Muerte y resurrección de Jesús, El Cristo | El Nuevo Siglo
Jueves, 2 de Abril de 2015

Por Jorge Eliécer Castellanos M.

Especial para EL NUEVO SIGLO

LA inmolación del Mesías en el Calvario, recordada por estos días de la Semana Mayor, evoca los episodios bíblicos de Jesús y rememora escrituras que profetizaron siglos antes su venida, su muerte en la cruz y su resurrección. 

En primer lugar, al hacer referencia sobre el advenimiento y muerte del Mesías, recordemos que algunos profetas anunciaron la redención del género humano mediante la crucifixión.  Isaías, revela: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto: y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: El castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: Mas Dios cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca: como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. De la cárcel y del juicio fue quitado; y su generación ¿quién la contará? Porque cortado fue de la tierra de los vivientes; por la rebelión de mi pueblo fue herido” (Isaías 53:3-8).

Estos acontecimientos le sucederían a Jesús para redimir a los pecadores. El profeta Daniel relata: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, y no por sí...” (Daniel 9:26).

Siempre se ha dicho que al venir a padecer el Señor Jesucristo, sabía que iba a morir como lo describe Lucas 24:44,: “Y él les dijo: Estas son las palabras que os hablé estando aun con vosotros: que era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ley de Moisés y en los Profetas, y en los Salmos”.

Estos acápites refieren la muerte del Señor y señalan el Plan de redención que Dios trajo a través de su hijo Jesucristo. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16).

El mismo Jesús, recuerda a sus discípulos, el texto escritural que pregona su muerte. “Desde aquel tiempo comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le convenía ir a Jerusalén, y padecer mucho de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mateo 16:21).

Resulta asombroso reseñar que nuestro Salvador profetizó su muerte, aunque algunos creyeron y otros no. No así los judíos que pedían señales para reconocer a Jesús como el Mesías. “Dijéronle entonces: ¿Qué señal pues haces tú para que veamos, y te creamos? ¿Qué obras?” (Juan 6:30).

Aún los milagros que Jesús hizo no le sirvieron para que le creyeran, y continuaron los escribas y fariseos pidiéndole una señal, para poder constatar que él era el Mesías. Jesús da la señal mesiánica: “Entonces respondieron algunos de las escribas y de los Fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal y el respondió, y les dijo: la generación mala y adulterina demanda señal; mas señal no les será dada sino la señal de Jonás Profeta. Porque como estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:38-40).

El tiempo de la inmolación

Estudiando la Primera Epístola a los Corintios capítulo 15, encontramos en el versículo tercero: “Porque primeramente os he enseñado lo que así mismo recibí: Que Cristo fue muerto por nuestros pecados conforme a las Escrituras”. Avancemos sobre el día y la hora del sacrificio del Mesías.

El apóstol describe la trascendencia de indagar las Escrituras para guiarnos, para conocer en qué día fue muerto. Acudimos al libro del profeta Daniel quien revela: “Y en otra semana confirmará el pacto a muchos, y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda: después con la muchedumbre de las abominaciones será el desolar, y esto hasta una entera consumación; y derramaráse la ya determinada sobre el pueblo asolado”. (cap. 9:27).

Colegimos que a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Conviene que prosigamos para conocer la hora en que fue crucificado y para esto subrayamos al Evangelista Marcos 15:25, “Y era la hora de las tres cuando le crucificaron”.

El tiempo bíblico es preciso. La parte clara del día se dividía en doce horas. Juan 11:9 anota:  “Respondió Jesús: ¿No tiene el día doce horas? El que anduviere de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo”.

Por cotejo de la división del día del mundo y el bíblico, hallamos que la hora de las tres vendría a ser las nueve de la mañana conforme al horario actual. El sol ya tenía tres horas de haber salido, empezando a contar desde las 6:00 a.m.

Las Escrituras refieren la hora en que Él murió. “Y cuando vino la hora de sexta, fueron hechas tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora de nona. Y a la hora de nona, exclamó Jesús a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabachtani? Que declarado, quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?... Mas Jesús, dando una gran voz, expiró” (Marcos 15:33,34 y 37).

Desde la hora de sexta fueron hechas tinieblas hasta la hora de nona. Conforme al tiempo bíblico la hora sexta está relacionada plenamente porque el sol tenía seis horas de haber salido; y de acuerdo al tiempo común serían las doce del día. Es decir, a partir de la hora de sexta fueron hechas tinieblas hasta la hora de nona; que en la hora común sería las tres de la tarde. En La hora de nona Jesús murió, o sea eran, las tres de la tarde.

¿Cuándo fue puesto en la tumba?

Jesús fue puesto en el sepulcro, y desde ese momento se empezaron a contar los tres días y las tres noches.

Mateo 27:57 y 58 señala: “Y como fue la tarde del día, vino un hombre rico de Arimetea, llamado José, el cual también había sido discípulo de Jesús. Éste llegó a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús: entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo”.

Establecemos que Mateo habla del día 14 de Nisán: “Y fue la tarde del día (miércoles), cuando José de Arimetea fue a pedir el cuerpo para sepultarlo”. El evangelista Lucas nos dice: “Y era día de la víspera de la Pascua; y estaba para rayar el sábado” (capítulo 23:54).

Estimemos la precisión del comienzo del texto: “Y era día de la víspera de la Pascua”. La palabra víspera significa: “Latín véspera) Día anterior a otro determinado”. Apreciamos que fue en la tarde del día cuando Jesús fue puesto en el sepulcro, y estaba por comenzar la Pascua de los Judíos. Análogamente Juan anota: “Allí, pues, por causa de la víspera de la Pascua de los Judíos, porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús” (capítulo 19: 42).

Jesús fue puesto en la tumba justamente antes de ocultarse el sol de aquel día (miércoles 14 de Nisán).

