Los primeros días de la pandemia la gente los recuerda estridentemente callados. Bogotá se envolvió en un silencio que resultaba inconcebible para la bulliciosa urbe de casi 8 millones de habitantes.
Con las calles desoladas y las personas resguardadas en sus casas como si las tropas de un ejército enemigo estuvieran por invadirla, una metáfora no tan alejada de lo que terminó siendo la realidad, la ciudad comenzó su encierro 24 días después de que llegara al país la primera mujer con el virus, y exactamente 15 después de que el Gobierno nacional confirmara el primer contagio en Colombia, proveniente de Milán.
Desde entonces han pasado ya casi 9 meses exactos, 262 días desde que en Bogotá arrancó el denominado 'Simulacro por la vida', un ejercicio diseñado para que la capital se preparara para una eventual jornada de aislamiento que no se hizo esperar: llegó dos días más tarde, cuando el Gobierno nacional decretó la primera cuarentena. ¿Cómo describir en unas limitadas líneas la forma en la que el covid-19 lo transformó todo?
Difícil. Para cualquier efecto este año el mundo vivió una especie de Tercera Guerra Mundial, la única, óigase bien, de todas las guerras que ha presenciado el mundo, que genuinamente se ha extendido a todos los confines de la tierra sin exceptuar a un solo país, y que pasó a la humanidad por un rasero que magnificó todas las grietas que tenía y que sin lugar a dudas ya no se podrán esconder pues, al menos para el caso bogotano, este año retrasó en una década el desarrollo, y en el 2030 los niveles de desigualdad estarán como estaban a comienzos de este año.
No obstante, hay tres hechos que dejó este 2020 que ya son claros para Bogotá: El primero de ellos tiene que ver con que la capital robusteció su sistema hospitalario mientras sostuvo un extendido capítulo de cuarentenas y de restricciones (tal vez uno de los más largos del mundo), aunque de acuerdo con el epidemiólogo Jorge Luis Hernández, ninguna ciudad colombiana tuvo un aislamiento verdaderamente restrictivo como el de Wuhan.
En una segunda medida, la ciudad dio un primer y enorme paso para la bancarización y el establecimiento de un sistema de ayudas para los más vulnerables que llegó para quedarse.
Y por último, hoy la capital tiene claro que 2021 se perfila como un año sombrío de crisis socioeconómica y de inseguridad sin precedentes. Avizorando este escenario, en lo corrido de este año la Alcaldía le solicitó al Concejo de Bogotá que le aprobara el cupo de endeudamiento más alto en la historia de la ciudad, por $10,79 billones, y dejó establecido un plan de alivios y de choque que buscarán reactivar, a toda mecha, la economía capitalina.
Robustecimiento del sistema hospitalario
En esos 262 días, Bogotá pasó de tener un total de 935 unidades de cuidados intensivos a un total de 2.215 unidades, cuya ocupación hoy es del 67.7%, una cifra estelar considerando que la capital llegó a tener una ocupación por encima del 90% la tercera semana de julio, alcanzando el 91.2%, fecha en la cual la ciudad llegó a encontrarse a 104 camas del 100% de ocupación.
Esta barrera afortunadamente nunca se sobrepasó y la ocupación posteriormente comenzó a descender gradualmente. De hecho, hacia el 21 de agosto la ocupación de unidades había descendido diez puntos, al 81%, cifra que seguía siendo relativamente alta, pero ya con un margen de 325 camas libres. Cuando se acabaron todas las cuarentenas y se abrió a la nueva normalidad, la ocupación de UCIs ya iba por el 78%.
Cuando se lee sobre el aumento en el número de ventiladores el relato se siente amable, pero no lo fue. La adquisición de estos equipos para Bogotá se terminó convirtiendo en una tensión y en una pelea permanente entre el gobierno distrital y el Gobierno nacional, un tire y afloje que concluyó con la adquisición por parte del Distrito de 140 ventiladores provenientes de Argentina (una cifra muy pero muy por debajo de lo que presupuestó la alcaldesa al comienzo de la pandemia). Las unidades restantes fueron gestionadas y adquiridas por el Ministerio de Salud.
