El colombiano es mestizo. Nuestros ancestros, el español y el indígena, más tarde el negro, ricos todos, están integrados en nuestra carne, pero no en nuestro cerebro, por lo tanto, somos incapaces de aceptarnos como lo que somos, un conjunto”.
Así describe la abogada, historiadora y escritora Mariela Vargas Osorno la esencia de colombianidad, una palabra de uso diario pero de la cual desconocemos tanto su real significado como implicación y compromiso.
A raíz del reciente suceso de la protesta de indígenas Misak, Pijao y Nasa que terminó con el derribo por parte de unos indígenas del Cauca de la estatua de Sebastián de Belalcázar, ubicada desde hace décadas en el tradicional Morro de Tulcán en Popayán, EL NUEVO SIGLO consultó a Vargas Osorno, quien dijo que ese acto de rencor es una oportunidad “para reflexionar sobre sus motivaciones”.
“Colombia para nacer como república quiso despojarse de su pasado. Y que ahora le debe un justo reconocimiento a sus raíces"
“La sociedad colombiana es multicultural. Y todos los colombianos debemos luchar por una integración que contemple el respeto por costumbres y manifestaciones de las diversas culturas. Hay conocimientos antiguos que sólo en épocas recientes hemos empezado a valorar y a compartir”, indicó la abogada tunjana y una de las más conocedoras de la historia de nuestros ancestros indígenas.
Vargas también trató otros temas como haber quitado la historia como una cátedra independiente, el desconocimiento que existe más de 500 años después del encuentro de dos mundos y su iniciativa de crear el Centro de Pensamiento del Mestizaje, el que calificó como una oportunidad para (re) descubrirnos.
EL NUEVO SIGLO. - ¿Qué lectura le da a lo que pasó en Popayán con el derribo de la estatua del conquistador Belalcázar?
MARIELA VARGAS.- Aun cuando no es bueno que esta otra “pandemia”, la de derribar símbolos y legados de la historia, esté multiplicándose por el mundo, es una oportunidad para reflexionar en las motivaciones. En un país que no tiene suficientes monumentos a la memoria histórica es aún más triste que esto suceda. Lo sucedido con la estatua de Sebastián de Belalcázar, en Popayán, refleja que existen conflictos en el presente que están sin resolver desde el pasado.
Aún no hemos logrado una Colombia para todos y hay muchas minorías que se sienten segregadas. Desde el punto de vista humano la segregación trae siempre consecuencias violentas, despierta rencores. El derribo de la estatua es un acto de rencor. En realidad, no hay que derribarlas. Hay que redefinir y valorar los significados y los aportes de absolutamente todos los que componen y han compuesto nuestra nacionalidad. La historia sirve para conocer el pasado, para reflexionar y aprender de él y, con ese conocimiento, construir el futuro. Se necesitan debates para enriquecer el conocimiento.
Nuestros queridos indígenas, como parte de Colombia, tienen que respetar la Constitución.
La sociedad colombiana es multicultural. Y todos los colombianos debemos luchar por una integración que contemple el respeto por costumbres y manifestaciones de las diversas culturas. Hay conocimientos antiguos que sólo en épocas recientes hemos empezado a valorar y a compartir.
Los indígenas, a la vez, deben participar del desarrollo del país y contribuir a él. Como diría el poeta Donne, ningún hombre es una isla.
ENS.- ¿Por qué si los indígenas consideran ese lugar como sagrado, solo hasta ahora se hace tal requerimiento o se procede a una protesta tan drástica?
MV.- Nuestros antepasados eran sumisos. Se aceptaba sin cuestionar la estructura social y de poder que se tenía ante sí. No quiero equivocarme en la apreciación, pero creo que lo que hay detrás de estas protestas indígenas y su demora en producirse, es que por demasiado tiempo sus saberes ancestrales fueron ignorados o tratados con tal indiferencia, que ellos mismos seguían la corriente del olvido. Se sumergieron en una burbuja.
