Los riesgos del fanatismo acechando a Occidente | El Nuevo Siglo
Foto archivo Agence France Press
Domingo, 23 de Julio de 2017
Giovanni Reyes

En la actualidad, uno de los riesgos más importantes que tiene la democracia occidental como sistema político y social abierto, en la conducción de las sociedades es el fanatismo.  Los hay de varios pelajes y urdimbres, aunque la base sigue siendo la presencia recurrente y exacerbada de los aspectos emocionales.  No sólo en Europa.  En Estados Unidos, triunfó el voto de la ira, inaugurando esta etapa en la conducción de Trump desde el Poder Ejecutivo en Washington.

En las raíces históricas de las sociedades abiertas se ubican los logros y legados del Siglo XVIII, el Siglo de las Luces.  Un gran movimiento que desembocó en la Revolución Francesa el 14 de julio de 1789.  Ciertamente, ese siglo se presenta como una centuria irrepetible.

Eran las transformaciones que originándose en el campo de la estética con el Renacimiento  -a fines del Siglo XV- luego desembocarían en ese trascendental cambio socio-político en Francia, al cual es necesario unir la independencia de Estados Unidos (4 de julio de 1776), la elaboración y difusión de la Enciclopedia (1751), así como la aparición de la primera obra sistemática en ciencias económicas: “La Riqueza de las Naciones” (9 de marzo de 1776) de Adam Smith (1723-1790).

Ciertamente, a partir de 1789, se tiene el inicio de la Edad Contemporánea en la historia humana, con lo que se dejaba atrás la Edad Moderna (1453 ó 1492, a 1789) y también a la Edad Media, –la que había comenzado con la caída del Imperio Romano de Occidente, Roma, el 4 de septiembre de 476. 

El aspecto a destacar con todo esto es que si tomamos como eje conductor la presencia de la religión, la Edad Antigua es la del “paganismo”, ocurren varias oleadas de dioses dominando la escena occidental.  En la Edad Media el cristianismo occidental se impone en una situación más teocéntrica. 

Para ese entonces, el poder del papado es indiscutible.  Una muestra de ello es la firma, del Tratado de Tordesillas del 2 de julio de 1494, por Alejandro VI.  Se fijaban así, límites en el Cono Sur sudamericano: al oriente serían las posesiones de Portugal -actual Brasil- y al occidente territorios de la corona española –lo que en la actualidad lo constituyen Bolivia, Paraguay y Argentina.

El Renacimiento y las grandes revoluciones -Holanda, Inglaterra, Francia y Estados Unidos- abren la era del dominio de la ciencia, la técnica, la lógica; nuestra creencia que el esfuerzo, el trabajo sistémico, la racionalidad, pueden ser eficaces instrumentos para resolver problemas personales y sociales.

Es el triunfo del estado laico sobre el estado religioso o confesional.  La religión que antes permitió la formación prácticamente de castas sociales -grupos de acceso restringido que los distingue de las clases sociales- fue relegada.  Eran grupos de nobles y de altos niveles de la iglesia los que se verían rebasados por poderes más populares, donde grupos de poder económico suplantarían a los agentes hegemónicos en la escena de la conducción de sociedades.

La religión de particulares

En la actualidad lo que estamos evidenciando es el poder de la religión, de particulares, por no decir sectarias interpretaciones religiosas, que intentan ser la base para que grupos particulares actúen imponiendo su propia visión del mundo y la sociedad.  Lo más visible en la prensa de estos días son los grupos yihadistas, en particular ahora que han perdido su base de operaciones en Mosul, Irak.  Pero no son los únicos ni serán con seguridad las últimas agrupaciones para las cuales creencias religiosas sean el eje de cohesión.  Un ejemplo también de ello aunque con menos radicalización, se hace evidente en Brasil, con el poder que han adquirido los grupos neopentecostales.

El denominado Estado Islámico -con la formación aunque efímera, de un Califato en áreas de Irak y Siria- actúa con la simplificación religiosa.  Entre otros rasgos, sus integrantes no tienen miedo a la muerte, a entregar su vida hacia una aspiración ya no humana, sino sagrada, percibida como trascendental.  Esto constituye un llamado de atención a las sociedades de los países más occidentales.  ¿Por qué hay jóvenes que ofrendan su vida siguiendo esos destinos del martirio? Al final, ¿por qué la drogadicción en Estados Unidos y en Europa? Para sólo puntualizar un par de casos.

De manera que cuando observamos el terror de los ataques yihadistas, los asesinatos y la sangrienta trifulca armada, pueden ser analizados como confrontación entre una concepción casi fanática del estado confesional o religioso -basado en una interpretación tan particular como inflexible de la corriente musulmana- y el estado laico que en la historia occidental se ha ido consolidando.

Es cierto que la religión, las religiones en general, pueden brindar bases para el comportamiento ético y social.  No matar es uno de esos fundamentos.  Es evidente que esos componentes han sido útiles en el desarrollo social y político en el devenir de la historia, pero de allí también han surgido tragedias casi imparablemente sangrientas.  Es innegable que la religión ha servido de justificación, no pocas veces, para dar legitimidad a actos sangrientos que fueron tragedias sin precedentes durante cientos de años.

Es importante mantener el estado laico, sin desechar los aspectos que -más que religiosos- fundamenten en una genuina espiritualidad.  Espíritu y no sectarismos religiosos que generalmente confieren poder con cimientos de sangre ajena; se trata de fortalecer un escenario de pluralismo, de tolerancia y de respeto recíproco.  Véase al respecto la obra “La Sociedad Abierta y sus Enemigos” (1945) de Karl Popper (1902-1994).

De allí que sea imprescindible la formación integral de los seres humanos.  Aunque nuestra especialidad se dirija a la más pragmática de las profesiones y ejercicios, hiper, mega, turbo especializados, como es hoy en día; es insustituible la formación en humanidades, la vigencia de la ética y la observancia de  una moral que -al menos- permita dejar un mundo habitable a las nuevas generaciones.  Con formación integral podemos escapar a ser especialistas que cada vez sabemos más y más sobre menos y menos.

Con esto, entre otras consideraciones, estaremos propiciando un escenario de crecimiento económico y desarrollo humano, que se caracterice por ser eficiente en la producción, eficaz en los canales de distribución, de equidad en lo social y de sustentabilidad en lo ecológico. 

Una sociedad que al final de las consideraciones, no utiliza de manera sostenida sus recursos y sistemas naturales, es una sociedad que se suicida a pausas.  Sí a pausas, pero suicidio al fin de cuentas.  Que eso es muy difícil de lograrlo, cierto.  Pero las cosas en la vida las hacemos por su pertinencia, por la necesidad que existe de alcanzar los fines de las mismas, y no por las facilidades cortoplacistas que presenten, por más que estas, dentro del facilismo, constituyan alternativas particularmente tentadoras.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.

 

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