Algunos los llaman ‘Ángeles’, otros les dicen ‘Héroes’, y no faltan quienes los han comparado con Dios. La verdad es que no hay palabras para agradecer la entrega de estos seres tan mortales como cualquier otro, pero tan llenos de bondad y tan injustamente retribuidos como los médicos que, junto a su equipo de atención de urgencias, han salvado millones de vidas en el planeta entero -nunca se sabrá cuántas-, y todo a cambio de un simple “gracias doctor”.
Son ellos los verdaderos héroes, o ángeles, los que aún en pandemia han tenido que trabajar todos los días sin descanso, en largas jornadas diurnas y nocturnas y en las más difíciles condiciones científicas, técnicas y logísticas, para no hablar de las laborales, porque por encima de cualquier consideración está su juramento hipocrático: “No llevarás otro propósito que el bien y la salud de los enfermos”.
O que lo diga Jaime González Nova, un médico general y Citohistólogo que aún no llega a los 30 años de edad, actualmente al servicio de una reconocida EPS que en plena pandemia diseñó una central de urgencias al sur de Bogotá para atender exclusivamente pacientes de covid.
“Cuando llega el paciente se le hace un pretriage porque algunos llegan en estado de salud muy deteriorado; luego pasan a triage donde se clasifican y dependiendo de los signos vitales pasan a atención rápida, a observación o a reanimación. Hay que estar muy atentos para evitar un desenlace fatal”, cuenta.
Ahí, justamente, es donde comienza el riesgo para el personal de salud, primero el pretriage, que lo hace el enfermero jefe, y luego el médico, que asume la responsabilidad.
“Desde que el paciente ingresa a la institución comienza a aplicarse el protocolo de bioseguridad. Tenemos que usar todos los elementos de protección: una especie de overol que cubre piernas, tronco, extremidades, una especie de zapatones para evitar el contacto con el piso, una mascarillas tipo N-95, encima un tapabocas no convencional, tipo quirúrgico, guantes de látex o Nitrilo, un gorro para recoger el cabello, gafas y encima una careta para proteger las mucosas, ojos y boca”.
Más complicado aún cuando hay que atender cada día entre 60 y 70 pacientes de diferentes tipos de urgencias, y de ellos al menos 20% son por covid. Llegan muchos pacientes con enfermedades respiratorias y dada la situación todo paciente con afección respiratoria se considera sospechoso de covid hasta que se verifique o descarte.
He ahí el dilema
“Por momentos todo médico entra en pánico de pensar que el riesgo está ahí y que se puede contagiar él y contagiar a su familia. De hecho, tuvimos varios casos de compañeros médicos que resultaron contagiados”, dice.
No le falta razón cuando se verifica que el paciente tiene covid. Ahí viene el primer dilema: si el paciente tiene síntomas respiratorios y se confirma que es covid pero no requiere oxígeno ni ningún soporte, pues se envía para su casa para aislamiento en casa y se le hace seguimiento telefónico todos los días.
“Pero si es un paciente con dificultad respiratoria, que requiere oxígeno, se toman algunos exámenes adicionales de severidad y dependiendo de eso se determina si requiere traslado a una institución hospitalaria a una UCI”, agrega el galeno.
Comienza, entonces, el segundo dilema: “Lo primero que uno hace es estabilizar al paciente como sea, brindarle el soporte de oxígeno que se necesite, los líquidos intravenosos, mantenerlo hidratado, tomarle los exámenes necesarios, y a la par iniciar los trámites para la remisión, un trámite netamente administrativo que puede tardar horas porque hay que verificar disponibilidad de ambulancias, de camas, disponibilidad de UCI. Tuvimos varios casos en que no fue posible conseguir pronto una remisión, entonces es más difícil mantener un paciente estabilizado en un primer nivel sin especialistas y sin medicamentos. A otros pacientes hubo necesidad de intubar, ventilar, reanimarlos en el sitio, mantenerlos estabilizados y rogar porque saliera pronto la remisión. Es una situación realmente estresante porque el paciente se deteriora en cuestión de horas, ¡ya se imaginará!”.
De carne y hueso
Para rematar, el experto recuerda que a comienzos de pandemia estaba trabajando en otro hospital de primer nivel mucho menos dotado, ¡qué tal!.
“Allá la situación era muy precaria: no teníamos ventilador mecánico, entonces viene otro dilema ético: reanimar o no reanimar, ventilar o no ventilar, porque hay un principio médico: ‘en pandemia no hay urgencias’, es decir que durante una pandemia lo primero es proteger al personal de la salud. Entonces en teoría no debería haber reanimación, pero qué médico no reanima a un paciente que está muriendo a pesar del riesgo de contagio, es un dilema ético con el que hay que batallar”, explica.
No es fácil resolverlo, pues la reanimación consiste en realizar compresiones torácicas, con ventilación mecánica y realizar la intubación endotraqueal, que para los que saben es el momento de máxima tensión y máximo peligro por la exposición vía aérea al virus.
“Son momentos de estrés realmente angustiantes: un paciente en deterioro requiere reanimación, puede entrar en paro cardiovascular y tiene un porcentaje de mortalidad bastante alto y los que sobreviven quedan con secuelas graves. Por eso la exposición del médico y el personal de salud al virus es máxima”, explica González Nova.
Recuerda, igualmente, que con la pandemia cambiaron los protocolos, disminuyó la cantidad de gente que ingresa a una reanimación, por tanto es más difícil para el médico reanimar a un paciente y mayor su exposición al contagio con cada compresión torácica, “entonces hay que extremar todas las medidas de bioseguridad, y eso causa muchísimo estrés y angustia”.
Es ahí, justamente, donde esos maravillosos ángeles, o héroes, vuelven a ser de carne y hueso, como cualquier mortal.
“Lo más duro en esta época es que trabajamos con un contrato de prestación de servicios, nos toca arriesgar la vida para salvar otras vidas, pero si me contagio no me pagan esa incapacidad y eso acarrea un doble problema: perder el empleo y no tener ingreso para mi familia durante el aislamiento. Eso les ha pasado a muchos médicos y trabajadores del sector salud. Y lo más triste: varios médicos y enfermeros han muerto de covid y dejan a sus familias desprotegidas porque estaban por prestación de servicios. Eso es descorazonador”, se lamenta el médico.
A pesar de todo, dice “siempre valdrá la pena ser médico en este país; es una profesión muy bella y muy gratificante cuando uno ve que su paciente se recupera. Pero no puedo negar la ambivalencia que se siente y la decepción que se apodera de uno por las condiciones en que trabajamos los profesionales de la salud”, concluye.