Agustín Rodríguez, un joven campesino que trabaja en una finca del Guaviare, todos los días cuando se levanta se persigna y le da gracias a Dios y a la Virgen porque sigue con vida y no se ha contagiado de covid-19. Ya se acostumbró a usar el tapabocas, a 'andar lejito' de los demás y lavarse las manos cada vez que puede. Religiosamente ve los noticieros de la televisión para estar 'pilas' con lo que pase con este virus.
“Me levanto hacia las cuatro y media de la mañana y oro… Luego a trabajar. Después de un buen café negro me toca ir a ordeñar y dejar la leche lista en las cantinas a la orilla de la vía para que el carro recolector no tenga problemas”, sostuvo en diálogo con EL NUEVO SIGLO.
En la finca, cuando está solo, anda con tapabocas pero suelto. Así recorre, obviamente después del desayuno, los potreros para revisar las cercas, contar el ganado, asegurarse de que tiene agua y, todos los viernes en la mañana, darles la correspondiente ración de sal.
Estando allí se siente tranquilo, pero el miedo y temor asoman cuando llegan visitas inesperadas de vecinos o de algunas personas que no son del sector pero que se acercan a preguntar por algún familiar, una finca en venta o para arrendar, incluso en busca de posada por una noche o una temporada. Según Agustín hay gente que busca el campo simplemente para no estar en donde hay más virus y pasar un tiempo alejado mientras aparece la vacuna.
“El que diga que no tiene miedo o temor es sencillamente un mentiroso… Por supuesto, cuando aparecen extraños en la finca, uno procura mantenerlos a distancia y pedirles que se pongan el tapabocas”, relata.
Sin embargo, cuando llega algún familiar la cosa es distinta. “… Uno sabe que hay que guardar todas las medidas de seguridad y se queda a prudente distancia… Si permanece en la finca, entonces hay que estar distanciado y que ande con tapabocas hasta que se vea que no tiene ningún problema de salud”, sostiene el joven campesino.
De lejitos
Agustín procura ir lo menos posible al pueblo más cercano. Por fortuna, relata, “desde La Carpa sale la línea los lunes, los miércoles y los viernes hasta San José (la capital departamental) y le encargo la remesa y algunas medicinas. Si necesito adquirir algo, entonces le paso la lista y la plata de lo que vale, y así evito el desplazamiento hasta la capital… Por esta razón estoy agradecido con ese transporte”.
Por las noticias se mantiene al día y sabe que el departamento tiene muchos casos del virus. Se queja de que mucha gente no cumple con las medidas del tapabocas, el baño de las manos y no andar uno encima del otro. “… Por la irresponsabilidad de unos, los contagiados resultamos otros”, sostiene Agustín.
Por eso dice que “cuando voy a San José es por fuerza mayor y en mi moto y con todas las medidas de seguridad… Uno se siente raro bañándose las manos cuando recibe las vueltas por la compra de un repuesto y de algo que se requiere en la casa o cuando se encuentra a un amigo y le da la mano”.
De acuerdo con el joven “aquí casi nadie usa el saludo del puñito ni del codo… Con disimulo me lavo las manos con alcohol y lo hago disimuladamente para que el amigo o la persona del saludo de mano no se moleste”.
Lo más difícil
Hoy la situación en esta zona del Guaviare está más tranquila, pero cuando se le pregunta a Agustín cómo era la movida meses atrás el rostro le cambia.
Reveló que al principio de la pandemia y “cuando todos teníamos mucho miedo del contagio” algunos vecinos cerraron el ingreso a las veredas de gente extraña o de personas que no fueran de la región.
“Era difícil el paso. Luego empezaron a tomar la temperatura y revisar si no estaban enfermos… Solo si demostraban que eran de la región podían pasar sin mayores contratiempos. Sin embargo, semanas después se levantaron esos controles”, recuerda.
Señala que en ese momento “vinieron los días difíciles, pues el precio del litro de leche cayó a 350 pesos, cuando normalmente se pagaba a 800 pesos y todo empezó a encarecerse”.
“Como no había clientes, los quesos estaban en las bodegas corriendo el riesgo de perderse. No pudimos seguir con la producción normal y adquiriendo la misma cantidad de leche. No tenemos ingresos y por esta razón no tenemos cómo cancelar lo que antes pagábamos por litro. No queremos quedar mal a nadie”, precisó Rodríguez.
De acuerdo con Agustín, otros compradores de leche que pagaban por litro entre 900 y mil pesos quedaron mal, “pero gracias a Dios nuestro comprador no. Poquita plata, pero llegó y pudimos solventar el diario y el sustento, claro ayudados con la yuca, el plátano y otros productos que sembramos en nuestra finca”.
Pero el problema no solo fue la leche, sino la ganadería en general, que es la principal actividad de esta región del Guaviare. “También cayó la venta de ganado, porque la cuarentena afectó a todo el mundo y ahora que nos estábamos recuperando de todos los males, nuevamente, por la irresponsabilidad de unos pocos, vuelven las medidas (de control)”, indicó.
“La situación es tan difícil que hasta el turismo se afectó enormemente, pues gente extranjera y de otras zonas del país que venían al Guaviare para conocer las pinturas rupestres en La Nueva Tolima, en Cerro Azul, Cerro Pinturas y en el (Parque Nacional de) Chiribiquete, no volvieron”, lamentó este campesino.
Más control
Para Agustín “es necesaria una campaña muy fuerte para que las personas acaten las normas y eviten la propagación del virus, pues muchos no creen en la pandemia y el tapabocas lo llevan en el cuello, en la frente, en la mano o en el bolsillo. Es difícil y grave la situación”.
“La mayoría de los campesinos, por no decir todos, no usan tapabocas y solo se limitan a trabajar, a evitar las visitas de extraños en busca de alquiler de cabañas y fincas, de amigos e incluso de sus propias familias porque están huyendo del contagio. Lo triste de todo esto es que de pronto alguien llega con el mal y nos contagia a todos”, se quejó.
Por eso mismo Rodríguez insiste en que “el gobernador del Guaviare y los alcaldes deben fortalecer las medidas de control para evitar la propagación del virus” pero también "construir carreteras, porque las que tenemos son trochas y solo hay dos con trayectos cortos con placas huellas, para que los médicos y enfermeras puedan desplazarse a las veredas sin temor a quedar varados en las trochas. Tampoco podemos sacar nuestros productos al mercado sin intermediarios”.
Agustín puntualiza que los campesinos no han dejado de laborar y le pide a Dios que termine toda esta crisis para que “se pueda trabajar en paz”.