Según la Dirección de Antinarcóticos de Colombia, los lujos como en la época de Pablo Escobar parece que es cosa del pasado.
Automóviles último modelo, prendas de marca y una vida llena de excentricidades son cosa del pasado para los narcotraficantes colombianos. Si algo aprendieron de la muerte de Pablo Escobar, el temido jefe del cártel de Medellín que murió por disparos de la Policía hace ahora 25 años, es que tienen que pasar inadvertidos.
Según explican a dpa fuentes de la Dirección Antinarcóticos de la Policía de Colombia, los nuevos capos de la mafia han aprendido a tercerizar su negocio, de manera que dan órdenes desde una especie de "outsourcing (deslocalización) criminal".
"En muchos de los casos estas personas no tienen ningún contacto con la droga, ni con las redes criminales que intervienen dentro de sistema, su actividad es controlada a partir de la contratación de un coordinador, quien es el encargado de desarrollar la actividad ilícita”, explican en la institución.
Los nuevos "traquetos", como llaman en Colombia a quienes se dedican al tráfico de drogas, no tienen haciendas llenas de animales salvajes como la que poseía "El Patrón" y tampoco perpetran atentados con explosivos o hacen estallar un avión en pleno vuelo para intentar matar un candidato presidencial.
La información de inteligencia indica que estos narcotraficantes en nada se parecen a Pablo Escobar, fallecido el 2 de diciembre de 1993. Más bien todo lo contrario: se mueven por todos los niveles socioeconómicos, pueden habitar zonas humildes para despistar a las autoridades o camuflarse como prominentes empresarios.
"Aprendieron de lo que se vivió en los años ochenta con los cárteles del narcotráfico, observaron que la ostentosidad que los caracterizaba se convirtió en un punto de quiebre para su captura o neutralización", apunta la Policía.
Son estudiados, al contrario de quienes incursionaron en el negocio hace dos o tres décadas, y tienen claro que perfeccionar su quehacer les permite brillar. "Su nivel de sofisticación para cometer la actividad ilícita ha llegado a tal punto que contratan profesionales con especialización específica que les permita burlar los controles de las autoridades", añaden en la institución.
En este sentido, el director del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de los Andes, Hernando Zuleta, dijo al diario "El Espectador" que los traficantes colombianos a simple vista "no parecen sospechosos" y que pueden llegar a estar vinculados a "sofisticadas redes empresariales".
Pero cerciorarse de no llamar la atención es solo un punto. Los aliados son una parte fundamental y parece que los narcos colombianos han sabido forjar alianzas tanto con los grupos guerrilleros y paramilitares como con sus colegas mexicanos.
La Policía detalla que los cárteles mexicanos han incursionado en el negocio colombiano con tres roles que las autoridades ya tienen estudiados: "emisarios que actúan como mercaderes definiendo la negociación de rutas y tiempos de envío; compradores que tienen conocimiento y control de las rutas hacia Centroamérica; y financistas que fijan un precio al estupefaciente".
Por su parte, Zuleta agrega que "si bien el eslabón de la distribución internacional se fue de Colombia hacia México, los mexicanos están tratando de controlar los procesos de producción y manufactura desde la raíz".
El tráfico de estupefacientes, uno de los negocios más mutantes según los expertos, ha obligado a las autoridades a emprender planes que permitan atajar esta avalancha, pese a que la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) calificó a Colombia este año como el principal productor de cocaína del mundo. Estados Unidos, a su vez, es el consumidor número uno.
El estudio de la ONUDC detalló que en el país sudamericano en 2017 había 171.000 hectáreas de hoja de coca, el principal componente para elaborar la cocaína, un área mayor que la ciudad estadounidense de Los Ángeles.
Las autoridades colombianas trabajan para atajar este negocio y han logrado identificar a algunos capos.
En la lista figuran Dario Antonio Úsuga, alias "Otoniel", el líder de la banda Clan del Golfo, la más grande del país; así como Walter Patricio Arizala, más conocido como "Guacho", el ex guerrillero de las extintas FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) que siembra temor en la frontera con Ecuador; y otros como Ángel Padilla o Gustavo Anibal Giraldo, pertenecientes a la guerrilla del ELN (Ejército de Liberación Nacional).
Pueda que estos nombres en nada parezcan pomposos y familiares, pero es precisamente lo que estos nuevos jefes de la mafia han querido: pasar de las primeras planas al anonimato.