Militarismo institucional se arraiga en Venezuela | El Nuevo Siglo
Foto Xinhua
Domingo, 17 de Julio de 2016
Giovanni Reyes

Lo último que llega entre las noticias desde Venezuela dan cuenta de un fenómeno que desde hacía tiempo se había pronosticado, y se ha ido enraizando en la matriz política de ese país: el militarismo institucional.  Se trata de una fase más clara, en la que se evidencia el poder real de las fuerzas armadas que sostienen el poder político desde Caracas.

Desde esta perspectiva, la situación venezolana no se diferencia mucho de la que ocurre en otros países latinoamericanos.  Para ellos, los políticos -ya sean presidentes o bien legisladores- son actores.  Son los encargados de formular la política pública y representan -así no lo deseen- sectores de poder o grupos de presión socio-política.

Esos actores -siguiendo los planteamientos del modelo de Russell Ackoff (1919-2009)- responden a ejes de poder real.  Estos ejes, para Latinoamérica, por lo general son: (i) las fuerzas armadas; (ii) las grandes corporaciones; y (iii) los intereses de Estados Unidos o bien de otras potencias en la zona. 

Venezuela tiene ahora factores de poder de otros países, tal el caso de la influencia de Cuba, de China y Rusia.  Esta influencia está concretada, aunque no exclusivamente, en compromisos de deuda.  Tómese en cuenta que la deuda externa con la cual tiene que lidiar Caracas asciende a no menos de 210,000 millones de dólares, cuando hace casi 10 años era de 43,000 millones de dólares. 

Es evidente que la baja significativa de los precios del petróleo, la dependencia de materias primas y la alta vulnerabilidad de la balanza de pagos, dejó expuesto la economía del país a las fluctuaciones internacionales.  Ahora, la incapacidad del manejo económico y social de la nación que es potencia petrolera en Latinoamérica, se ve supeditada al control directo del ejército.

Cuando Maduro nombra militares en cargos cada vez más numerosos, que propician el control estratégico de la nación, trata de ganar, desesperadamente, por partida doble.  Por una parte les demuestra la lealtad al estamento armado.  Su presidencia es una presidencia rehén de quienes tienen las armas.  Les está diciendo que si él como presidente continúa en el poder, no les va mal.  De hecho las chequeras han estado engrosándose en lo que en conjunto se llama la “boliburguesía”.  Algo que se ha hecho consustancial al “socialismo del Siglo XXI”.

Por otra parte, Maduro le da poder directo a oficiales del ejército en las transacciones.  Véase como los nuevos cargos militares están al frente de los canales de distribución de alimentos.  A lo que se debe agregar que en medio de ese escenario, es evidente la carencia de instituciones de control en Venezuela.  Resultado: la mesa está dispuesta plenamente para las dinámicas de manejos erráticos, ineficientes, o de abierta corrupción en cuanto a recursos generales, del recurso humano en particular y de los bienes que operan en las transacciones.

Maduro, para variar, acusa a todo aquel que no comulga con sus planteamientos, a que no se preocupa por lo social, por los pobres.  No, no se trata de no tener una posición en función de la integración social.  De ninguna manera.  Lo que todos deseamos son sociedades incluyentes, donde se aumenten cada vez más las capacidades para las personas y grupos sociales, especialmente los más pobres, vía la educación y la capacitación.  Pero lo mínimo es pedir que la corrupción sea controlada.

Lo que se desea es un desarrollo donde todos puedan participar, que se traduzca en incremento de oportunidades por medio del empleo productivo.  Un desarrollo equitativo en lo social, sostenible en lo económico, sustentable en lo ecológico y que cuente con instituciones eficientes y eficaces.  Es en ese contexto que se establecen los criterios de estos planteamientos.

Es allí en donde se enraízan, para Maduro, los principales retos que tiene por delante.  En un escenario en el que el tiempo apremia y ante la urgencia nacional de alimentos y medicinas, el gobierno y las fuerzas de dirigencia chavista, continúan negando el ingreso de la ayuda humanitaria, que en algo palearía la situación que se vive.

Esto del militarismo rampante, congestiona otro frente para Maduro: la comunidad internacional.  Por supuesto que los gobiernos que dependen del apoyo financiero de Caracas se han apresurado a reconocer como válido lo que indica el mandatario desde Caracas.  Pero al no haber más petróleo se tiene la opción de ya no sacrificar dignidades.

Sabiéndose débil, Nicolás Maduro, es evidente que se ha profundizado su problema de legitimidad concreta.  Aquella que se basa en hechos y resultados más que en discursos.  Desde un inicio, el actual gobierno venezolano tuvo déficit político. 

No se ha querido comprender que una gran amenaza emerge cuando las bravuconadas de los dirigentes corren paralelas a ineptitud, la militarización y las acciones represivas.  Algo típico de las dictaduras.  Como se ha señalado ya con anterioridad, es difícil olvidar las palabras del “hombre dos” de Maduro, el también militar Cabello: “Chávez era el muro.  Él contenía las ideas alocadas que nosotros teníamos”. 

Ahora el muro es un pasado del cual se trata de obtener créditos políticos.  La crisis es ya de carácter humanitario con todas las implicaciones que ello conlleva.  La población protesta diariamente.  Ante ello se militariza la sociedad, la represión ha aumentado y a la vez se impide recibir la ayuda que otros países envían.  Es claro: más que tener una revolución, lo que existió fue el “secuestro de una coyuntura de altos precios de crudo”.

(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.