Pese a que Colombia es un país tropical en donde hay cientos de enfermedades transmitidas por vectores, mismas que comparten humanos y animales como el Dengue, el Chicunguña, la Malaria y el Zica, el trabajo que duraron décadas realizando los epidemiólogos fue prácticamente inexistente para el grueso de la población. Inexistente, por no decir invisible.
Pero la llegada del covid-19 lo cambió todo y personas como el profesor y epidemiólogo de la Universidad de los Andes, Luis Jorge Hernández, pasaron a convertirse en uno de los atributos más importantes de la sociedad, en la medida en la que dieron luces científicas en medio de la más absoluta oscuridad de lo desconocido.
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“Una cosa que siempre hemos tenido clara es que la gente siente menos miedo cuando conoce lo desconocido y con este virus, del que se tuvo que aprender de cero, todas las proyecciones matemáticas que estuvieron en nuestras manos fueron lo que le dieron tranquilidad a la gente y esa es una grandísima satisfacción y un gran avance para la epidemiología”, comienza por referir el catedrático Hernández, quien lleva más de 25 años ejerciendo una profesión que, de acuerdo con él, va mucho más allá de la atención asistencial.
De hecho, esa fue precisamente la razón por la cual, mientras estudiaba medicina en la Universidad Javeriana en la década de los años ochentas, decidió especializarse en epidemiología y salud pública, una formación que en aquel entonces era muy nueva en las facultades de medicina del país.
“Yo me gradué como médico y tenía toda la intención de ejercer la medicina pero en el camino me di cuenta de que la sola atención de pacientes no era suficiente y no servía para mejorar a la comunidad, para contribuir a la sociedad en un sentido más amplio, más colectivo. Lo que la gente no ve es que la epidemiología es una cosa muy bonita porque es una ciencia bisagra entre la sociedad y la medicina clínica”, le dice a EL NUEVO SIGLO este profesor que lleva todo el año dando luces sobre lo que se debió y no se debió hacer en determinados momentos del contagio y fue una de las personas más criticas de las medidas de aislamiento después de cierto punto.
Hoy Hernández mira hacia atrás y agradece que pese a todo, y a este difícil año, la epidemiología se reconoció como una disciplina científica que no está cerrada a la comunidad sino que, por el contrario, trabaja con datos colectivos de la misma.
“Este año hubo una formación de capacidades en la ciudadanía y un empoderamiento de la epidemiología y de la salud pública que trascendió el claustro de los expertos hacia toda la sociedad. Oír hoy hablar a abogados, a ingenieros y a periodistas de tasa de incidencia, de contención y de mitigación es un gran valor porque, pese a que hubo imprecisiones, es un lenguaje que se interiorizó. Hubo un empoderamiento de la epidemiología y la salud pública sin precedentes que salió del claustro de los expertos a las calles y eso es algo que no esperaba ver”.
La conjugación política
Pero frente a esta especie de democratización que vivió el campo de la epidemiología este año, el profesor Hernández citó al filósofo y sociólogo francés, Michel Foucault, para hacerle un llamado claro a la dirigencia política, a la luz por supuesto, de que esta pandemia que se desató en 2020 transformó la realidad de las generaciones que la padecen y no se va a ir con una vacuna.
Una de las varias cosas que le cambió a los epidemiólogos este año, es que por fin fue visibilizado y reconocido como ciencia su trabajo, y los políticos comenzaron hacer uso de la información y de las modelaciones epidemiológicas para la formulación de las políticas públicas que se pusieron en marcha para hacerle frente a esta pandemia.
Y aunque esta ha sido, sin duda, una de las más grandes contribuciones que desde el campo hicieron a la sociedad en este año, esta es información que los políticos deben utilizar bien pues hay un riesgo ético y moral de por medio y el profesor Hernández es claro al advertirlo.
Es que, esta epidemia de carácter mundial puso en riesgo la mismísima ética humana y hay que hacer llamados constantes a la racionalidad y al buen uso de los datos científicos. “El conocimiento científico también se puede manipular para crear segregación, opresión y para restringir las libertades”, como lo advirtió Foucault en el marco de su análisis sobre el biopoder y el quehacer político.
“El peligro que enfrentamos hoy los epidemiólogos es que nuestro trabajo se convierta en la nueva moral pública y eso no debe ser así. La epidemiología no es la nueva moral pública ni es una justificación social: es una disciplina científica que tiene sus propias incertidumbres y que está para ayudar, para analizar evidencia y para adivinar comportamientos que pueden salvar vidas”, reiteró a este respecto Hernández, quien dijo que este año el mundo vio como las modelaciones matemáticas han sido usadas como dogmas para restringir libertades, y esta manipulación de la información científica es algo que se debe prevenir a toda costa. Por eso para él esta lección de 2020, debe ser un recordatorio constante por lo años que se tiene por delante.
Una transformación de fondo
Punto aparte, aunque el profesor Hernández aclaró que no perdió a nadie de su círculo más cercano, la pandemia tocó absolutamente a todas las personas que habitan la tierra y se refirió con dolor a la pérdida de uno de sus amigos más cercanos del colegio. Una situación triste, y tal vez la palabra es irónica, especialmente para las personas que aprendieron todo sobre el virus y su comportamiento y aún así no pudieron salvar a sus seres queridos y más cercanos. “Nada sirve y produce gran frustración pero siempre hay cosas por hacer”.
“Esta pandemia fue un desastre en salud pública y ha sido un desastre social, pero la verdad es que pudo ser peor si no se hubiera hecho lo que se hizo gracias a la epidemiología y a la salud pública. Nuestro papel y el de los salubristas fue clave y podría haber sido infinitamente peor”.