Cinco meses y medio de cuarentenas y restricciones
Sin lugar a dudas las cuarentenas le compraron tiempo a la ciudad para que robusteciera su sistema de salud, pero en una diversificación de formas, la capital alcanzó a sumar nueve medidas distintas, entre cuarentenas y normas, para retener al mayor número de personas en sus casas, y así disminuir la velocidad y el RT del contagio.
Bogotá sentó la parada de los confinamientos a nivel nacional con los cuatro días de simulacro, la primera medida que instauró la capital, y a ella le siguió una fila consecutiva de aislamientos generalizados que se fueron extendiendo en el tiempo.
Posteriormente hubo por lo menos tres encierros en distintas UPZ de la urbe con una alta concentración de contagios, y entonces a Suba Tibabuyes, Suba Rincón, Bosa, Bosa Occidental, Jerusalén, Engativá Centro, Pardo Rubio, Britalia, Puente Aranda, y Quiroga, por hacer mención de algunas, les tocó asumir distanciamientos estrictos.
Una cuarta forma de cuarentena correspondió a los dos cercos epidemiológicos que se le hicieron a la localidad de Kennedy (uno a comienzos de mayo y otro a finales), lo que muchos cuestionaron considerando que la primera vez que se cerró, esta localidad era la tercera “región” del país con el mayor número de contagios (después del resto de Bogotá y de Valle del Cauca a finales de mayo).
Y la última medida instaurada, y con la que se cerró definitivamente el capítulo de confinamientos, fue la de un ciclo de tres cuarentenas por localidades, para sacar de la calle a 2.5 millones de personas. En este punto la prioridad ya no era disminuir el número de contagios sino su velocidad, razón por la cual los confinamientos rotativos, en su última fase, se hicieron más cortas, pero también más intensas.
Esta medida coincidió con la denominada 'nueva normalidad', un modelo basado en la asignación de cupos epidemiológicos por actividades y de un determinado costo (medido en UCIs) para cada cupo.
No obstante, en medio de todas estas disposiciones, la ciudad puso en práctica diversas medidas también encaminadas a prevenir las aglomeraciones como el pico y cédula, el pico y género, la cuarentena permanente para las personas de la tercera edad, diabéticos e hipertensos, y desde antes de que Bogotá estableciera la nueva normalidad, la Administración decretó, los últimos días de julio, que las personas que resultaran positivas, deberían reportarse en “Bogotá Cuidadora” y aislarse con el resto de su núcleo familiar. Esta medida se perfeccionaría el 24 de septiembre, con la instauración del sistema DAR, Detecto, Aíslo y Reporto, en el que aún se encuentra la metrópoli.
Una ciudad más solidaria
Casi inmediatamente después de que comenzará la primera cuarentena en la ciudad de Bogotá, el 25 de marzo la Alcaldía Mayor habilitó la plataforma, Bogotá Solidaria en Casa, para ayudar a las personas más vulnerables y poco tiempo después hizo dos jornadas de donación: una primera, en la que el Distrito en un solo día recolectó $51.696.026.608, superando la meta inicial de recaudar $24.000 millones.
Y una segunda jornada de aparatos y equipos tecnológicos en la que se han recolectado $446.641.506 millones para dispositivos nuevos y 438 equipos nuevos para reducir la brecha digital.
Para que todo esto pudiera materializarse, el Distrito logró bancarizar a casi 600.000 personas, un hecho sin precedentes que ha permitido tres giros en diferentes momentos del año. Es cierto que alrededor de la entrega de mercados y de ingresos solidarios hubo disturbios y actos de violencia, pero este fue el primer año en su historia, que Bogotá le hizo giros a casi 800.000 familias.
Si bien todos estos mecanismos de asistencia instaurados por parte del Distrito fueron objeto de críticas, de disturbios y de dolorosos actos simbólicos como la triste jornada de los trapos rojos en los barrios República de Canadá, Arabia y Gran Bretaña, entre las localidades de Usme y Soacha, donde se unen la pobreza, el desempleo y la informalidad, la realidad es que este año Bogotá avanzó, como nunca antes lo había hecho, en un sistema de ayudas y de renta básica garantizada que, así en términos estrictos no sea un ingreso básico, le ha ayudado a miles de familias.
