BOLÍVAR ejerce la representación política de la Nueva Granada y Venezuela avalado por las frágiles instituciones de ambos lados y con sus condiciones de jefe militar y político encarna con su carisma la creación y eventual libertad de Colombia. Lucha en ambas regiones y maneja políticos y militares con mentalidades diversas, reacciones distintas y objetivos no siempre coincidentes.
Las continuas divisiones y rencillas de campanario de la patria boba, como los constantes desencuentros de los caudillitos venezolanos y los políticos delirantes, han conducido a ambas regiones al desastre militar y la fractura de la sociedad política naciente. Como en la antigua Roma se necesita un Cesar capaz de poner orden y orientar la sociedad anarquizada y dividida, en especial después de la reconquista militar del general Morillo. Ese es Bolívar.
Su poder emana de esa condición excepcional de caudillo y estadista, que combina con la mística que provoca entre las tropas y el pueblo raso. Es el precursor del cesarismo democrático. Su poder se avala en congresos y asambleas, convocadas por su propia voluntad para brindar la democracia a los pueblos que libera. En su lucha denodada por la libertad de Venezuela y la Nueva Granada, en medio de las ruinas del sistema consolida un poderoso régimen castrense, que combina con la creación de instituciones democráticas que sirvan para moderar el poder militar que mantiene de manera férrea para hacer y ganar la guerra, en un medio donde los paisanos suelen pasar horas, días meses y a veces años discutiendo la política a seguir, que termina, no pocas veces, reducida a sus propios intereses localistas y personales.
Sin ese sistema bicéfalo encarnado por Bolívar, como general en jefe de los ejércitos libertadores, no habría sido posible dar libertad a pueblos aislados, de diferente carácter y que tendían a confundir la democracia con la anarquía.
El cruce de la cordillera
Tras vencer múltiples obstáculos y dificultades para conseguir incorporar a sus hombres procedentes de distintas regiones y entrenados militarmente a las volandas, en algunos casos por los curtidos oficiales ingleses, no tiene tiempo para adaptar a los de tierra caliente al terrible desafío de cruzar la cordillera.
O’Leary, cuenta en sus famosos escritos que los libertadores cruzaron Casanare, por entre sabanas cubiertas de agua, los caminos intransitables y obstruidos por el invierno, como por los derrumbes que provocan las torrenciales lluvias. Parte de los caballos y del ganado pereció víctima de los crueles elementos. Los tres médicos de la Legión Británica murieron, como varios de sus valerosos miembros por cuenta de las enfermedades endémicas, sin disparar ni un tiro.
El ejército acampa en Pisba –sigue O’Leary- y gran parte de la tropa está desnuda, siendo la mayoría de los ardientes llanos de Venezuela. Al día siguiente siguieron por una suerte de desierto en la altura, donde el frío calaba los huesos y resultó fatal para varios de los milicianos, que ¨e enfermaban y en pocos minutos expiraban”.
“En la marcha era imposible mantener juntos a los soldados en esos páramos, pues los oficiales mismos apenas podían sufrir las fatigas del camino, ni menos atender a la tropa. Muchos soldados perecieron por los sufrimientos y el rigor del clima”
El 6 llegó la división de Anzoátegui a Socha, donde los habitantes recibieron con cálida solidaridad a las huestes del Libertador. Los habitantes y vecinos, los recibieron con pan, tabaco y chicha.
O’Leary, señala que la caballería llegó sin un solo caballo, gran parte de las provisiones se perdieron, las armas en su mayoría estaban descompuestas y la pólvora mojada.
Sin que tan duras pruebas amedrentaran a Bolívar, quien de inmediato se ocupó en levantarles la moral, en tanto aseguraba la subsistencia de sus hombres. Lo primero, enviar al intrépido Lara, con una comisión, a desandar lo andado para recoger las armas y provisiones abandonadas por sus hombres, así como recolectar caballos y ganado. Despacha espías por el entorno y para reconocer el terreno. El relato de Santander, coincide con el de O’Leary, en particular en lo que se refiere a la pérdida de la caballería y las armas, porque “todo estorba al soldado para salir del páramo”, que es el arma clave para atacar el enemigo y aniquilarlo. Además, “él ejército era un cuerpo moribundo”.
Sorprende que Barreiro consiga mantener a sus hombres organizados y activos, precisamente en los llanos, así no hubiese tenido que remontar la cordillera, dada la naturaleza del clima que golpea más duro al europeo recién llegado. Con lo que no contaba es que desde esas alturas de más de 4.000 metros saliera a rugir un ejército dispuesto a morir o conquistar la victoria. En Corrales y Gameza se libraron feroces combates. Los realistas se parapetan en la Peña de Tópaga. En la noche ni los realistas, ni los independentistas durmieron, ambos ejércitos se movieron en sentido opuesto con la idea de sorprender al contrario. Bolívar, sostiene O’Leary, arenga a sus soldados y proclama que: ¨No pudiendo retirarnos por el páramo, tenemos que vencer o morir¨. Al retroceder a Gamesa, se combate con ardor en ambos bandos, siendo criollos varios de los realistas que combaten y dan su vida por fidelidad al Rey.
En Socotá, Bolívar improvisa un hospital mientras se consiguen víveres y abastecimientos en la vecindad. En seis días él y sus generales consiguen instrumentar un ejército en su moral y capacidad de combate. Barreiro, no da tregua y en la zona se prepara para batir las tropas de Bolívar.
La batalla del Pantano de Vargas
25 de julio de 1829
A las 10 a.m. salió de la zona de Sogamoso la fuerza republicana, a las doce llega las faldas del Pantano de Vargas, Barreiro desde la altura le cerró el paso y obliga a Bolívar a presentar batalla. Este le ordena a Santander que ocupe con la vanguardia la altura montañosa. Más, cuando las tropas de Bolívar cruzaron, Barreiro, en una apuesta audaz, contrataca y lanza como un huracán al valiente coronel Narciso López y sus hombres que desalojan a Santander de la zona alta y favorable que ocupa, quien no consigue resistir y abandona la posición. Barreiro, lanza varios batallones a quebrar el centro de los ejércitos de Bolívar.
Todo parecía perdido, estampa O’Leary: “pero Bolívar voló a reunir los cuerpos desbandados y ordenó al coronel Rooke que con la Legión Británica desalojase al enemigo de las alturas que ocupaba, lo que verificó el bizarro inglés de la manera más brillante”. Ya sonaban los clarines de victoria, cuando de manera súbita las fuerzas de Barreiro cargan impetuosas y recuperan las alturas del lugar. La mueca de la derrota se dibuja en el horizonte. Es cuando Bolívar, se dirige a Rendón que comanda a los bravos llaneros y le dice “Coronel, salve usted la patria”.
La carga de caballería al mando de Rendón e Infante, de entre 400 a 500 jinetes, barre a sus adversarios y cae sobre la infantería que no alcanza a volver a cargar sus armas. Carvajal, ataca a las reservas realistas y las hace colapsar. Barreiro, en su informe resalta la mística de las tropas independentistas, que remontaban barrancos y “nuestra infantería no podía resistirlos”. El coronel James Rooke, herido en el brazo, con el otro levantó el que le amputaron y grita en castellano “Viva la Paria”. A los tres días murió el héroe del Pantano de Vargas.