Maestro Jaime León | El Nuevo Siglo
Sábado, 16 de Mayo de 2015

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

En la tranquilidad de su casa, cuyos ventanales miran a Bogotá desde las alturas, a las once de la noche del viernes 8 de mayo, acompañado de su esposa Beatriz Carreño, el maestro Jaime León se despidió de este mundo luego de una vida consagrada a la música.

 

En un país donde la práctica amañada de las malas costumbres le endilga el título de “Maestro” a cualquiera que haga música -buena o mala- o, ¡lo peor!, a quien pega con argamasa ladrillo tras ladrillo, Jaime fue el “Maestro León”. Consiguió a lo largo de su vida ganarse el más difícil de los respetos: el de sus colegas, y también la admiración de quienes tuvimos el privilegio de conocerlo.

 

La historia le concederá con el tiempo el lugar que le corresponde como compositor, uno de los más refinados y exquisitos de nuestra historia, y será una de las figuras determinantes de la música colombiana del siglo XX cuando su obra adquiera la difusión que merece: en la década de los 80 la soprano Montserrat Caballé visitó Cartagena y una de las obras de su presentación fue justamente una canción del “Maestro”: el “Legatto” único de la diva catalana, su exquisito sentido de los matices y aquellos “Pianissimi” legendarios, revelaron esa noche en el auditorio cartagenero la belleza infinita de su música.

 

También se le va a recordar como director de orquesta. Por su seriedad y rigurosidad. Cuando dirigía la orquesta, bien fuera la Sinfónica de Colombia o la Filarmónica de Bogotá, era sabido que se iba a la segura, porque labró su prestigio y respeto justamente en las jornadas de ensayo, durante los cuales no permitía ninguna imprecisión o ligereza; ya en el escenario, sus movimientos eran discretos y parecía que evitaba deliberadamente el protagonismo.

 

Alberto Upegui, el “Padre de la Ópera colombiana”, cuando recordaba los difíciles inicios de la compañía, siempre tuvo el cuidado de incluir el nombre de Jaime León, como uno de los artífices de lo que con el tiempo se convirtió en la Ópera de Colombia, de la que fue uno de sus grandes protagonistas, desde el foso, al frente de la orquesta, donde fue igualmente exigente y siempre calurosamente aplaudido al final de las funciones.

 

Jaime León, el pianista

 

Los que, de una u otra manera hemos estado ligados al medio, tenemos un Jaime León para recordar y una faceta preferida. En 1986 el mundo celebró el bicentenario del nacimiento de Franz Liszt y Bogotá, desde luego, no fue la excepción. En esos tiempos la presentación en la Sinfónica de Colombia en el viejo Teatro Colón –no en el actual Multiplex- era una cita sagrada. Ya sobre el tiempo el pianista programado canceló su presentación  y la emergencia se resolvió trayendo a Roberto Szidon, el brasileño de origen húngaro, que era uno de los más experimentados lisztianos del mundo para tocar, bajo la dirección del “Maestro”, el Concierto en mi bemol mayor en la primera parte y el en La mayor en la segunda.

 

El entendimiento entre director y solista debió trascender más allá de lo habitual, porque Beatriz, su señora, invitó a un grupo de melómanos y amigos a cenar en su casa después del concierto. La noche trascurrió con los habituales gestos de gran señora de la anfitriona, la simpatía y sencillez de Szidon y la simpatía que León desplegaba entre amigos. Poco después de la media noche empezaron a desfilar la mayor parte de los invitados, la atmósfera dio un giro mágico, se abrió la tapa del piano de cola de la casa, sobre el atril apareció una partitura y director y solista atacaron las “Danzas húngaras” de Brahms, era evidente que lo hacíancon placer, el entendimiento era absoluto y la complicidad formidable, susurraban muy bajito para ponerse de acuerdo en los tiempos, intercambiaban los roles, de tocar en los altos o en los graves del piano y cuando terminaban se miraban con complicidad.

 

Así corrieron las horas. Primero “Danzas húngaras”  de Brahms y luego las “Eslavas” de Dvorak. De los anaqueles bajaban las partituras, tocaron los “Cuentos de mi madre la oca” de Ravel y fragmentos de los ballets de Stravinsky, también lo hicieron solos, las horas pasaron veloces, la música inundaba la casa, Beatriz confesó años más tarde que sólo la asaltaba el temor de que la queja de un vecino arruinara la magia de ese momento. Lo que desde luego, no ocurrió. Porque era la mejor música del mundo.

 

Szidon más tarde me dijo: “Gran pianista y gran lector el maestro ¿Nunca toca como solista?

 

Porque además de todo lo que he dicho, efectivamente Jaime León era una gran pianista, en muchas oportunidades le vimos acompañar cantantes; pero no alcanzó el tiempo para verle como solista con las orquestas de las que fue director. Dado su temperamento reservado, estoy seguro de que se habría negado, porque faltó la voz persuasiva que le convenciera. Ese Jaime León pianista fue privilegio de pocos.

 

UNA GRAN ESTRELLA

 

Una vida excepcional, al lado una mujer excepcional, hay que decirlo. Y sin arrogancias. Cuando en 1993 murió Rudolf Nurejev, había que hablar con él, porque como director musical del American Ballet Theatre de Nueva York, lo dirigió;  de hecho el único colombiano que tuvo contacto con el legendario bailarín. Le pedí rememorar ese momento, inicialmente se limitó a decirme: “Muy profesional, nos pusimos de acuerdo en los tempos y todo fue muy fácil”, le insistí y  ya recordó ese momento con la trascendencia que merecía.

 

Hoy, a las 2.00 de la tarde es su funeral en la Iglesia del Gimnasio Moderno: su gran amigo de toda una vida, Carlos Villa, se va a encargar de la música de la ceremonia de despedida de quien logró merecidamente el título de “Maestro