En el evangelio de Lucas 23:54, dice: “... y estaba para rayar el sábado”. El diccionario define la palabra rayar: “Empezar, iniciar, amanecer”. Desde luego que estaba por comenzar el sábado.

Se confunde este día por lo que se piensa que si estaba para rayar el sábado, entonces ese día (cuando Jesús murió) tenía que ser viernes. El evangelista Juan aclara que el día que estaba por iniciar no era un sábado semanal, sino que era el Gran Día del Sábado. “Entonces los Judíos, por cuanto era la víspera de la Pascua, para que los cuerpos no quedasen en la cruz en el sábado, pues era el Gran Día del Sábado, rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados” (capítulo 19:31).

El Gran Sábado era un sábado ceremonial que se celebraba el 15 de Nisán, era el primer día de la gran festividad de los Panes Ázimos. Al respecto leamos Éxodo 12:15; “Siete días comerás panes sin levadura; y así el primer día haréis que no haya levadura en vuestras casas: porque cualquiera que comiere leudado desde el primer día hasta el séptimo, aquella alma será cortada de Israel”.

Se estableció que esta fiesta duraría siete días. Leamos Levítico 23:6-8; “Y a los quince días de este mes es la solemnidad de los AZIMOS a Dios: siete días comeréis ázimos. El primer día tendréis santa convocación: ninguna obra servil haréis. Y ofreceréis a Dios siete días ofrenda encendida: el séptimo día será santa convocación; ninguna obra servil haréis”.

Esta solemnidad tenía dos sábados ceremoniales: el primero era el día 15 del mes de Nisán y, el segundo, era el día 21 del mismo mes. Juan el evangelista le llama el Gran Día del Sábado, señalando al primer día de los ázimos, pero jamás se puede referir al sábado semanal.

Este sábado ceremonial fue conmemorativo para el pueblo Judío porque conmemoró la victoria de la liberación de Egipto. “De Rameses partieron en el mes primero, a los quince días del mes primero: El segundo día de la Pascua salieron los hijos de Israel con mano alta, a ojos de todos los Egipcios” (Números 33:3).

Complementariamente analicemos: “Y era día de la víspera de la Pascua; y estaba para rayar el sábado (ceremonial)” (Lucas 23:54). “Entonces los Judíos, por cuanto era la víspera de la Pascua, para que los cuerpos no quedasen en la cruz en el sábado (ceremonial), pues era el Gran Día del Sábado, rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados” (Juan 19:31).

La gran revelación es el cumplimiento de los tiempos: La Pascua Judía y el Gran Día del Sábado (ceremonial) se juntaron siendo festividades diferentes.

Así las cosas, la Pascua se celebra el día 14 del mes de Nisán. “Y habéis de guardarlo hasta el día catorce de este mes (Nisán), y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes” (Éxodo 12:6). Complementariamente hallamos en el libro de Levítico 23:6; “Y a los quince días de este mes es la solemnidad de los Ázimos a Dios: siete días comeréis ázimos”. Este primer sábado ceremonial cayó el día 15 de Nisán.

Las dos festividades que eran diferentes las celebraron el 15 del mes de Nisán. Lucas reafirma lo dicho: “Y estaba cerca el día de la fiesta de los ázimos, que se llama la Pascua” “Y vino el día de los ázimos, en el cual era necesario matar la pascua” (Capítulo 22 versos 1 y 7).

En la muerte y resurrección de Cristo debe tenerse en cuenta que el Señor estaría tres días y tres noches en el sepulcro. Efectivamente fue puesto en la tumba el día miércoles antes que el sol se ocultase, de miércoles a jueves un día; de jueves a viernes dos días; de viernes a sábado tres días, como el evangelista escribe: “Y la víspera de sábado, que amanece para el primer día de la semana, vino María Magdalena, y la otra María, a ver el sepulcro” (Mateo 28:1).

Cuando llegaron María Magdalena y la otra María era la víspera (tarde) del sábado, y aún no se había ocultado el sol. Los versículos 5 al 6 manifiestan: “Y respondiendo el ángel, dijo a las mujeres: No temáis vosotras, porque yo sé que buscáis a Jesús, que fue crucificado. No está aquí; porque ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor”. Ellos demuestran que cuando ellas llegaron a ver el sepulcro, Jesús ya había resucitado. Notemos lo que dice el ángel: “No está aquí: porque ha resucitado”.

Lucas 24:22 y 23 reza: “Aunque también unas mujeres de los nuestros nos han espantado, las cuales antes del día fueron al sepulcro: y no hallando su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, los cuales dijeron que él vive”. Por supuesto que Lucas está haciendo alusión a las mujeres que fueron "antes del día"... ¿cuál día? El comúnmente llamado domingo, y Jesús ya había resucitado.

La biblia narra la resurrección del Señor en la tarde del sábado: “A los cuales, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoles por cuarenta días, y hablándoles del reino de Dios”. (Hechos 1:3).

Pablo corrobora la resurrección: “Y apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos juntos; de los cuales muchos viven aún, y otros son muertos. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles. Y al postrero de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1ª Corintios 15:5-8).

Finalmente recalquemos que: “Porque primeramente os he enseñado lo que así mismo recibí: Que Cristo fue muerto por nuestros pecados, conforme a las Escrituras. Y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”(1ª Corintios 15:3-4).

Ante estas evidencias de la muerte y resurrección de Jesús, urge creer que el Salvador fue enviado por el Padre eterno para garantizar el perdón a la humanidad desde su  inmolación en la cruz del Gólgota, para  redimirla del pecado, para que muchos así lo crean, se arrepientan y no se pierdan, como lo advierten los Evangelios, desde hace ya más de dos milenios.

jorgecast06@yahoo.com