El 7 de agosto de 1819 tuvo lugar la Batalla de Boyacá, conocida así por desarrollarse en los alrededores del puente de Boyacá. Allí se enfrentaron la “Tercera División del Ejército Expedicionario de Tierra Firme” (ejército español) y las dos divisiones del Ejército de Operaciones sobre la Nueva Granada (ejército patriótico). Una confrontación que selló nuestra Independencia del régimen ibérico y marcó el nacimiento de Colombia como república soberana, según lo mandado por la Constitución de Villa del Rosario de Cúcuta en 1821.
Tres días después de esa gloriosa batalla, al atardecer del 10 de agosto de 1819, el general Bolívar regresó a Santafé para organizar el nuevo gobierno que debía regir sobre todas las provincias liberadas.
De ahí la importancia de esta “Relación escrita por un granadino, que en calidad de aventurero y unido al estado mayor del ejército libertador, tuvo el honor de presenciarla hasta su conclusión”. Se trata de la narración en primera persona del general Francisco de Paula Santander titulada “El general Simón Bolívar en la campaña de la Nueva Granada de 1819”, considerado el primer relato histórico sobre la Batalla de Boyacá.
El documento fue impreso en 1820 en la imprenta del ciudadano Bruno Espinosa, y recogido por la Fundación Francisco de Paula Santander en “Escritos autobiográficos (1920-1849) de Francisco de Paula Santander” (Bogotá, 1988).
Este fragmento forma parte de la colección “La Batalla de Boyacá en sus testimonios documentales”, que compiló el académico Armando Martínez Garnica, exdirector del Archivo General de la Nación.
Al celebrarse hace una semana un nuevo aniversario de esta gesta patriótica, EL NUEVO SIGLO publica una parte clave de ese relato de Santander sobre la audacia militar del libertador Simón Bolívar:
‘El general Simón Bolívar en la campaña de la Nueva Granada de 1819’
Pore, capital de Casanare, a 4 de octubre de 1819. 9º.
Señor redactor de la Gaceta de Santafé.
Se procuró aparecer de repente en el centro de la Nueva Granada para impedirle que reuniese pronto sus fuerzas (el general José María Barreiro), y lograr insurreccionar de uno a otro extremo todos los pueblos. Como la posición de Gámeza, en que tuvo lugar el primer combate, no podía ser forzada sino a costa de muchas víctimas, que el general Bolívar no quería inmolar, hicimos un movimiento retrógrado con el ejército, desistió del proyecto de invadir el valle de Sogamoso, en donde se había establecido el enemigo, y por una marcha de flanco aparecimos en el valle de Cerinza. Aquél inmediatamente abandonó sus posiciones y se situó en otras, cubriendo a Tunja y Santafé.
El 20 de julio (de 1819) estuvimos al frente de ellas, y aunque el espíritu del ejército era muy conocido en favor de una batalla, el general Bolívar primero se ocupó en hacer un exacto reconocimiento; por sí mismo, por su Estado Mayor, por medio de movimientos examinó bien la situación ventajosa del enemigo, y prescindiendo de aventurar un combate, se situó a su frente en la planicie de Bonza.
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Cuatro días permanecimos aquí molestando al enemigo y provocándolo a una acción fuera de sus posiciones; pero todo en vano. El 25 de julio, para forzarlo a abandonarlas, hicimos un movimiento general por su flanco izquierdo hacia su retaguardia, y logramos el objeto, aunque con la desventaja de que por casualidad se empeñó la batalla en una situación poco favorable a nosotros. Hablo de la del (Pantano de) Vargas, en que el valor y la constancia solo pudieron triunfar. Después de esta jornada brilló mucho más la prudencia y tino del general Bolívar; aunque derrotado y medio disperso el enemigo, no quiso volver a atacarlo, y al riesgo de aventurar otro combate con nuestro ejército muy disminuido, prefirió esperar un poco más para reforzarlo y asegurar la victoria.