Hoy en día vivimos en un cruce de caminos del mundo entero. Vemos la diversidad de las etnias y podemos tomar consciencia de su dignidad y grandeza. El avance en las comunicaciones ha alcanzado los territorios indígenas y el mundo exterior ha empezado a influir sobre ellos con relación a los derechos universales, a la historia, a los ancestros. Escuchamos permanentemente a los que predican la razón y la concordia, como también a los que se han desilusionado y ven, como única solución, los actos violentos.
ENS.- Desde su experiencia, ¿considera que el colombiano promedio tiene una visión clara sobre lo que fue el proceso colonizador español y la afectación a los indígenas?
MV.- La mayoría de los indígenas se mezclaron y dejaron de considerarse indígenas. Empezaron a pensar como mestizos. El colombiano es mestizo. Pero no tiene claro de dónde viene y, por lo mismo, no sabe para dónde va.
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La historia completa sobre la conquista de América, no la hemos estudiado. Los procesos históricos que sucedieron en los siglos XV y siguientes, cuando el viejo mundo conquistó nuestro nuevo mundo, no han sido explicados a la mayoría de la población desde el contexto histórico que dominaba a Europa en ese momento.
Aproximadamente desde el año de 1500, la expansión de Europa hacia estos territorios nos volvió ciudadanos del mundo de Occidente. Y sin embargo, después de 500 años, todavía nosotros, los colombianos, no nos hemos reconciliado con nuestros ancestros. A pesar de la rica herencia que ello significa, seguimos como si el mundo se hubiese detenido en ese momento.
Un antagonismo entre padres e hijos hizo que estallara la independencia. Los criollos elaboraron discursos reivindicando los derechos antiguos que habían perdido los indígenas, pero no nos olvidemos que una gran mayoría de los nativos era realista, por el temor de perder las tierras que el Rey les había adjudicado desde España. Cuando apoyaron la independencia, eso significaba pertenecer. ¿Pertenecer a qué o a quién? A lo que llamamos Colombia. Una Colombia que, para nacer de nuevo como república quiso despojarse de su pasado. Y que ahora le debe un justo reconocimiento a sus raíces.
Lamentablemente no hay una visión clara del proceso colonizador, ni en sus ventajas ni en sus desventajas, y el grupo indígena era tan pequeño que nunca se dedicaron capítulos de la historia para considerarlos presentes.
Lamentablemente no hay una visión clara del proceso colonizador, ni en sus ventajas ni en sus desventajas, y el grupo indígena era tan pequeño que nunca se dedicaron capítulos de la historia para considerarlos presentes.
En los últimos años los colombianos hemos hablado mucho de la paz. Comprender, perdonar, reconciliar. Pero todavía no tenemos un conocimiento general que integre la verdadera realidad de nuestra historia. Y siendo síntesis, todavía somos apenas parte de un proceso histórico que debe redundar, en conjunto, en reconocer nuestra identidad.
ENS.- ¿Hasta qué punto en esta falta de conciencia de la ciudadanía sobre los temas ancestrales pesa el hecho de que se haya sacado del pensum la historia como cátedra independiente?
MV.- No creo que sea únicamente un tema de conciencia colectiva. El haber sacado del pensum la historia como cátedra independiente fue una mala decisión de quienes fueron responsables de reinterpretar y construir la ciudadanía. Consideraron que los hechos sucedidos durante cinco siglos estaban superados y que lo que importaba era el momento presente. Sin duda un acto irreflexivo, una mala interpretación que nos condena a vivir vacíos y a repetir errores por desconocer lo que ha sucedido antes.
No se tuvo en cuenta el peso que el pasado tiene sobre el futuro, la importancia de conocer nuestros ancestros y valorarnos. Lo importante es que ahora se recupere el tiempo perdido y se haga lo que siempre se debió hacer: honrar la memoria de lo que fuimos y somos, en definitiva, honrar la memoria de los hacedores de la colombianidad. Y lo nuevo que se haga depende de quienes construimos el ahora, el hoy, que será historia mañana.
