¿Por qué el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos cambió de postura frente a la situación en Venezuela y, sobre todo, ante el propio presidente de la vecina nación, Nicolás Maduro?
Esa es la pregunta con que cierra la semana, luego de que en los últimos siete días las relaciones entre ambos mandatarios llegaron a uno de sus puntos de mayor tensión en los últimos cuatro años e incluso ya se habla de una ruptura política irreversible.
Y no es para menos. Si bien en el pasado Colombia fue de los pocos gobiernos en ejercicio que habló públicamente de casos como el encarcelamiento de líderes opositores como Leopoldo López, generando las consabidas protestas de Caracas e incluso las amenazas de retirar su apoyo al proceso de paz con las Farc y el Eln, luego las relaciones se distensionaron, en un continuo sube y baja diplomático y político. Pero lo ocurrido en las últimas cuatro semanas ya es otro escenario.
En el último mes el Gobierno colombiano no solo hizo parte del grupo mayoritario de países latinoamericanos que desde la OEA estuvo a punto de aplicar a Venezuela la Carta Democrática, luego de que el Tribunal Supremo de Justicia –de clara tendencia chavista– le arrebatara el poder legislativo a la Asamblea Nacional –en manos de la oposición–, sino que tanto el presidente Santos como la canciller María Ángela Holguín han venido subiendo el tono de sus críticas y advertencias sobre lo que está ocurriendo en la vecina nación.
El pasado 6 de abril, por ejemplo, Holguín había dicho que Colombia no quería enfrentamientos con Venezuela sino un diálogo fluido, por lo que esperaba que no se repitieran incidentes como el de dos semanas atrás, cuando una patrulla militar venezolana instaló un campamento en zona rural de Arauquita. Tras la denuncia, los gobiernos Maduro y Santos tuvieron que dialogar de emergencia y aunque las tropas del vecino país terminaron retirándose luego de 72 horas de la incursión, trascendió que el mandatario venezolano le había reclamado al colombiano por su postura en la OEA contra el chavismo.
La canciller Holguín no dudó en advertir que en el caso de la patrulla venezolana en territorio colombiano “…no hay otra explicación distinta a una provocación” y trajo a colación que en la zona fronteriza se habían presentado muchos incidentes. Dijo que mientras del 2002 al 2010 se dieron 46 hechos irregulares, entre 2016 y 2017 ya se habían denunciado 45.
Preguntada en esa ocasión sobre la crisis en el vecino país, la canciller fue cautelosa y anotó que "la situación de Venezuela sabemos cada día es más compleja en términos sociales, políticos, económicos y humanitarios… Esperamos que Venezuela tome su curso para encontrar soluciones a la situación que afecta al país".
Sin embargo, vendría luego la crisis por el fallo del Tribunal Supremo de Justicia quitándole las facultades a la Asamblea Nacional. Colombia, tanto de manera individual como desde el bloque mayoritario de la OEA, exigió la reinstalación urgente del equilibrio de poderes, so pena de aplicar a Venezuela las sanciones establecidas por la Carta Democrática debido a la ruptura del orden constitucional y democrático.
Como se sabe, no fue necesario llegar a esos extremos, porque Maduro, ante la presión internacional, maniobró para que el Tribunal se echara para atrás y la Asamblea recuperara sus facultades, restringidas eso sí por otros fallos de una justicia claramente politizada.
Subiendo la temperatura
Tras el incidente fronterizo y la crisis por el cuasi ‘golpe de estado’ a la Asamblea, las relaciones entre Santos y Maduro se sabía que venían muy deterioradas e incluso el mandatario venezolano había lanzado varios dardos al colombiano señalándolo de ingrato y desagradecido, en tanto que la canciller de la vecina nación, Delcy Rodríguez, llamó al bloque mayoritario de la OEA a “sacar sus narices” de Venezuela.
Esa tensión creció aún más la semana pasada cuando el Gobierno colombiano expresó su preocupación por la inhabilitación impuesta al líder opositor Henrique Capriles para ejercer cargos públicos durante 15 años en Venezuela, una decisión que, según Bogotá, "aumentaba la polarización" en el país.
"Dicha medida aumenta la polarización y dificulta la búsqueda de la consolidación política que con urgencia necesita Venezuela", dijo la Cancillería colombiana en un comunicado. También rechazó "los actos de violencia registrados" durante las manifestaciones contra Maduro e hizo un llamado "al Gobierno y a la oposición a retomar el camino de un diálogo que lleve a un acuerdo político que dé la estabilidad necesaria en el país".
Sin embargo, los críticos de Santos, en cabeza del uribismo, volvieron a insistir en que la postura del Gobierno Santos ante Maduro continuaba siendo “tibia”, “cínica” y “cómplice de la dictadura”.
