
El rol de la mujer en la historia de la música ha sido subvalorado. Para no decir lo que es una verdad de a puño: menospreciado. Porque la música es una historia y un coto de hombres, los hombres hacen la música y también escriben su historia. Y para qué negarlo, cuando se toca el tema, pues se hace con condescendencia. Casi como si se tratara de una curiosidad. Apenas una anécdota.
Es verdad, por la razón que sea -y la razón se conoce bien de sobra- que no ha habido, hasta hoy, una compositora capaz de trascender. Pero es que, tampoco muchos hombres lo han conseguido. Porque colosos de la estatura de un Bach, un Händel, Beethoven, Brahms, Haydn o Mozart no es que nazcan todos los días.
En este sentido la mujer ha dado una lucha de siglos. Desde el principio de los tiempos ha estado íntimamente ligada a la música. Nadie será tan osado como para creer que la creación musical sea una cosa de género, cuando en realidad es innata al ser humano. Eso no lo discute nadie medianamente sensato. Pero en una historia escrita por hombres, sobre los hombres, no tiene cabida la mujer.
El caso de “Las huelgas”
En Burgos, Castilla, la reina Leonor Plantagenet, esposa de Alfonso VIII, se empecinó con la idea de crear un monasterio en el cual las mujeres, en medio de la vida monástica, pudieran acceder a los mismos niveles de instrucción de los hombres. Corría el siglo XII. En el fondo el hecho no tendría que sorprender tanto, si se observa que las dos primeras abadesas del Monasterio de las Huelgas fueron las hijas de los reyes.
En las Huelgas había instrucción y, sobre todo, mucha autonomía. El Poder de las Abadesas de las Huelgas estaba por encima de cualquier poder eclesiástico español, y apenas le debían sumisión al Papa. Así fue, desde el siglo XII hasta el XIX.
No me voy a detener en el encantador mundo del monasterio, de sus tradiciones y su arquitectura asombrosa. Porque no es del caso. Sólo en un documento, el Codex las Huelgas, que es una de las grandes joyas musicales del Ars Antiqua, cuyo original se conserva aún en el monasterio. Es una colección de obras musicales, es decir, composiciones, que fueron creadas a lo largo de los primeros siglos, por esas monjas educadas, instruidas e inspiradas.
María González de Agüero abadesa de las primeras décadas del siglo XIV, se percató de la trascendencia de ese acerbo musical, lo hizo recopilar, lo clasificó y lo hizo copiar. Son 186 piezas concebidas en las formas musicales de la época: Motetes, conductus, organum y secuencias y, atención, de las 186 composiciones, 145 son polifonías, es decir, prueba inequívoca del nivel de preparación de esas compositoras anónimas medievales.
Ahora bien: una cosa es leer la historia y otra es la experiencia de oír esa música que está a la misma altura de la producida en otros monasterios, masculinos de la misma época.
¿El secreto?: haber trabajado en libertad.
La princesa Anna Amalia de Prusia
Uno de los casos más llenos de audacia en el mundo de las mujeres y la música es el de Anna Amalia de Prusia. La duodécima hija de Federico Guillermo I von Hohenzollern y Sofía Dorotea de Hannover - hija de Jorge III de Inglaterra- tenía un enorme talento musical y un temperamento de todos los diablos.
Hoy en día el suyo sería considerado como un caso de maltrato infantil, porque al igual que varios de sus hermanos lo padeció por cuenta de su padre, el rey, que la arrastraba de lo0s pelos por las escaleras del palacio. El asunto debió ser realmente grave, porque la princesa intentó huir de su casa, bueno, «de Palacio» cuando apenas frisaba los 7 años Claro, hoy en día, como en el siglo XVIII nadie se atrevería a poner en entredicho al Rey, y muchísimo menos a Federico Guillermo I, que era de malas pulgas y conocido como el Rey Sargento.
Por suerte Anna Amalia pudo empezar a desarrollar su talento de la mano del mayor de sus hermanos, el futuro Federico el Grande. Este era sensible, magnífico flautista, buen compositor y su corte musical de Potsdam pasó a la historia.
Mientras Ana Amalia estudiaba música, su padre hacía gestiones para un matrimonio de conveniencia, con el futuro rey de Suecia. Pero, como dije, la prusiana tenía temperamento, la prudencia hizo modificar los planes y casar, mejor, con el sueco a su hermana Luisa Ulrika, más dócil que la estudiante de música.
Anna Amalia resolvió, en 1744, clandestinamente, o a las escondidas como diríamos hoy en día, iniciar un romance con el Barón Federico von der Trenck y ¡contrajeron matrimonio!
