoraría su calidad de vida, le permitiría estar al aire libre y, por qué no, superar su enfermedad. Pero no fue el caso: su hijo murió, un tema que Beatriz pasa muy rápidamente, dando a entender que es un tópico que está por fuera de los límites de lo que está dispuesta a compartir, no sin antes haber guardado algo de silencio.


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“Él nunca lo manejó. Murió y fui yo quien desde entonces se hizo cargo de manejar el taxi. Dejé pasar un poco de tiempo, por el dolor, y luego me dediqué a eso. Aún lo hago y espero hacerlo hasta que físicamente el cuerpo sencillamente ya no me permita sentarme detrás de un volante”, comienza por contarle a EL NUEVO SIGLO esta mujer de 70 años, más consciente que nadie de que ella, como todos sus colegas taxistas, podrían escribir un anecdotario de miles de páginas con todas las historias que ven en su día a día de trabajo.

Y sí que tiene historias. Beatriz maneja taxi en una de las ciudades más complicadas del mundo, tanto en seguridad como en tráfico, y una de las primeras historias que recordó fue el robo que le propinó un hombre “divinamente vestido”, que le enseñó a no confiar en nadie:

“Era Navidad, cuando un señor muy elegante, muy bien perfumado, me pidió que lo llevara al Restrepo. Él me pagó con un billete grande y cuando fui a sacar las vueltas de una bolsita de plata que guardo en mi regazo (como vi que no aparentaba ser malo estaba súper relajada), sacó un revólver que puso sobre mi nuca: ‘O me da la plata ya o me la llevo y nadie se va a dar cuenta’. En esa Navidad me había ido muy bien… Recuerdo que eran como 500 mil pesos. Tengo en mi memoria haber pensado: ‘Este señor tan elegante me atracó’. La lección fue una: no podemos confiar en nadie. Hace 18 años uno identificaba a los ladrones por su vestimenta pero ya no”.

Transportando a los médicos que nadie transporta

Beatriz, quien hoy vive en el barrio de Santafé, “a donde nadie quiere ir, al lado del Cementerio Central”, como dice ella con risa, recuerda la pandemia como uno de los momentos más lindos de su vida como taxista, contrario a lo que millones de personas piensan.

Y es que, de acuerdo con ella, el covid-19 le dio la oportunidad de hacer una cantidad de cosas que no había hecho, de contribuir de otras maneras, de prestar de verdad un servicio público, “algo que no cambiaría por nada”, pues en el marco de esta emergencia sanitaria, como no había nadie a quién recoger, Beatriz tuvo la oportunidad de trabajar en los hospitales, que es algo que no hacía con frecuencia antes de que se desencadenara el virus por todo el mundo.

“Tuve la oportunidad de ver el dolor y de recoger a los médicos y a las enfermeras; de verlos de verdad cansados, porque se notaba, y de servirles. Me hizo muy feliz recoger a este personal que llevaría quién sabe cuántos días sin dormir. A muchos de ellos no les cobré la carrera y me agradecían porque varios me contaron la misma historia: que otros taxistas se rehusaron a llevarlos por temor al virus. Los transportaba a diario y lo hacía pensando que estaba redimiendo esas malas experiencias”, recordó Beatriz.

Por último, EL NUEVO SIGLO no puede evitar preguntarle por el reto de manejar en una ciudad con el tráfico que tiene Bogotá, una de las urbes más congestionadas del mundo, y en el hecho mismo de ser una mujer que hace un trabajo que tradicionalmente ha sido dominado por los hombres. Su respuesta es simple:

“Hay que tener paciencia. Este es un oficio que no todo el mundo puede hacer, eso es claro. Hay que tener carácter y hay que entender cuál es el trabajo. A veces a las cinco de la tarde uno recoge a un pasajero en el Centro Internacional que le dice a uno que va a Suba y hay que llevarlo. Eso es una prueba porque uno sabe el tipo de trancón que habrá”, concluyó Beatriz, quien dijo que todo el mundo siempre está de afán “y es nuestro trabajo tranquilizar a los pasajeros acelerados. El verde es el muñequito que manda”.