Excelentes entrada y tarde para el segundo festejo de la Feria de Manizales, primera corrida del abono, en homenaje a la juventud taurina de Colombia.
La llamada ‘Corrida Blanca’ convocó a más de 1.500 muchachos abonados, todos menores de 23 años, que se agolparon en el Tendido 1 de sombra vestidos de blanco con pañolones rojos, para recibir el homenaje a su afición, y en reconocimiento a la labor que adelantan, particularmente en Manizales, en favor de la consolidación de la fiesta brava en Colombia.
Lástima que el encierro de Paispamba, que el año inmediatamente anterior triunfó sin objeción, no estuvo a la altura de la expectativa que había despertado el festejo, entre la seria y, esa sí, encastada afición manizalita.
El primero de la tarde, un castaño listón y requemado, se empleó bien en el caballo. No obstante, Luis Miguel Castrillón, torero antioqueño, tuvo que encarar toda clase de líos cuando en su labor de muleta el toro comenzó a desarrollar sentido y, con ello, a deshacer los sueños del diestro. No tuvo gas para mucho y la actuación del torero terminó silenciada. Media estocada en buen sitio y un descabello pusieron fin a este ‘impasse’ de toro.
El segundo de su lote, cuarto de la tarde, lució su bonita capa de jabonero, pero no más. Como los anteriores, el astado desdibujó la labor de Luis Miguel con el condenable defecto de salir suelto de las suertes. Muy pronto, el toro desenmascaró su mansedumbre, al rajarse y terminar parado para buscar refugio en su querencia natural. Líos tuvo también el paisa con la espada. Silencio.
Joaquín Galdós, torero peruano anunciado como segundo espada en el cartel y quien ha sido motivo de muy buenos comentarios por parte de la crítica, salió con ganas de exhibir su aplaudido repertorio y de dejar buena imagen ante la concurrencia, pero se estrelló con Cuatrero, un negro chorreado en verdugo que no tenía aliento ni para sostener su alma. Dos pinchazos y estocada desprendida para despachar al pocacosa. Silencio al torero, pitos al Cuatrero.
La mansedumbre del encierro allanó los terrenos del descaro, cuando saltó el quinto toro a la arena manizalita. Hastiado, así se llamaba, no embestía: pasaba. El limeño porfió contra su mala suerte, pero el toro es el rey de la fiesta y en esta ocasión no estaba dispuesto a dar cuenta de ello.
Congeló nuestras ilusiones la parte final de la primera salida del también antioqueño Juan de Castilla. No le acompañó la fortuna al usar los aceros, cuando todo lo había hecho muy bien, dejando en claro que ha alcanzado un grado de madurez digno de admiración. En consonancia con ello, vimos una faena a la que inyectó una dosis, inédita en él, de técnica; de esa que pocos alcanzan. El toro dio muestras de querer desentenderse del asunto y decidió huir de los engaños. Juan, con gran inteligencia, comprendió lo que sucedía, puso las telas en la cara del toro y logró embarcarlo para ejecutarle muletazos de factura. Pero el astado, terco como las mulas, se vio perdido y terminó rajado.
Y para cerrar la corrida infortunada de la ganadería, abandonó los toriles Barato, un capuchino de 536 kilos que por instantes nos hizo soñar con la salvación de la tarde. ¡¡Pero qué va!! Juan de Castilla salió a por todas. Inició su labor con doblones sapientes, para procurar que el toro aprendiera a bajar la cabeza. Le dio tiempo, distancia... lo consintió para que no se fuera a "fundir" como el resto de la corrida. El toro respondió en los primeros muletazos, pero luego, para continuar en la línea de descaste de la corrida, se derrumbó y todo acabó.
Embistieron los toreros… y la juventud taurina. La Feria tendrá que despertar.