Una crisis social emergente
Si bien los primeros días del aislamiento se recuerdan silenciosos y miedosamente desérticos, el desgaste físico y mental producido por el encierro, el creciente desempleo (que en Bogotá alcanzó el 24,1%, cinco puntos por encima de la tasa nacional) y el continuo cierre de establecimientos comerciales (el 31% de los locales comerciales cerraron definitivamente este año), fueron caldo de cultivo para que la muerte del ciudadano Javier Ordóñez a manos de la Policía, concluyera con una jornada de dos días de violencia que dejaron un saldo de 12 fallecidos, más de 240 personas heridas y 71 CAI vandalizados, cuyo arreglo le costó a la ciudad aproximadamente $4.000 millones.
Y es que, sin importar la pandemia o las medidas de bioseguridad, durante dos días la ciudad capital y el municipio de Soacha se olvidaron del covid-19 y protestaron violentamente por las calles. ¿Cómo se llegó a esta situación?
En la madrugada del 9 de septiembre Javier Ordóñez, a quien le faltaba un examen para convertirse en abogado y quien en el momento de su muerte trabajaba como taxista, salió con sus amigos con quienes se encontraba de fiesta, a comprar más trago. En un encuentro con la Policía hubo un enfrentamiento y los oficiales le propinaron varios choques eléctricos pese a que Ordóñez suplicaba que pararan.
Este hecho, este acto de abuso policial, sumió a Bogotá en un caos e hizo que se pusiera bajo la lupa, una vez más, un debate que aflora cada vez que se presentan actos de violencia desmesurada y constantes en el tiempo, aunque nunca ninguno como el que vivió la capital del país este año. Al menos, no en su historia más reciente.
Pero ahí no acabó todo. En el último trimestre de este 2020, aunque los hurtos disminuyeron y el secretario de Seguridad, Hugo Acero, fue enfático al afirmar que estas cifras se mantuvieron a la baja pese a la apertura de la ciudad, la percepción de inseguridad se ha convertido en un dolor de cabeza, y el aumento en los homicidios en el marco de los robos ha infundido verdadero temor a la ciudadanía.
La conclusión de los analistas es que, la que podría eventualmente denominarse una “pospandemia”, estará marcada por un rebrote de inseguridad y la explicación es sencilla: la criminalidad está, como el resto de los sectores sociales, compensando las pérdidas de los meses de encierro y está atacando con mayor violencia. En otras palabras más definitivas: no es que se esté robando más, es que están robando más violentamente porque la pandemia cambió la dinámica de Bogotá.
Un año difícil de explicar
Resumir lo que fue este año es complicado y cuando se describe en una hoja parece más llevadero y sencillo de lo que fue, pero la realidad fue otra. Decir que Bogotá aumentó las unidades de cuidados intensivos en un 110% suena increíble y sin lugar a dudas fue un hecho sin precedentes, pero el cálculo diario estuvo rodeado de temor.
Decir que Corferias se instauró y no se usó, o que el sistema hospitalario tuvo que ser declarado en alerta roja un día pero que más adelante en el tiempo esta alarma se levantó, todo suena como a un triunfo pero no se sintió así.
La llegada y permanencia del covid-19 en Bogotá no es fácil de resumir porque entre cifra y cifra se contagiaron (de los datos que se tienen) 382.704 personas y fallecieron, la mayoría en la más absoluta soledad, 8.634. Todo eso sin contar a las cientos de miles de familias o que volvieron a la pobreza, o que se sumieron aún más en ella.
Las últimas proyecciones epidemiológicas calculan que el porcentaje de infección en Bogotá está alrededor del 57%, aclarando, eso sí, que las cifras de contagios son meras estimaciones, pues hubo un buen número de contagiados asintomáticos que no se detectaron en ninguna medición.
Esto querría decir que a la capital aún le podría estar faltando que alrededor del 43% de la población se contagie para que logre el 100% de la inmunidad contra el virus, lo que las mismas estimaciones arrojan, se podría traducir en alrededor de 6.000 fallecimientos más. Una cifra insoportable sí, pero que garantiza también que el sistema de salud, en 2021, nunca estará en riesgo de colapsar.
Bogotá va por la mitad y queda aún camino por recorrer mientras la vacuna, esa promesa anhelada por todos, llega al país el segundo semestre del año entrante.