Esa tesis la revalidaría el propio expresidente Uribe el domingo pasado en una carta que envió a los congresistas norteamericanos en la que se fue lanza en ristre contra Santos y Maduro. Carta que se conoció un día después de que, en un centro vacacional de La Florida, el jefe del Centro Democrático y el expresidente Andrés Pastrana se hubieran encontrado y saludado brevemente con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Dicho encuentro, como se sabe, generó un gran debate, no solo por las circunstancias de modo, tiempo y lugar, sino por las implicaciones políticas.
Volviendo a la carta de Uribe, en esta el exmandatario aseguró no solo que Venezuela degeneró en dictadura y que Maduro debía ser removido, sino que advirtió que Colombia corría el riesgo de seguir la misma ruta.
"Venezuela necesita remover a Maduro y su régimen y adoptar el estado de derecho con un fuerte sector privado para superar la pobreza… Colombia necesita cambios profundos, o de lo contrario estamos condenados a convertirnos en una segunda idea de Maduro", indicó el exmandatario, al tiempo que criticó duramente el acuerdo de paz con las Farc.
De castaño a oscuro
Esta semana se hizo aún más crítico el escenario de las relaciones bilaterales en el campo político, ya que en el económico están reducidas a su mínima expresión y cuantía.
De un lado, el lunes pasado Colombia hizo parte de los 11 países latinoamericanos (con Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Paraguay, Perú y Uruguay) que firmaron una declaración pidiendo a Venezuela que garantizara el derecho a la manifestación pacífica convocada por los partidos de oposición para el miércoles.
Pero la cuestión no terminó allí. Esas once naciones también exhortaron al Gobierno Maduro a que "rápidamente se definan las fechas para dar cumplimiento al cronograma electoral que permita una pronta solución a la grave crisis que vive Venezuela".
Como era previsible, el Palacio de Miraflores rechazó drásticamente esa declaración y volvió a insistir en que se trataba de una "grosera interferencia" extranjera en sus asuntos internos. "Resulta vulgar el doble estándar y selectividad política de estos gobiernos para avalar la violencia vandálica de la oposición. Violentan leyes internacionales para apadrinar el intervencionismo", trinó la canciller Rodríguez, acusando de paso a los 11 países de querer “gobernar” a su nación.
La tensión entre Bogotá y Caracas seguiría aumentando el martes, luego de que Maduro anunciara, en la tarde del lunes, que armaría a 500.000 “milicianos bolivarianos” más defender la “revolución” de la oposición interna “golpista” y la “amenaza imperialista”.
Ante ello el propio Santos exteriorizó su alerta a través de un trino: “vemos con seria preocupación la militarización de la sociedad venezolana. Un llamado a la cordura".
En muchos círculos colombianos se empezó a evidenciar que era claro que el presidente Santos -quien siempre había dicho que él y Maduro tenían concepciones políticas e ideológicas distintas, y que cada quien debía respetar el modelo del otro-, empezaba a marcarle distancia a su homólogo venezolano.
Sin embargo, desde las filas de la oposición uribista e incluso desde las propias toldas de partidos gobiernistas, se empezó a pedir a Santos, cuyos índices de desfavorabilidad se acercan al 80 por ciento, que fuera más radical frente a los desafueros del Gobierno Maduro y los violentos atropellos a la oposición.
Sin embargo, de nuevo fue Uribe el que puso la voz más crítica, al hacer el miércoles -el mismo día de la “madre de todas las marchas” en el vecino país- un llamado a los militares de Venezuela para que no obedecieran "el mandato de la dictadura" y pusieran sus armas al servicio de los sectores y valores democráticos.
"Al Ejército de Venezuela, a las Fuerzas Armadas de Venezuela: por favor, no sigan disparando contra el pueblo, desoigan el mandato de la dictadura", dijo Uribe, denunciando de paso que en ese país había más de 4.000 guerrilleros de las Farc.
Pero mientras en Caracas las fuerzas gobiernistas reprimían violentamente las megamarchas de la oposición, en Colombia la Cancillería siguió subiendo el tono contra Caracas, ya no ante la OEA sino ante la propia ONU.
Holguín expresó su preocupación por el "armamento de milicias en Venezuela", tras reunirse con el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. "Conversamos con el secretario general, precisamente, de la preocupación del Gobierno colombiano frente al armamento de milicias en Venezuela… Yo creo que es una preocupación que es compartida por muchos. Armar a la sociedad es algo peligroso", señaló Holguín.
Máxima tensión
Llegó el jueves, y mientras en todo el mundo la noticia era la violenta represión contra la oposición, las relaciones entre Santos y Maduro llegaron al punto de máxima tensión de los últimos cuatro años.
A primera hora, el mandatario colombiano lanzó un duro trino, según el cual "hace 6 años se lo advertí a Chávez: la revolución bolivariana fracasó".
