Migrantes, una obligación moral y económica | El Nuevo Siglo
Domingo, 21 de Febrero de 2016

Por Pablo Uribe Ruan

Periodista de EL NUEVO SIGLO

 

Una  mujer enjuta esperaba sobre la acera. Su mirada era triste, callada y reflejaba esa inevitable  desesperanza que dicen deja la guerra. Junto a 12 personas,  buscaba un futuro venidero, en otro país, alejado de misiles y tanques. No sabía, sin embargo,  cuál sería  su destino y en medio de ese mar de incertidumbre la única certeza que tenía era el año: 1945; terminó la Segunda Guerra Mundial.

 

Aquella mujer vivía en carne propia la sensación de ser refugiado. Alemana, probablemente con educación e ingresos medios, dejaba atrás una vida, con familia, propiedades, deseos y tristezas,  para aventurarse en  un nuevo camino. Europa estaba derrumbada; no había posibilidades laborales, menos en Alemania. Luego de una larga espera,  tomó un barco  y cruzó el Atlántico. Sus 12 compañeros hicieron lo mismo, pero viajaron al norte de África.

 

Entre 1815 y 1931, 60 millones de personas abandonaron Europa; así, como aquella mujer: sin nada, pero unos años antes. Los historiadores llamaron ese éxodo: “La diáspora de Europa”. Durante ese periodo se calculó que el 38% de la población mundial era de origen europeo, como resultado de las migraciones masivas desde ese continente rumbo América, África, Oceanía y Asia. Muchos de ellos llegaron a Latinoamérica, pero la mayoría arribó a Estados Unidos, un país que abiertamente se denomina “de inmigrantes”.

 

La historia de aquella mujer se repitió tantas veces en el Siglo XX como las manecillas del reloj. Pese a la celebración de Tratados internacionales, misiones, reglas y costumbres que buscan un comportamiento pacífico de los estados, 70 años después, en 2011, el mundo experimentó el peor éxodo masivo desde que aquella mujer abandonó su país: Más de 6 millones de sirio dejaron su país huyendo de la guerra.

 

Hoy sólo se habla de Siria y sus refugiados, aparte del descalabro económico y los ídolos de barro. Líderes como Trump, Cruz, Cameron, Merkel, entre otros, recurrentemente se refieren a ellos para crear controversia, sustentar sus políticas o simplemente posicionar su visión humanitaria.

 

Sea en los términos que sean, la realidad es que por todo lado hay oleadas de personas buscando nuevos caminos. Eritreos, sudaneses, afganos, pakistanies, birmaneses, y muchos latinoamericanos, cruzan de extremo a extremo el mundo.

 

El migrante, una carga “efectiva”

Por supuesto que la crisis de migrantes involucra valores como la solidaridad y la libertad, como no. Pero no sólo se puede entender desde una perspectiva moral o un discurso populista antinmigrantes. A raíz de ésta existen estudios que sustentan con suma validez de qué manera el migrante aporta al desarrollo de los países del “primer mundo” y no se convierte en una carga para el estado.

 

La revista The Atlantic, Estados Unidos, dio a conocer tres estudios que sostienen la anterior tesis. Christian Dustman, del University College de Londres, demostró que entre 1995 y 2011 las personas que llegaron al Reino Unido como migrantes aportaron más al crecimiento del país que los nativos. Esto se debió a un mayor grado de educación y una población más joven.

 

Pero este estudio puede caer en la descalificación entre aquellos que venían de afuera y no contaban con una buena educación. El autor, por ello, argumentó que los migrantes también aumentaron sus ingresos de manera más rápida que los nativos, sea cual sea su campo de experticia, ayudando al crecimiento del Reino Unido. La misma OCDE resaltó que los migrantes contribuyeron  al crecimiento fiscal del país.

 

Hace unos años en Alemania se presentó un estudio similar. Peter Bonin afirmó en su libro “Migration and Development” que su país se había beneficiado por la afluencia de migrantes durante los últimos años. Según él, aportaron mano de obra y contribuyeron efectivamente al sistema de pensiones, cuya base tiende a bajar dado el envejecimiento de la población.

 

Estos análisis, por cierto,  no tuvieron en cuenta las posibles externalidades. Aquellas son muy difíciles de medir, como los problemas niveles de inseguridad que pueden generar los migrantes. Pero estos estudios sí dan cuenta que, en el caso alemán, el nivel de integración de los migrantes con la población fue muy alto: a cuarta parte de Berlín es turca.

 

Frente a esta estadística me pregunto: ¿Los turcos no migraron porque Alemania los llamó incesantemente porque no contaba con población suficiente? La historia dice que así fue. Y da entender que los países europeos abren sus puertas en las malas. Porque en las buenas ponen candado, exacerberan las conducta xenófobas y cierran las fronteras.

 

Aunque este no es el caso de todos los europeos. Alemania, por el contrario, lucha a diestra y siniestra por mantenerse a favor de los migrantes. Pese al incesante llamado de sus copartidarios europeos de cerrar el continente o bajar el número de solicitudes de asilo,  Ángela Merkel se mantiene firme, no sólo por una cuestión político económica, sino, sobre todo, por una obligación moral.  

 

244 millones de desplazados

La Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) calculó que en 2015 en el mundo existían 244 millones de personas refugiadas por todo el mundo. Es como si todos los habitantes de Indonesia se desplazaran.  

 

Las guerras en Siria, Afganistán y Pakistán generaron oleadas de migrantes a Europa, con 1.249.000 solicitudes de asilo, según la BBC. De ellas, 476.000 tuvieron como destino Alemania, secundadas por Hungría y Suecía.

 

Pero una cosa es solicitar asilo y otra que la aprueben. Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, anunció que los 28 miembros de la Unión Europea se comprometieron a recibir 160.000 migrantes y a la fecha tan sólo han recibido 247, legalmente. En Europa hay más de un millón y medio de migrantes ilegales, si no se cuenta a Turquía que tiene más de cuatro millones.

 

Esto demuestra que el compromiso de la gran mayoría de países europeos es limitado, casi nulo, en parte, porque detrás está el yihadismo. Pero quizá el radicalismo musulmán es una disculpa para esconder ese profundo desencanto por el otro, por el diferente.

 

Es decir, intrínsecamente es un mensaje racista, que se demuestra en la construcción de muros, leyes de confiscación de bienes de migrantes y deportaciones masivas. Europa parece que no entiende el destino de aquella mujer que cruzó el Atlántico y labró un nuevo camino alejado de las balas y la falta de oportunidades. No comprende su propia historia.