Tarde apacible con tres cuartos largos de entrada en la Monumental de Manizales, para la tercera corrida del serial taurino de abono.
Después de cinco años de ausencia, retornó al coso de La Castellana la ganadería de Las Ventas del Espíritu Santo, propiedad de César Rincón, ante la cual midieron poder los espadas Paco Perlaza, Sebastián Castella y Álvaro Lorenzo.
Difícil, por no decir imposible, resultó para Perlaza ejecutar una faena de valía a un toro que jamás corrigió el defecto de embestir echando siempre las manos por delante. Además, su baja nota por avanto y distraído había ya anunciado que no iba a ser fácil someterlo. Paco no encontró la fórmula que esconde la técnica para subsanar esa falencia y poco pudo hacer ante un toro definitivamente ido. Si a eso se suman los 5 pinchazos del caleño, preferible olvidar lo visto.
El segundo de su lote, cuarto toro de la corrida, fue protagonista de un hecho insólito: Después de ir tres veces al caballo, fue cambiado por "manso" (¡ !). Luego del cambio, fue cuatro veces más y terminó persiguiendo los capotes que le presentaban los subalternos, en su afán por regresarlo a los corrales.
Saltó entonces Sonoro, que sí resultó manso: flojo de remos, ahogado, parado y sin ninguna posibilidad. Paco prefirió abreviar. Chao toro y chao todo.
La inclusión en el cartel de Sebastián Castella había concentrado de manera importante la atención de la parroquia. En su primera salida, el galo dio una cátedra sobre la increíble magia del manejo de los tiempos. Esa fue la base sobre la que ejecutó la faena a este toro. El astado, flojote de remos y limitado de fuerza, había evidenciado que necesitaba mucho oxígeno para cumplir. Castella instrumentó muletazos lentos, muy suaves, templando los viajes con la mano baja. Faena importante por la forma en que el diestro impidió que las complicaciones del toro acabaran con su ilusión. Estoconazo trasero y descabello, y primera oreja de la tarde.
En el momento en que hizo asomo el quinto de la tarde, toro de nombre Barco, con 544 kilos, en el ambiente de la plaza se respiraban aires nada alentadores. La corrida había caído casi totalmente de ánimo, por el preocupante juego que estaban dando los pupilos de Rincón.
Sin embargo, cosas de la vida, el rancio aforismo de ‘no hay quinto malo’ terminó cobrando su más elevada factura. Como en los tiempos del Guerra, Reverte y Mazzantini, a Manizales llegó un Barco cargado de… triunfo. Qué toro. Yo lo vi de vacas. Al acudir al peto, levantó sus cuartos traseros hasta la Fila 22 y ahí comenzó a cocinarse la victoria de Castella. En la muleta el azabache fue una fuente de virtudes: tranco, codicia, prontitud, fijeza, todo besando las arenas y exhibiendo gran clase. El francés fue a por lo suyo y bordó una faena bella, artística, seria. El colofón no podía ser mejor: estocada de concurso y el toro rodó sin puntilla en los medios.
Faena de tres orejas... qué pena, los toros sólo tienen dos. Vuelta merecidísima al toro.
Tras su brillante actuación en el festival del año inmediatamente anterior, volvió a pisar el ruedo manizalita Álvaro Lorenzo, torero español de gran cartel y muchos seguidores en Manizales.
En su primer trasteo pechó con un astado al que le costaba repetirse, lo cual terminó por enfriar su labor. El toro fue de recorrido justo para que el diestro dibujara algunos pases de atracción, pero sin transmisión no hay emoción y sin ella no es posible sentirse a gusto en el tendido. Estocada trasera y tres descabellos. Silencio.
Al que cerró el festejo lo toreó con gusto. Lorenzo explotó a este albardado que dio buen juego y posibilitó mantener a los tendidos despiertos. La faena no alcanzó a hervir, pero tampoco dejó sabor ingrato, merced a las buenas maneras del toledano que una vez más justificó con creces su inclusión en la Feria cafetera. Tres cuartos de efecto tardío. Silencio.