Mientras el país dormía y las personas se resguardaban del covid-19 al interior de sus casas, hombres como Milton Jair Pardo, uno de los miles transportadores que durante la pandemia aseguró el abastecimiento de las regiones, atravesaba en una mula azul de 22 llantas la geografía nacional a través de carreteras atípicamente baldías, desérticas, silenciosas, sin vida y sin paraderos.
En jornadas de hasta 12 y 16 horas corridas, Milton y todos sus colegas y amigos de ruta, con quienes apostó que no se afeitarían la barba durante la pandemia, se tuvieron que mantener durante buena parte del año con jugos de caja y las mal denominadas “galguerías” en vista de que no había paraderos abiertos.
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Pero como este año sacó lo mejor y lo peor de la humanidad, Milton pudo hacer varios de sus trayectos con buena comida, pues a la altura de Fusagasugá se instauró una jornada en la que familiares de sus compañeros muleros sacaban desayunos a la orilla de la carretera y la ofrecían a los conductores que pasaban por allí, en medio de sus trayectos.
“Las familias de nuestros compañeros nos ofrecieron buen alimento y por eso en varias ocasiones nos pudimos alimentar bien. Y no nos cobraron nunca porque esperaban que sus esposos en algún otro punto de Colombia recibieran buen alimento”, comenzó recordando Milton.
Aún así agradece su suerte. Exceptuando la corta cuarentena que le tocó hacer a los transportadores, no más de 15 días, Milton y su primo hicieron durante buena parte del año el recorrido de Buenaventura-Bogotá para abastecer de carbón zipaquireño al puerto pacífico del país y no les fue nada mal. Apenas arrancó el confinamiento los volqueteros que cargan arena adaptaron sus vehículos para cargar otras mercancías y los viajes se acabaron muy rápido, pero siempre tuvo trabajo.
El temor al contagio
No obstante, Milton perdió a seis de sus colegas por el covid-19 y eso es lo que más lamenta de este año pues el gremio de los transportadores es muy unido debido al trabajo que es muy duro.
“A veces a la media noche uno está solo en la cabina y ahí siempre lo ataca la nostalgia. Escuchamos música para dominar el sueño, pero después uno se pone a pensar en las tristezas y las alegrías. No creas: la soledad en ocasiones nos da muy duro y echamos de menos a nuestra familia y nuestro hogar. Cantamos y reímos solos en medio de la noche. Pero así es la vida. Así pasamos el duelo de nuestros amigos. Murieron trabajando".
Sobrellevando 2020 con dificultades pero sin ninguna pérdida personal, Milton recuerda con risa que antes de la pandemia el mayor enemigo al que se enfrentaban los transportadores era el sueño, pues los turnos de noche los acercan más rápido a sus casas, pero después de este año su perspectiva ha cambiado.
“Nos cambió a todos. Yo creo que nada va a volver a ser igual”, reflexiona Milton, quien comienza a hablar de su primo Diego Pardo, quien casi muere de covid-19 en la carretera y después de eso dejó el oficio y no sabe si lo volverá a ejercer.
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“Mi primo y yo somos primos hermanos y somos super parceros. Al comienzo de la pandemia ambos trabajamos con la mula que él tenía en ese momento. Yo era el segundero y él era el titular (piloto y copiloto) pero después que casi se muere desertó del oficio. Ya no maneja mula y no sabe si volverá a hacerlo”.
Y no es para menos. Recordando los pasos y deshaciendo el andar, Diego no sabe exactamente en dónde se contagió, aunque asume que debió ser en el puerto de Buenaventura en donde cargó la mula y de donde continuó su recorrido Neiva-Cartago-Fusa con el virus a cuestas de copiloto. Pese a la enfermedad él hizo su trayecto completo y tuvo un viaje infernal de cinco días de regreso hasta que finalmente llegó a su casa.
“Hizo todo el recorrido solo y enfermísimo. Paraba, dormía un rato en la cabina y seguía. Cuando llegó a Fusa me buscó y yo lo recibí. No quiso contarle nada ni al papá ni a la mamá. Me tocó cargarlo hasta la clínica y de ahí lo iban a trasladar para Bogotá o Girardot pero al final logramos que pasara el resto de su enfermedad en Fusa sin que lo intubaran. No entiendo como no me contagié la enfermedad”, añadió.
Tercera generación
La mayoría de los niños, cuando son chicos, juegan con la pelota, con algún carro que se convierte en robot o con un camión de juguete. Juegan y se distraen por un rato, pero luego pasan a otras cosas. Sin embargo, hay para quienes los camiones de juguete jamás fueron un juego.
Es el caso de Milton. Desde muy niño jugó con mulas de verdad, y desde que su abuelo le enseñó a manejar a los nueve años, ser transportador para él no es un trabajo: es una vocación, es su identidad, es un estilo de vida que ama y que le ha representado grandes sacrificios, pues la mayor parte del tiempo él está alejado de su casa y esta es la razón por la cual la mamá de su hijo lo abandonó cuando su niño, al que crió solo, tenia 12 años.
“La mamá de mi hijo se fue por mi trabajo. Yo creo que se fue por mi ausencia, por estar viajando la mayor parte del tiempo. No aguantó la ausencia, se aburrió y se fue. Yo me quedé con mi hijo que hoy tiene 20 años y ya es un profesional. Él odia el transporte y tampoco le gusta que esté tanto tiempo por fuera. Este año fue duro porque al volver a casa teníamos que esperar un tiempo por seguridad”.
Así, aunque Milton solo vio a su padre unas tres veces en la vida y tiene clarísimo que su abuelo materno fue siempre su papá, sí supo que ese hombre que le dio la vida vivió de manejar una mula hasta que murió, razón por la cual, para cualquier efecto, él es la tercera generación de muleros en su casa.
“Cada vez que yo comienzo a hacer memoria de mi vida tengo a mi abuelito en todos mis recuerdos. A él le seguí todos los pasos. Fue un gran hombre, uno de los fundadores de una empresa que se llama Expreso Fusacatán. Yo recuerdo que me la pasaba con él en el carro y así me cogiera el sueño yo no me apartaba de su lado. Por donde él anduviera yo iba detrás”, recuerda Milton mientras muestra una fotografía de su abuelo con su hijo quien, paradójicamente aborrece todo lo relacionado con el transporte de carga y es ingeniero agrónomo.