Debilitado por la enfermedad, Muhammad Ali hoy celebrará su cumpleaños 70, pero su leyenda sigue apegada a la frase con que él mismo se definió una vez: “Vuelo como una mariposa y pico como una abeja”.
En el recuerdo de los amantes del pugilismo, Alí no ha envejecido ni un día. Sigue siendo “el más grande” boxeador de todos los tiempos, tres veces campeón del mundo de los pesos pesados y campeón olímpico semicompleto de Roma-1960.
El ex boxeador va a celebrar su 70 aniversario con su familia y amigos hoy en Louisville, Kentucky, con una cena de gala en su honor ofrecida por el Centro Cultural Mohamed Alí, un museo dedicado a su vida y carrera.
“Este es un evento importante, ya que Alí es un icono mundial que tocó las vidas de millones de personas”, dice Jeanie Kahnke, portavoz del Centro. “Su coraje, su amabilidad y carisma inspiran. Él tiene un contacto especial con la gente. Incluso los adultos comienzan a llorar cuando lo ven”.
Sus diatribas, a veces poéticas y a menudo venenosas para sus oponentes, y sus provocaciones calculadas antes de las peleas, formaban parte de un show publicitario para atraer a las grandes cadenas televisivas, lo que dio pie a las grandes bolsas que hoy ganan sus sucesores en el encordado.
Adorado u odiado, Alí era en su época de todo menos ignorado. Su conversión al Islam en 1964 y su negativa a ir a la guerra de Vietnam en 1967 le dieron un lugar en la historia norteamericana de mediados del siglo XX.
Autoproclamado como El Más Grande, Alí nació bajo el nombre de Cassius Marcellus Clay el 17 de enero de 1942 en Louisville. Como profesional, cosechó 56 victorias en 61 peleas, 37 de esos triunfos por nocaut, y fue el primer boxeador en ganar tres campeonatos mundiales de los pesos pesados.
Sin ser un activista político ni social, su carácter contestatario le hizo enfrentarse a la reaccionaria América blanca de los años 60, y se convirtió en un símbolo de rebeldía para los afroamericanos que peleaban por sus derechos políticos más básicos.
Treinta años después de su última pelea, su coraje, su fino estilo y demoledora pegada en el ring, y sus posiciones contestatarias y de protesta, siguen siendo poderosos símbolos de una época dorada del boxeo y un momento crucial en la historia contemporánea de Estados Unidos.