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Hace unos años, un amigo mío, un siete de agosto, le preguntó a una niña de catorce años, qué se conmemoraba en esa fecha y todavía su respuesta retumba: “El día de la bicicleta” dijo. Su padre, dos años atrás, le había regalado una. No es culpa de ella. Como no tuvo ninguna culpa una aventajada alumna de tercero de bachillerato que me preguntó quién había ganado la guerra de independencia. Lo habría podido encontrar en internet, pero no sabía por dónde buscar…
ENS.- La iniciativa Encuentro de los dos Mundos ¿cómo encaja en esta realidad de la distancia entre las reivindicaciones de las comunidades indígenas y lo que piensa la mayoría poblacional?
MV.- Creo que es el punto central de lo que nos debe ocupar. Es un saldo en rojo que tenemos y ninguno puede disculparse de pagar esa deuda creciente. Lo ocurrido el 12 de octubre de 1492 fue el encuentro de varias culturas, de varios mundos. El planeta cambió de manera irreversible. No sólo fue nuestro continente. Fue toda la tierra. Si eso no se interpretó antes, ahora, frente a un mundo global, debemos hacer un esfuerzo para reconocerlo.
Los indígenas no pueden perder su idioma, su identidad y sus tradiciones, esto los privaría ellos y privaría al resto del país - y al mundo - de los frutos de su sabiduría. Al mismo tiempo, a ellos les pertenece el derecho de abrirse al conocimiento moderno universal tal como deseen, de tener la oportunidad de escoger su camino como tenemos -o deberíamos tener- todos los colombianos. Somos, como lo dijera José Vasconcelos, “la raza cósmica”. El mundo, en su totalidad, nos pertenece.
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ENS.- ¿Qué responder a quienes a partir de lo que pasó con la estatua de Popayán y otras en la mira sostienen que Colombia es un país con poca memoria y que ahora ataca su historia?
MV.- Su opinión es válida. Pero no hay que responder con palabras sino con hechos. Todos los días son un motivo para vivir y todos los días son una disculpa para enseñar. Creo que es la misión más importante que desarrolla el Festival Internacional de Historia Villa de Leyva: aprender los hechos que tejieron nuestra nacionalidad.
Y nuestro pensamiento debe ser más amplio, mas integrador, aceptando la diversidad del planeta. Este es un buen momento para comprendernos, para vivir nuestro presente, que es inclusivo y vasto y diverso. Un buen momento para mirarnos cara a cara. Y acoger nuestros ancestros.
ENS.- ¿En qué consiste su iniciativa de crear un Centro de Estudio del Mestizaje?
MV.- Debe ponerse al alcance de todos el conocimiento de nuestra historia. Es el mayor desafío para entender lo que pasó a partir de la unión de tantas culturas con el descubrimiento de América, un territorio desconocido y joven. América es un arco iris y un suelo forjador de nuevos pensamientos. Por supuesto, una historia con dramas y dolores que no han sido estudiados suficientemente. Con la llegada de unos y la afectación de otros, surgió un mundo que aún tenemos que explorar. En el mundo no hay dos colores, hay muchos a la vez. En América, hay una diversidad enriquecedora. Ese es el Centro de Pensamiento del Mestizaje: una nueva oportunidad para (re) descubrirnos.
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El que conoce, comprende. El que comprende, tolera. El conocimiento es una luz que nos lleva al respeto, aceptación y justicia. Nuestros ancestros, el español y el indígena, más tarde el negro, ricos todos, están integrados en nuestra carne, pero no en nuestro cerebro, por lo tanto, somos incapaces de aceptarnos como lo que somos, un conjunto. Esa es verdaderamente la historia de este país, es decir un proceso de mestizaje, el uno con el otro, integrados: una síntesis. Los indígenas actuales son sobrevivientes en busca de una identidad. Y deben darse cuenta que también son colombianos y parte necesaria de nuestra vida.
Las señoras de antes, incluida mi mamá, cuando no aprobaban a cierta persona por sus modales, decían: es que es un indiecito. Y eso que a ellas no las impactaba, a nosotros, sus hijos, nos impacta. ¿Por qué? Porque ya sabemos que el ser humano, con sus actuaciones, su presencia y todo lo que deja traslucir hacia el exterior, es producto de sus circunstancias. Y también muchos, aun ahora, después de quinientos años, dejan escapar frases como: Los españoles vinieron a robarnos el oro…
Nosotros somos hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de españoles, indígenas y negros.