QUIENES han seguido hasta aquí esta serie, con ocasión del Bicentenario de Colombia la Grande y el recuerdo del creador de dicho país, Simón Bolívar, se adentrarán a la genealogía de algunos hechos decisivos que marcan la historia de Hispanoamérica.
Si están familiarizados con esas efemérides, habrán notado que nuestro trabajo no es el de acumular información e insertarla en el texto como esfuerzo de erudición, sino más bien se trata de lo contrario. Se entresaca la información pertinente de la masa de hechos, escritos y relatos de verosimilitud histórica inequívoca, lo que sirve de hilo conductor de ese desarrollo humano que marca en España y en nuestra región la relación de poder, para que cada quien forme su propia opinión.
Implícito en ese relato está Simón Bolívar, prototipo del gran hombre de la hispanidad criolla en el firmamento histórico, que hispanistas de la talla de Manuel Fraga Iribarne consiguen descifrar. Hablamos de esos trescientos años que precedieron su aparición, la cual es el producto de los genes de los antepasados, que entendían, tal como sentencia San Agustín, que “la vida es milicia sobre la tierra”, lo que resulta una verdad incontrovertible en el medio telúrico americano, donde en aquellos tiempos heroicos se cumple una gesta selectiva y brutal de tipo darwiniano, donde sobreviven los más fuertes.
Los aspectos que tratamos son como antorchas que iluminan el túnel oscuro del pasado y nos permiten entender algunos hechos fundamentales de nuestra historia, que no comienza como algunos suponen en 1810, sino que hacen parte del devenir y la evolución de siglos anteriores.
Al final del capítulo anterior se hizo referencia al famoso saco de Roma, extraordinario hecho político y de armas, que vino a mostrar cómo el más poderoso ultramontano católico de los monarcas de la época, Carlos V, castiga al animal político de la alevosía papal; en tanto sometida la Iglesia, con gesto teatral se arrodilla de cara el pontífice y, como católico, se muestra contrito por lo que acaba de hacer, en cuanto procedió como monarca terrenal al hacer uso de la fuerza en defensa de España. Lo cierto es que consigue para el Imperio católico una situación especial de defensor de la Iglesia y al mismo tiempo, un predomino que se traduce en el influjo para nombrar obispos y cardenales, que le funcionen a la corona. En la práctica se oficializa el clero nacionalista, que es lo contrario de lo que suele proclamar la historia oficial.
En tanto, es de destacar que la Iglesia capta por medio de los constantes informes de sus misioneros y la correcta interpretación de la doctrina cristiana primigenia, que superados los choques que se presentan con los indígenas, en especial con los mejor organizados y numerosos, lo más positivo era tratarlos con prudencia y tolerancia religiosa, en particular en su condición de pueblos que habían sido vencidos en lucha abierta, a sabiendas que constituían un potencial inmenso de ruptura en caso de que se reorganizaran, tanto por su número, recursos y capacidad de sacrificio.
En 1537, el Papa Paulo III emite la bula Sublimus Deus, en la que reconoce la humanidad de los indígenas tachados de bárbaros, considerándoles dignos de la fe. Lo que significa que la Iglesia se opone a la esclavitud de los mismos y a que los despojen de sus bienes, práctica común en esos crudelísimos tiempos.
Como los problemas con los indígenas en Hispanoamérica se multiplicaban y se dividían las opiniones sobre cómo tratarlos, el sabio padre Vitoria, desde la Universidad de Salamanca, emite sus novedosos conceptos sobre el hombre que conmocionan a las mentes pensantes de su tiempo e influye en Las Nuevas Leyes de Indias de 1542, contribuyendo a consolidar las bases legales para elevar sustancialmente el nivel de vida y el ambiente de los indígenas. Fue una contribución jurídica a favor de los más débiles sin antecedentes en el derecho europeo y universal aunque no se consiguiera meter del todo en cintura a los ambiciosos encomenderos americanos, que estaban por acrecentar su poder y dado el caso, someter a la esclavitud a los indígenas. No faltaron, incluso, los colonos que se rebelaron contra las disposiciones reales. Así que Carlos V redobla los esfuerzos por favorecer a los aborígenes, tal como lo demandaba en su testamento la abuela, Isabel la Católica.
Carlos V convoca a la cumbre de Valladolid a los mejores y más representativos pensadores de momento, cuando el esplendor militar y pensante de España brilla en ambos mundos. Se trata de abordar de manera definitiva el problema de la condición y el trato definitivo que se debía dar a los indios. Allí se presenta el famoso choque entre Juan Ginés de Sepúlveda y el predicador dominico Bartolomé de Las Casas. El primero es un brillante y erudito aristotélico, el cual propende en su libro sobre las causas justas para el sometimiento de los indios y defiende el derecho de España a someterlos como venía sucediendo desde tiempos inmemoriales en el mundo occidental, al igual que en la misma América -anterior a la llegada de los europeos- cuando los Aztecas, los Incas y otros pueblos más civilizados que las tribus primitivas, esclavizaban a los vencidos, los eliminaban y algunas tribus organizaban cenas rituales donde consumían sus carnes y hasta los huesos.
Establecer el derecho y el orden en el Nuevo Mundo plantea problemas enormes e inconvenientes de todo tipo que demandan interpretaciones y soluciones nuevas. Carlos V, que no creía en la igualdad, al acordar una armadura legal para proteger al indígena y dar un trato humanitario al más débil, hace todo lo contrario de los colonizadores de otras estirpes europeas que exterminan la población local. Así es como marca la historia profunda del Nuevo Mundo.