¿Medición de pobreza da realidad del país? | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Enero de 2012

Las cifras revelan que entre 2002 y 2010 cerca de 3,2 millones de colombianos salieron de pobres

Las nuevas cifras que miden la pobreza en Colombia, permiten establecer que esta condición está afectando a menos colombianos en la última década que hace 20 años.
Sin embargo, más allá de las cifras, está la situación de miles de personas que diariamente se acuestan con apenas haber probado una agua de panela u y un pan, pero que no figuran en ninguna encuesta oficial como desposeídos.
En los últimos datos de pobreza para Colombia calculados por la Misión para el Empalme de las Series de Empleo, Pobreza y Desigualdad (MESEP) y de acuerdo con la nueva metodología, el nivel de pobreza se encuentra siete puntos porcentuales por debajo de la medición que arrojaba la anterior metodología (37,2 por ciento contra 44,1 por ciento).
Esta diferencia implica que hay 3,2 millones menos de colombianos en dicha situación y que la reducción de la pobreza durante el período 2002-2010 (12,2 puntos) fue más acelerada de lo que se desprende con la anterior metodología (9,6 puntos).
Sin embargo, las condiciones o parámetros para  medir la pobreza en Colombia difieren de las que se utilizan a nivel global.
Algunos expertos, como el analista de la Universidad Nacional, Bernardo Ramírez, creen que las mediciones hechas por colombianos para Colombia siempre han sido más exigentes que las utilizadas por el Banco Mundial para hacer sus comparaciones internacionales.
Mientras que la línea de pobreza extrema (o indigencia) que utiliza el Banco Mundial es de 1,25 dólares diarios, la línea colombiana utilizando la anterior metodología llega a 2,50 dólares. Por su parte, la línea de pobreza internacional es valorada en 2 dólares por el Banco Mundial, al tiempo que la línea colombiana llega a 6,13 dólares.
Consideran los expertos que a nivel latinoamericano Colombia utiliza una vara más exigente que el resto de países, incluso superior a la empleada por países con un PIB per cápita más alto que el de nuestro país.
Pero entonces, surge la pregunta: ¿si esto es verdad, porque vemos en los pueblos y ciudades más gente pobre o indigente?
El cálculo de la pobreza en cualquier país incluye los siguientes pasos: i) establecer la línea de pobreza extrema (el valor de la canasta de alimentos que cubre los requerimientos calóricos establecidos por la FAO y la OMS); ii) establecer la línea de pobreza multiplicando la anterior línea por el coeficiente de Orchansky para hallar la canasta mínima de bienes y servicios que debe consumir un hogar para no caer en situación de pobreza; iii) tomar una encuesta de hogares para establecer la proporción de hogares que no tienen ingresos suficientes para comprar las respectivas canastas que definen las líneas de pobreza extrema y de pobreza; iv) informar al público de manera precisa lo que significan estos valores y los cambios respecto al pasado.
Los primeros tres pasos son altamente intensivos en cálculos y en supuestos. Para comenzar, la línea de pobreza extrema debe calcularse sobre un segmento representativo de la población (la población de referencia). La metodología vigente hasta hace unos meses consideraba el primer quintil de gasto para estimar la estructura de consumo de alimentos y los precios implícitos.
Sostiene Ramírez que los nuevos estimativos ameritan un debate técnico acerca de la técnica de medición y, especialmente, una discusión sobre las alternativas de política pública para confrontar un flagelo que, independientemente de la metodología utilizada, afecta a millones de personas en nuestro país.
Es pertinente empezar por recordar que el principal propósito que se persigue con medir la pobreza es el de contar con una base para contribuir en la determinación del número de personas que requieren asistencia y seguridad social subsidiada a través de la política pública.
Se trata de una medición objetiva, en el sentido de que es un referente para alcanzar un propósito definido, a saber ayudar, a determinar el número de personas que deberían estar incluidas en determinado programa de política pública para garantizarles cierto nivel de bienestar.
Cada diez o doce años, cuando se dispone de una nueva Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos (ENIG), se han hecho las modificaciones pertinentes con el objeto de que la línea de pobreza incluya la estructura de consumo más actualizada de los hogares (incorporando nuevos productos en la canasta básica familiar).
Desde finales de la década de los noventa, Colombia ha medido la tasa de pobreza a partir de líneas que utilizan una metodología similar a la que estableció la CEPAL para sus comparaciones regionales. La primera medición se basó en la ENIG de 1985. En 2006 la Misión de Reducción de la Pobreza y la Desigualdad actualizó las mediciones utilizando la ENIG de 1996-1997.
Por otro lado, el que una persona cuente con un nivel de ingreso superior al de la línea de pobreza, al tiempo que lo podría excluir del grupo de personas que requiere de determinados beneficios provenientes de la política pública, de ninguna manera lo convierte en una persona que deja de ser pobre en el sentido general y subjetivo del término.