Volvió a hacer retrogradar el ejército y lo situó de manera que podía resistir un ataque de firme; podía aprovechar una coyuntura favorable, dominaba los valles de Sogamoso, y de Cerinza, y tranquilo podía recibir los refuerzos que había de producir la ley marcial. Mas, desde su situación estábamos en contacto con las provincias del Socorro y Pamplona a donde partieron los gobernadores nombrados con los auxilios que pudo franqueárseles, con el fin de destruir las columnas que el enemigo tenía en ellas. El general Bolívar esperaba con paciencia la fortuna, y no se descuidaba en buscarla y prepararle el camino. El espionaje estaba perfectamente establecido, y la opinión de los pueblos nos suministraba frecuentes noticias del estado del enemigo.
Después de su desgraciado suceso en Vargas, (Barreiro) se situó en el pueblo de Paipa. Apenas se tuvo noticia segura de su estado, nos movimos contra su posición y logramos hacerlo evacuar, precipitadamente, el pueblo y destruirle sus puestos avanzados. Dos días estuvimos al frente de la nueva posición, que ocupó, reconociéndola, y figurando que se pensaba atacarla, y en la noche del 3 de agosto al oscurecer se nos hizo hacer un falso movimiento retrógrado, con tal ardid que, al mismo tiempo que el enemigo juzgara que nos movíamos sin ser observados, nos observase, y se persuadiera de que marchábamos a nuestras posiciones de Bonza. Volvimos a poco rato sobre nuestros pasos y, favorecidos con la noche, nos dirigimos a marchas forzadas a la ciudad de Tunja por el camino de Toca, dejando a nuestra espalda todo el ejército enemigo. Esta operación atrevida, bien meditada y ejecutada mejor, es sin disputa la que selló el éxito de nuestra campaña.
Entramos en Tunja; el ejército fue recibido por sus habitantes con entusiasmo, fue aliviado en sus privaciones, fue vestido con lo que se encontró en los almacenes, y recibió un grado más de confianza.
El enemigo, dudoso de nuestros movimientos y continuamente molestado por nuestras partidas, dejó sus posiciones, y por caminos desusados trató de reunirse a las tropas de la capital evitando un encuentro con las nuestras. Nosotros desde Tunja observábamos sus movimientos, e interpuestos entre Barreiro y el virrey, que existía en Santafé, amenazábamos a todos, éramos temidos de todos, y cada uno creía que él solo era el objeto de nuestras operaciones.
Barreiro, a la vista de Tunja, marchó el 7 de agosto (de 1819) a efectuar su reunión, y el general Bolívar, que preveía que debía ejecutarla, o por Samacá, y se alejaba demasiado de Santafé, o por el Puente de Boyacá, si quería estar más cerca de la capital, esperó con el ejército formado en la plaza de Tunja a asegurarse bien de las intenciones del enemigo. Las vigías iban y venían; los oficiales de Estado Mayor observaban la marcha de aquel, el mismo general Bolívar quería con sus ojos descubrir su dirección.
En el momento que la conoció, hizo volar el ejército al lugar célebre en que quedó para siempre destruido el poder español en la Nueva Granada. El boletín (número 4) del 8 de agosto (de 1819) ha referido ya la batalla de Boyacá, y yo no añadiré otra cosa, sino que el general Bolívar, presente en todos los puntos de acción, dio las órdenes precisas para hacer brillar el valor de las tropas, el esfuerzo de los jefes y oficiales, y terminar de una vez la obra que había tomado a su cargo.
No se ocultó a Montesquieu que había muchos príncipes que sabían dar una batalla, pero que eran pocos los que sabían hacer una campaña, servirse de la fortuna y tener paciencia para esperarla. Si él hubiera escrito en estos tiempos, habría sin duda pagado tributo a la justicia numerando entre esos pocos al general Bolívar. Ya se le ha visto dirigiendo la campaña con un tino laudable, esperando la fortuna y procurando ganarla a su partido. ¿Y qué se puede decir del uso que hizo de sus favores?
Se triunfó en Boyacá, y los instantes se querían multiplicar para aprovechar la victoria. El rayo no baja del cielo a la tierra con tanta velocidad, como con la que el general Bolívar apareció en Santafé. Del mismo campo de batalla partieron columnas de tropa hacia el norte, al Magdalena, a Antioquia, Chocó y Popayán, y en pocos días fuimos dueños de estas provincias.