Semejante frase generó más de una interpretación en nuestro país por provenir de quien en su momento (en lo que Uribe consideró una traición mayor) llamó a Chávez su “nuevo mejor amigo” y luego trató de mantener una relación lo más cordial posible con Maduro, obviamente con el proceso de paz como telón de fondo y pese a las múltiples y caprichosas actitudes inamistosas de Caracas, como la expulsión de más de 13.000 colombianos en agosto de 2015 y el cierre intempestivo de la frontera por un año,
Mientras que para la oposición uribista la nueva postura de Santos no sólo era “tardía” sino “cínica”, ya que por más de tres años “toleró la dictadura castro-chavista”, para otros sectores políticos era claro que la crisis en Venezuela era insostenible y Colombia, por más agradecida que estuviera con Maduro por su apoyo al proceso de paz, no podía seguir manteniéndose pasiva frente a la debacle vecina.
Tampoco faltaron los analistas que advirtieron que Santos le estaba dando la espalda a Maduro no sólo como una maniobra “oportunista” para tratar de recuperar algo de credibilidad y favorabilidad política, sino consciente de que la administración de Donald Trump ha dado muestras de que aumentará la presión sobre Caracas y no verá con buenos ojos a ningún gobierno que tenga posiciones tibias frente a la crisis en ese país.
Pero mientras en Colombia se ahondaba esa polémica, Maduro no tardó en reaccionar contra Santos. No sólo dijo que Colombia era el verdadero “Estado fallido”, sino que amenazó con revelar todos los secretos que tiene sobre el proceso de paz con las Farc.
“Firmaron el acuerdo de paz gracias a Chávez y a mí. Voy a sacar las grabaciones y todos los secretos que tengo del proceso de paz para que se sepa la burla de este proceso”, dijo Maduro sin mencionar explícitamente el trino de Santos.
Denunció que en Colombia siguen “matando a dirigentes campesinos, estudiantiles y obreros y se está preparando una matanza contra las Farc. Tengo información de inteligencia de que se está preparando una matanza contra los líderes que firmaron la paz”.
Agregó el mandatario venezolano que había "5.600.000 colombianos viviendo en Venezuela, el año pasado llegaron 100.000 y en estos tres meses del año han venido 35.000 colombianos más. Están huyendo del desempleo, huyendo del hambre (...). Colombia es un Estado fallido".
Incluso el mandatario venezolano dijo que el Gobierno colombiano había rechazado la ayuda humanitaria que Venezuela le ofreció tras la avalancha en Mocoa. "Ofrecimos médicos por las inundaciones y se hicieron los locos, no aceptaron la ayuda humanitaria, qué lamentable (...). Nosotros, venezolanos, venezolanas, somos los padres de Colombia, y por los siglos de los siglos así será", añadió.
Tras semejante arremetida, era claro que, el viernes en la mañana, había que esperar algún tipo de reacción del Gobierno colombiano y así fue.
El presidente Santos, muy temprano en la mañana, en la ceremonia de posesión de dos magistrados del Consejo de Estado, y sin mencionar a Maduro, dijo que "este Gobierno y este país afortunadamente tiene una democracia sólida donde se respetan los poderes públicos, la independencia de los poderes, se respetan las libertades, la libertad de expresión que es una de las que siempre he defendido tanto".
Luego, durante una intervención en el seminario “Dialogo Latinoamericano: Cambio de Paradigma Estado, Mercado y Sociedad”, trajo a colación las políticas a aplicar entre quienes piensan distinto, y cómo fue su relación con Chávez, tras haber sido un duro crítico suyo.
“… Cuando me eligieron Presidente dije: necesitamos tener unos vecinos con los cuales nos podamos hablar, porque ahí está el interés de los colombianos y de todos los venezolanos y también de los ecuatorianos porque teníamos una situación con Ecuador similar a la que teníamos con Venezuela. Nos sentamos y con mucho pragmatismo, después de unas anécdotas que otro día les cuento de romper el hielo, nos sentamos con el presidente Chávez y nos dijimos con toda claridad, somos como el agua y el aceite”.
Según relató el mandatario colombiano, se dijeron: “Usted presidente Santos nunca va a ser un revolucionario bolivariano, y yo le decía, usted presidente Chávez nunca va a ser un demócrata liberal, pero podemos ponernos de acuerdo en ciertos aspectos”.
“El caso de Chávez y mío, la paz de Colombia, una convivencia dentro de las diferencias, cordial, una colaboración, yo diría que es un ejemplo de colaboración flexible, es la colaboración flexible de la que hablaba Adam Kahane…”, explicó.