Estas condiciones fueron relajadas en la nueva metodología, implicando menos rigideces y más facilidad en la replicación de los cálculos. Desafortunadamente, para las líneas de pobreza recientemente reveladas por la MESEP los cálculos de la población de referencia, los alimentos que componen la canasta y los precios implícitos provienen de la ENIG 2006-2007, donde 2 de cada 3 datos no fueron reportados por los hogares lo que hizo necesario imputarlos para estimar la línea de pobreza.
En otras palabras, las nuevas estimaciones están basadas en una encuesta donde el 67 por ciento de los datos no fueron recolectados in situ. Más aún, mientras en la metodología anterior se estimaban líneas para cada una de las 13 áreas metropolitanas, en esta ocasión la ausencia de información en algunas de ellas obligó a estimar una sola línea para todo el sector urbano.
En la metodología anterior, los ingresos a partir de las encuestas de hogares eran ajustados para que coincidieran con el valor de los salarios, el excedente bruto de explotación y las rentas del capital de las cuentas nacionales del DANE correspondientes a los hogares.
Esto implicaba multiplicar los ingresos reportados por un factor mayor a uno, bajo el supuesto de que los hogares sub-reportan los ingresos al ser encuestados.
En la nueva metodología este ajuste se abandonó. Si se decide hacer los ajustes, las mediciones de pobreza quedan aferradas a la evolución del PIB (a las cuentas nacionales). En caso contrario, las mediciones de pobreza y su evolución dependerán íntegramente de que las encuestas capturen con certeza las variaciones de los ingresos de los hogares.
En la anterior metodología la evolución de la pobreza dependía ineludiblemente de las cuentas nacionales y los problemas de recolección de información, frecuentes en este tipo de encuestas, que no afectaban significativamente los resultados.
En la nueva metodología se corre el peligro de que las mejoras en la recolección, los cambios en la muestra o ciertas modificaciones en las preguntas sobre el ingreso familiar (también frecuentes en el DANE) impliquen cambios en los niveles de pobreza no relacionados con cambios en la situación real de los hogares.
En resumen, es claro que la encuesta ENIG con la cual se hicieron los cálculos de las líneas de pobreza y pobreza extrema tuvo grandes problemas en la recolección de información. De hecho, la misma MESEP se vio obligada a desechar, por inconsistente, gran parte de la información.
Es importante destacar que la gran diferencia en las tasas de pobreza a nivel nacional entre una y otra metodología se presenta en el sector rural (llamado “resto” en la metodología de recolección del DANE), donde los niveles difieren en 12,2 puntos (62,5 por ciento contra 50,3 por ciento).
Resulta notoria la reducción de la pobreza rural entre 2008 y 2010 de acuerdo a la nueva metodología, tratándose de un período en que el sector agrícola prácticamente no creció. Más allá de discusiones metodológicas, es evidente que en Colombia los niveles de pobreza, bajo cualquier medición, son muy altos para un país clasificado como de ingreso medio-alto.
Valga decir, un país que no es pobre en el agregado, con una elevadísima incidencia de pobreza. Ello naturalmente se asocia a una muy inequitativa distribución tanto del ingreso y la riqueza como de las oportunidades. Según la Encuesta de Calidad de Vida de 2008, con un coeficiente de Gini de 0,59, Colombia muestra probablemente la más inequitativa distribución del ingreso de la región.
Con el fin de ilustrar con mayor claridad las disparidades existentes en Colombia, se realiza una caracterización de la población por deciles (los deciles son valores que dividen la serie de datos en diez partes iguales) de ingreso.
Por ejemplo, los hogares del decil 10 (el más rico) tienen en promedio un ingreso 89 veces mayor que los hogares del decil 1. Adicionalmente se observa que los hogares que pertenecen al decil 10 reciben el 50 por ciento del total de los ingresos, correspondiente a un ingreso per cápita mensual de $3.003.000 per cápita, mientras que los hogares del decil 1 solo representan el 0,6 por ciento del total de ingresos.
Dicho de forma más gráfica, el primer decil tiene un ingreso per cápita similar al del Congo, el decil 10 uno similar al de Corea del Sur. En cuanto a la educación, probablemente el más poderoso instrumento de movilidad social, la brecha entre hogares del decil 1 y hogares del decil 10 es evidente: estos últimos tienen en promedio más de 12 años de educación, mientras que los hogares del decil 1 tienen poco menos de 5 años de educación.
Esta diferencia, de por sí significativa, se magnifica si, además, se tienen en cuenta diferencias en la calidad de la educación. Respecto a la composición de los hogares, los hogares más pobres son más numerosos y presentan una elevada tasa de dependencia económica.
Los hogares del decil 10 tienen en promedio dos personas menos que los del decil 1 (3,3 en el primero, 5,3 en el segundo) en tanto la tasa de dependencia es de 6,1 en los hogares más pobres y de apenas 1,9 en los más ricos.
De todos modos y más allá de los números, el debate sobre las cifras de pobreza debería conducir, por lo tanto, a discusiones sobre cómo reducir las enormes desigualdades en ingreso, riqueza y oportunidades hoy día tan prevalecientes en el país. Como mínimo, debe cuestionarse a fondo la forma en que tributamos y las implicaciones distributivas de cómo gasta el estado.