Cuando su hermano, ya en el Poder, se enteró y supo que estaba encinta, hizo uso de su poder, disolvió el matrimonio, mandó al marido a prisión y a la princesa a un monasterio. Von Trenck se fugó de la prisión y Anna Amalia a su manera hizo lo mismo: a pesar de que ostentaba el título de Abadesa de Quediimburg, pasaba la mayor parte de su tiempo en Berlín. Tras la separación, los esposos nunca más volvieron a verse, aunque se sabe que sostuvieron una intensa correspondencia hasta el final de sus vidas; la vida de von Trenck inspiró a Voltaire y Racine.
Y aquí lo realmente interesante. Cuando Ana Amalia, a su manera, se reincorporó a la vida de Berlín, resolvió volver a la música. Resolvió iniciar su formación sistemática en todos los campos serios de la música, para lograrlo se hizo alumna de Johann Philipp Kimberguer, uno de los más destacados discípulos de Johann Sebastian Bach.
Paralelamente hizo algo muy inusual para su tiempo, se convirtió en coleccionista de partituras antiguas. Su enorme colección incluía composiciones de Georg Philipp Telemann, Karl Heinrich Graun, Georg Friedrich Händel y Johann Sebastian Bach: su colección reposa hoy en día en la Biblioteca de Berlín.
En cuanto a su música, su sólida formación hizo de ella una compositora profundamente autocrítica, destruyó la mayor parte de lo que escribió a lo largo de su vida. Quedan pocas obras suyas, Marchas, obras religiosas, sonatas, entre ellas una formidable para oboe y órgano. No son muchas obras, pero suficientes para poder corroborar que fue, efectivamente una muy buena compositora.
El caso de Chiquinha Gonzaga
124 años después de la princesa prusiana, nació Francisca Edwiges Neves Gonzaga, pero en Río de Janeiro, Brasil. Lo que tenía de noble la familia de Anna Amalia de Prusia, lo tenía de pretenciosamente aristocrática la de Chiquinha Gonzaga; hasta se escogió como padrino de bautizo a Luis Alves de Lima e Silva, marqués de Caixas. Su Padre, Jose Basileu Gonzaga, era un oficial de la armada imperial de Brasil, la madre, Rosa María Neves de Lima era de extracción muy humilde y, para completar, mulata. Jose Basileu se casó a pesar de la oposición familiar. Chiquinha recibió toda la educación que en ese momento podía recibir una mujer en Brasil, y eso incluía clases de música con quien tenía la fama de ser el mejor en ese momento en Río: el maestro Lobo.
Para los Gonzaga la música debería ser otro adorno en la refinada educación de la niña. Para ella se convirtió en lo más importante, y su fascinación por ella se acrecentó cuando tuvo la oportunidad de entrar en contacto con la música ancestral y la de los esclavos.
Los planes del padre eran muy distintos. A los 16 años fue obligada a casarse con Jacinto Riveiro do Amaral, un oficial de la marina Imperial. El matrimonio nació condenando al fracaso, el marido pasaba largas temporadas fuera de la casa, odiaba la afición de su mujer por la música y se encargó de impartir órdenes para impedir que la practicara. Lo que la princesa de Prusia intentó, Chiquinha lo hizo realidad, tomó consigo al mayor de sus hijos y abandonó el hogar.
Entonces se dedicó a la música por completo. Había escrito sus primeras obras a los 11 años, y ahora, ya en libertad, se dejó influenciar de toda la música popular que había oído en las fiestas populares y de los esclavos. Se reencontró con un amorío de juventud, João Batista de Carvalho que era ingeniero, se hicieron pareja, tuvieron hijos y luego se separaron. Para ese momento Chiquinha ya tenía renombre como compositora y hasta había creado, para escándalo de su familia, su propia orquesta.
Lo peor -¿o lo mejor?- estaba por venir. A los 53 años inició una relación con João Batista Fernandes, un estudiante de música ¡de 16 años! ¡Una asalta-cunas!
Para evitar otro escándalo, otro más, al muchacho se le ocurrió una idea descabellada, que Chiquinha lo adoptara. Se fueron a vivir a Lisboa. Los hijos de Chiquinha, con los años, se hicieron a la idea de la situación. La pareja regresó a Brasil, intentando ocultar su situación.
En 1914 Nair de Tefé, la primera dama del Brasil invitó a Chiquihna para hacer un concierto en el Palacio Presidencial. La aristocracia de Río consideró que era una afrenta a las buenas costumbres. Pero ya era tarde, la música de Chiquihna estaba ya metida en el alma de la gente, justamente por esa mezcla de la tradición clásica, con la música de salón y la música popular.
Cauda
Apenas tres casos. Pero son muchos más. No miles. Pero sí los suficientes para demostrar el rol de las mujeres compositoras en la historia: Anna Bon di Venezia, Clara Wiek, Cècile Chaminade, Fanny Mendelssohn, Elfrida André. Aquí en Colombia, quizá, habría que empezar con Jackeline Nova….