Más frontal en la respuesta fue el vicepresidente Oscar Naranjo, quien indicó que no se podía poner en duda la transparencia del proceso de paz. “Puedo, como negociador plenipotenciario en La Habana, certificar que este proceso es transparente, de cara al país y que no hay lugar a que hoy se hagan afirmaciones poniendo en duda la transparencia de este proceso. Lo digo como Vicepresidente y como negociador, no tienen importancia alguna las declaraciones que se han dado”, recalcó.
A la afirmación de Maduro en torno a que Colombia es un “Estado fallido”, el Vicepresidente dijo que “el país brilla como una democracia vigorosa, como una democracia donde se dan garantías a todos los ciudadanos y por lo tanto entrar en discusiones de esa naturaleza es estéril”.
En tanto que sobre el supuesto plan para asesinar a los líderes de las Farc, como lo indicó Maduro, Naranjo indicó que “esa afirmación me lleva simplemente a la conclusión de que no tengo comentarios”.
Hasta el procurador Fernando Carrillo replicó al mandatario venezolano, advirtiendo que “Maduro tiene que preocuparse es de la bomba social que tiene en Venezuela y después comenzar a ver la viga en el propio ojo, como dice la Biblia, y no la paja en el ojo ajeno".
Tres hipótesis
¿A qué horas la relación entre Santos y Maduro terminó en semejante punto de máxima tensión? Son varias las hipótesis al respecto, cada una con distintas ópticas y justificaciones a la forma en que la Casa de Nariño decidió dejar atrás esa actitud de neutralidad activa frente al agravamiento de la crisis política, social, económica e institucional en el vecino país.
Una primera hipótesis se basa en que, realmente, no hay un cambio drástico en las relaciones, sino que estas ya venían deteriorándose de manera gradual y sistemática este año, pues por más crítica que fue la semana que termina, ya Colombia había advertido sobre la inhabilidad de Capriles, protestado por la intentona de deshabilitar a la Asamblea Nacional y reaccionado duramente a la incursión de la patrulla venezolana que armó campamento en Arauquita, en un hecho que la propia canciller Holguín catalogó de “provocación”.
En ese orden de ideas, bajo esta hipótesis, lo que estaría sucediendo aquí es simplemente que las relaciones llegaron a un punto crítico debido al agravamiento de la situación en Venezuela y la imposibilidad de que Colombia, como estado democrático y sujeto al sistema interamericano, pueda seguir tolerando un régimen que raya en el totalitarismo y la dictadura. Una reacción que no es aislada, sino que se hace en conjunto con el bloque mayoritario de la OEA y en coincidencia con gran parte de la comunidad internacional.
Otra hipótesis, por el contrario, se dirige a establecer que, en realidad, Santos decidió ‘volteársele’ a Maduro al ser consciente de que la situación de este ya es insostenible y que sus días en el poder están contados. De allí que aunque lo sucedido esta semana con la represión violenta de las marchas opositoras fue grave, más lo fue la intentona de golpe de estado contra la Asamblea, pero entonces la reacción del Gobierno colombiano no fue tan drástica y crítica contra el régimen chavista.
En otras palabras, que ya Maduro y compañía no son un socio útil, no sólo porque el proceso de paz con las Farc ya se firmó y la negociación con el Eln se lleva a cabo en Ecuador, lo que disminuye el rol protagónico de Venezuela en la búsqueda de una salida negociada al conflicto en Colombia, sino porque políticamente la actitud pasiva frente a Caracas ya le está costando mucho a la Casa de Nariño en materia de desfavorabilidad y lastre político. El Gobierno es consciente de que el uribismo y otros sectores antioficialistas, en pleno arranque de la campaña electoral, están capitalizando políticamente a su favor la crisis de Venezuela y le están pasando costosa ‘factura’ a Santos por su larga y siempre polémica relación amistosa con Chávez y Maduro.
Y, por último, está la hipótesis, ya mencionada, en torno a que el Gobierno colombiano al elevar su tono crítico ante Caracas lo que está haciendo es preparar el terreno frente al redimensionamiento de la relación con Estados Unidos, ya que es claro que Trump no tendrá frente al régimen chavista una actitud pasiva como la que por años sostuvo el mandato de Barack Obama.
En ese orden de ideas, es claro que la administración Trump será más exigente con Colombia no sólo en temas como la lucha contra el narcotráfico, en donde hay alerta por el aumento desmesurado de los narcocultivos, sino también en materia geopolítica, sobre todo a la hora de contar con los aliados regionales.
Más allá de cuál sea la hipótesis que tenga más apego a la realidad, lo cierto es que al final de la semana las relaciones entre Santos y Maduro están en su punto más crítico de los últimos cuatro años y ni se ve muy posible una distensión a corto plazo. Esta situación va a impactar las relaciones bilaterales, más aún por las salidas imprevistas del régimen chavista, que entre más acorralado está por la crisis interna, más peligroso se volverá en el sentido de buscar o inventarse un ‘enemigo externo’.