En estos días del Bicentenario de Boyacá y la creación de Colombia bajo un sistema democrático se escribe más sobre las batallas que el Libertador Simón Bolívar debió librar para forjar una gran nación y poco se dice de su visión política de conducir sus tropas victoriosas hacia el sur para liberar Ecuador, Perú y crear a Bolivia, en gran parte gracias al aporte estratégico del general Antonio José de Sucre. Esa combinación de esfuerzos permite que las energías de Colombia se canalicen al gran objetivo de liberar el sur del continente.
Sucre es un general de 27 años, desde los 14 abriles en la academia militar realista y después al servicio de la Independencia. Cuando libra la batalla de Pichincha en las montañas que rodean a Quito, con una gran experiencia teórica y de combate adquirida en la guerra en Venezuela que gana sus ascensos en combate y como oficial profesional y de Estado mayor, como en el sitio de Cartagena. Su identificación plena con el Libertador, determina que se conviertan en el binomio más poderoso e influyente de esos tiempos heroicos y decisivos. Ellos demarcan el futuro de las naciones que liberan, no como conquistadores sino como libertadores.
Ambos actúan con una generosidad y desprendimiento, casi sin antecedentes en la historia de la humanidad, marcada por las pasiones y el lucro que suelen buscar los generales victoriosos a lo largo de los siglos, desde la Grecia de Alejandro Magno, pasando por el Imperio Romano de Julio César, la Europa cristiana, el ascenso de Napoleón. Bolívar y Sucre, dan un conmovedor ejemplo de voluntad de servicio a la Gran Colombia y la causa de libertad.
Pese a que resulta más atractivo hablar de Bolívar y Sucre, como guerreros, es de reconocer, también, el talento político y diplomático del Libertador. Bolívar, conocía a fondo los principios de la diplomacia, que había estudiado bajo los auspicios de las Cartas de Lord Chesterfield a su hijo, puesto que éste intentaba formarlo como diplomático. En esos dos gruesos volúmenes que Bolívar le regala a su sobrino, tan calavera como el hijo del brillante diplomático del Reino Unido, se familiariza a fondo con el trato refinado y sutil de la diplomacia británica. En algunas de las notas del inglés subrayadas por Bolívar, comenta hechos inequívocos de la historia como que: “en estos tiempos las guerras se hacen con pusilanimidad, se da cuartel, se toman ciudades, los pueblos son perdonados, y aún apenas puede una mujer abrigar la esperanza de ser violentada en un asalto. Por tanto, es tal la inhumanidad de los tiempos antiguos, que los prisioneros morían a millares a sangre fría, y los vencedores no tenían consideración por hombre, mujer y niño”.
Esto comentarios los hacia el Lord para familiarizar a su hijo con la historia militar y política europea. Lo mismo que hacía referencia a sus convicciones sobre los gobernantes de la época y los diplomáticos, como sobre las pasiones que tanto influyen en la política y la diplomacia. Se refiere al tema de los celos y sostiene que no es exclusivo de los pueblos nórdicos, y que reinan más con frecuencia en las naciones más cercanas a la influencia del sol. “Es desgracia para una mujer el haber nacido entre los trópicos, por ser aquella la región ardiente de los celos, los cuales se resfrían poco a poco a medida que se avanzas al norte, y casi se apagan bajo el círculo polar”. Temas como estos sobre las élites sociales, los gobiernos y la historia como sobre las costumbres de la época son tratados por el inglés, con la rara libertad de escribir para la formación de su hijo.
Allí sostenía Bolívar había bebido la sabiduría social de Albión, en especial sobre el arte de cómo tratar a los poderosos de su tiempo.
Nadie mejor que Bolívar en materia de tratar a los diplomáticos y estadistas de su tiempo, como de perseguir sus grandes metas geopolíticas. Desde muy joven tuvo tratos con las autoridades peninsulares y criollas en la Capitanía General de Venezuela, lo mismo que en España, precisamente, en Madrid, donde el mayo, que vivía en casa de su tío le presenta a la Reina María Luisa de Parma, que lo favorecía con su amistad. Lo mismo que conoce al futuro Rey Fernando VII, cuando estaba bajo el dominio de las intrigas de la corte, en pleno auge de la decadencia. Lo que influye con el tiempo en su decisión inquebrantable de forjar repúblicas en Hispanoamérica.
Notable es su proyecto de forjar la unión de la Gran Colombia, con México, lo que de hecho nos convertía en una potencia. Así como el proyecto con Sucre, de unirnos con el Perú y Bolivia. Ambiciosos objetivos a los que se oponen franca o solapadamente, Páez y Santander, como buena parte del círculo burocrático que los rodea y las potencias. El Imperio Español se podría haber mantenido unido, como lo estuvo por trescientos años.
La tragedia del Libertador es que su salud flaquea en esos tiempos y le asesinan a Sucre, su heredero natural y héroe del Ejército libertador. El binomio era necesario para mantener la unidad y proyectar la política de grandes espacios y predominio territorial, que no todos los paisanos entendían. Como no entendían la importancia política y la grandeza de la convocatoria de Bolívar de crear una Sociedad de Naciones en Panamá, la cual, decía: “parece destinado a formar la liga más vasta que ha aparecido hasta el día sobre la tierra”. Y también proclamaba que las naciones tendrían un código civilizado de comportamiento universal. “El Nuevo mundo se constituirá en naciones independientes, ligadas todas por una ley común”, sostenía.
Tan grandioso proyecto se desvanece con la muerte del Libertador, en Santa Marta, cuando se aprestaba a viajar al Reino Unido, país que quería volver a visitar para alejarse de la ingratitud y pequeñez de los politiqueros corruptos de nuestra región.