En estos días, tras el escándalo de la “reforma de la justicia”, se ha traído a cuento el término “maquiavélico”. Que se usa como demostrativo de todo lo que es malo e infecto en la política. El diccionario, en su aspecto literal, permite considerarlo así.
No obstante, resulta un yerro axiomático que Nicolás Maquiavelo es el padre de todos los males al respecto. No pensó él en trascender de este modo, mucho menos pudo avizorar, desde su empinada posición renacentista, que 500 años después su apellido sería trasegado en un lugar tan lejano como Colombia, entonces recién descubierta.
Una cosa es Maquiavelo y otra ser “maquiavélico”. Nicolás escribió El Príncipe, que sigue siendo el libro por excelencia de la ciencia política. Esto, claro, si se lee completo y no por refraneros. Válido, todavía hoy, más que por su texto, por su espíritu, consistente en últimas en que es dable el buen gobierno. No en la práctica gubernativa descarnada, que es lo que suelen exaltar por haber sido Napoleón lector disciplinado y discípulo de lo allí contemplado, sino por la idea de que la dirección de los hombres, aún con las emotividades que se tienen en cuenta, es una ciencia con normas racionales destinadas a un proyecto conjunto. Ese, a mi juicio, el gran descubrimiento del polémico Nicolás.
En un mundo que de modo paulatino pasaba de lo teocéntrico a lo antropocéntrico, del gobierno de Dios al de los hombres, afirmar que era posible un sistema por medio del cual los seres humanos podían enfocarse por sí mismos al bien común, que es su propuesta central, tiene una validez espectacular. Porque todos los preceptos, aun los que le han endilgado sin haberlos escrito o dicho (el fin justifica los medios), eran y son para eso, para el bien común. Lo que luego Rousseau llamó contrato social o un poco después Hegel denominó el ser y deber ser de la sociedad.
Maquiavelo, sin embargo, no sólo es el “Príncipe”, sino muchos otros libros de variada materia, muy propios de su vigor renacentista en el que nada debe sernos indiferente. En tanto, como politólogo, interesa su pensamiento fundamental. Este no es otro, como puede inferirse de los criterios republicanos en sus “Discursos” y afines, que las dos fuerzas básicas de la política son el gobierno y el pueblo. Se impone conjuntarlas, cualquiera sea el sistema, a través de canales institucionales, porque cuando entran en fricción dan al traste con cualquier proyecto de sociedad.
Paradoja de la historia, entiéndase “maquiavélico”, por tanto, todo lo contrario a lo que predicó Maquiavelo. “Maquiavélico” es lo que acaba de pasar en Colombia contra las instituciones, desatando la furia popular. Se necesita actuar con el espíritu de Maquiavelo para recomponerlas y sintonizar al pueblo debidamente.
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Bien Italia.La escuadra italiana tuvo una magnífica Eurocopa con su fútbol creativo. Hizo los mejores goles, brillaron sus estrellas y derrotó a los favoritos alemanes e ingleses. España llegó tranquila a la final, tras ganar a los menguados franceses y los endebles portugueses. El trabajo lo hizo Italia, desgastada y con mala suerte el último día. ¡Bien por Italia!