Lula, el hombre de dos caras | El Nuevo Siglo
Viernes, 26 de Enero de 2018
  • La justicia rescata al Brasil real
  • Duro golpe a la corrupción

LUIZ Inácio Lula da Silva, ex presidente de Brasil, se lanzó tres veces al ruedo político en busca de la primera magistratura y sólo cuando tuvo el apoyo del comandante venezolano Hugo Chávez, con su generosa chequera, alcanzó el sueño de gobernar su país. Un hecho político que conmovió a muchos, puesto que él  había arrancado en política de la nada, desde modesto jornalero y obrero hasta convertirse en un líder sindical. En la lucha contra las dictaduras se destaca como audaz estratega, buen organizador y demagogo formidable que seduce multitudes con un discurso social-revolucionario.

Lula no se limita a repetir el libreto socialista ya que como conoce profundamente la mentalidad del pueblo y la diversidad regional,  adapta su demagogia a todos los públicos y así convence a la clase media de que votar por él es garantía para que la izquierda no se desmadre.

Al mismo tiempo que sigue en carrera por llegar al poder, Lula pacta con los sectores más opulentos de la economía para combinar la fórmula clandestina non santa de socialismo y corrupción. Ese matrimonio morganático le convierte en virtual agente de negocios de la poderosa firma en expansión Odebrecht. De igual forma logra entendimiento con otras grandes compañías y sus agentes. Fernando Henrique Cardoso, su antecesor, había conjurado la crisis económica y realizado la reforma monetaria. Los laureles de esa brillante y positiva gestión se los lleva Lula, quién consigue crear empleo, elevar salarios y fortalecer el mercado interno, en medio de las aulagas de sus vecinos. Lo mismo pasa con la industria petrolera, que aunque se fundamenta en la petroquímica ve aumentar sus millonarios ingresos con el hallazgo de ricos yacimientos en Brasil. La intermediación del gobernante en los negocios de este sector deriva en un “chorro” financiero para su partido, el de los Trabajadores y las arcas de los agentes de Lula.

Su vigorosa dialéctica, capacidad de exagerar sus méritos y aprovechar las circunstancias, propician que la Internacional Socialista y los partidos comunistas de varios países, lo mismo que los voceros de la democracia suramericana, lo pongan de ejemplo a seguir para sacar a los pueblos del atraso. Se cataloga a Lula como un líder popular mundial. Llega a un acuerdo con las Fuerzas Armadas basado en que él no interviene en los asuntos castrenses a cambio de que lo dejen gobernar. Se da esa coexistencia y es lo que le permite convertir a Dilma Rousseff en su mano derecha y eventual sucesora. Ella maneja los resortes de la economía y preside la Junta de Petrobras, donde se producen los más escabrosos negocios del régimen.

La capacidad dialéctica de Lula no consiguió penetrar la fortaleza de la justicia, que había sido reformada por su antecesor en el poder y a donde habían llegado abogados impolutos y con destacada formación académica que entienden que Brasil no puede avanzar en el mundo de los países desarrollados, cargando la gigantesca culpa de la corrupción oficial y privada. Es así como desde el segundo mandato de Lula inician las investigaciones de “Lava Jato”, que lleva a algunos de sus colaboradores a prisión, y que posteriormente deja ver sus tentáculos, los que se enquistaron en la estatal petrolera y desde allí permearon diversos sectores.

Después, el gobierno de Rousseff intenta en vano torcer el brazo de la justicia, amparada en su popularidad y en su condición de ex guerrillera, torturada y mártir de la izquierda. Al final, los escándalos de corrupción la sacan del poder, en particular por intentar desviar las investigaciones de los jueces contra su antecesor y mentor político.

El carismático Lula Da Silva no se da por vencido. Entre más se acumulan las pruebas de corrupción contra su gestión y la de su sucesora, más insiste en denunciar que es un perseguido político y busca  soliviantar a las masas contra los jueces y el gobierno de turno. El miércoles, un  tribunal de apelación ratificó la condena que se le había impuesto por corrupción pasiva y lavado de dinero, al tiempo que aumentó su pena de prisión a 12 años y un mes (en primera instancia, era de nueve años y medio). El caso tiene que ver con un apartamento que recibió como “coima” por su mediación en el otorgamiento de contratos de Petrobras.

Y esa es la primera condena. Lula enfrenta otros seis procesos judiciales, de los cuales también se declara inocente y dice que es una ofensiva judicial para impedirle el retorno al poder.

Y aunque Lula dice que al condenarlo, condenan al pueblo de Brasil, en realidad lo que está haciendo la justicia es golpear la corrupción, en un gigantesco esfuerzo por limpiar la cara del país y mostrar que son millones los ciudadanos honestos que con su trabajo buscan convertir la nación  en una potencia.