Por: Hernando Suárez Albarracín
Tuvieron que transcurrir 17 años. El 14 de enero de 2007 César Rincón, El Juli y Andrés de los Ríos cortaron 10 orejas a un encierro de Ernesto Gutiérrez. Incluso Andrés indultó un toro. Manizales tiene duende.
Con plaza casi llena, bajo 24 grados centígrados y en medio de una gran expectativa, se dio la tercera corrida de abono en Manizales. Antonio Ferrera, Daniel Luque y Juan de Castilla despacharon un bien presentado y, exceptuando el primero, potable encierro de Juan Bernardo Caicedo.
Curiosamente la corrida no comenzó bien. Abrió plaza un manso sin fuerzas, avanto y rajado que poco y nada aportó. El de Mallorca, no obstante, le apostó a sujetarlo y dibujó muletazos en redondo y naturales estéticos que impidieron que pasáramos en blanco. Pasaportó de media y estocada desprendida. Pitos al toro, silencio al coletudo.
Pasamos la página y saltó a la arena Majestuoso, un toro que se empleó a media máquina, pero tuvo fijeza, se entregó y fue pronto al engaño. Daniel Luque inició su trasteo echando mano de la despreciada herramienta del pico de su muleta, pero desde la segunda tanda dejó en claro cuál era su propósito. Se atornilló entonces al eje del ruedo y, ya con el toro embarcado, bordó una faena lentísima, profunda, desmayando su alma para acompañar la noble embestida del negro. Todo lo que transpiraba la faena, se respiraba en los tendidos. Muletazos en redondo con el toro encelado y otros con arte por los dos pitones. Claro... sonó el pasodoble Feria de Manizales.
Con el público a sus pies, sacó su mejor partitura para derrochar el arte de su torería sevillana, que hizo delirar al público que lo aplaudía a rabiar. Entró a matar y dejó una estocada hasta los gavilanes, un pelín traserita. El toro tardó en doblar, pero la artística faena terminó pesando mucho más que esa circunstancia. Dos orejas. Emoción a mares.
Sin terminar la plaza de digerir tanta felicidad, salió Juan de Castilla. A un toro de menos cilindrada que el anterior, aunque igual de entregado y fijo, le ajustó una faena sencillamente extraordinaria, por inteligente y artística. Al toro había que andarle lento, instrumentarle tandas cortas, consintiéndolo mucho para no agotarle el poco fuelle que tenía.
El antioqueño, en plan de maestro, lo comprendió todo y dibujó una obra inolvidable. Faena honda, de gran transmisión que firmó con un fulminante estoconazo en todo lo alto. Dos orejas, por si alguien duda aún que Juan de Castilla es de los mejores en la nómina de toreros colombianos.
Bañada la plaza en la alegría que dejaron las dos faenas anteriores, salió Antonio Ferrera a romperse el alma. El isleño picó y banderilleó al toro, cuarto de la corrida, entre la bataola que se iba armando en los tendidos. El toro no tuvo la movilidad ideal, pero fue presto al embestir con una fijeza de ensueño. Su bravura vino a cobrar la más alta factura durante el tercer tercio, al que llegó evidenciando trabas en sus remos delanteros. Aún así metió la cabeza abajo, embistió y permitió que Ferrera hiciera lo suyo: Una faena a lo Ferrera ante un público que valoró su entrega y ganas de triunfar. Se volcó luego sobre sus lomos y vació la espada arriba, para asegurar también su puerta grande y redondear la apoteosis. Dos orejas y vuelta al ruedo al toro.
Con el segundo de su lote, quinto del festejo, Luque dictó cátedra de toreo lento, reposado, desmayado. El toro no salió con su 'tanque' lleno de combustible, pero fue bravo. Jamás quitó la vista del engaño, se paró en los medios y cumplió hasta la última cita. Al son del pasodoble Feria de Manizales, Luque se deleitó toreándolo sin apurarse y sin apurar al toro. Faena técnica, templada, bellísima, colofonada con otro estoconazo en buen sitio que hizo rodar pronto al toro. Dos orejas. Aplausos al toro en el arrastre.
Como si Juan de Castilla no se hubiera conformado con el rotundo triunfo en su primer toro, salió a sellar su gesta con el chorreado que cerró la corrida. Buen toro. Hipnotizado por la muleta mandona del paisa, tomó con clase los engaños, humillando, repitiéndose con prontitud. La faena subió muy pronto de temperatura, mientras la concurrencia degustaba las buenas maneras de Juan, en una faena tan artística como emocionante acompañada por las notas del pasodoble Feria de Manizales. Una pena que en tres ocasiones hubiera huído a buscar la barrera. De no ser así, el Juanbernardo seguramente hubiera sido indultado. Espadazo traserito y algo desprendido. Dos orejas, palmas al toro en el arrastre y locura en los tendidos. Así terminó una corrida apoteósica, extraordinaria, inolvidable.
¡Que viva la fiesta brava!